Nina Bouraoui: “Las personas apasionadas no deberían contar a sus hijos que el trabajo tiene que ser una vocación”
Sylvie Meyer tiene 53 años, dos hijos, trabaja en una fábrica de caucho y hasta hace poco estaba casada. Su matrimonio no era desgraciado aunque tampoco especialmente feliz, así que cuando su marido anunció que se iba su mundo apenas se tambaleó. La vida siguió su cauce natural anestesiado hasta que decidió secuestrar a su jefe a punta de cuchillo, harta de aguantar sus bajezas. Esa es, a grandes rasgos, la trama de Rehenes, la novela de Nina Bouraoui que Seix Barral acaba de publicar en castellano con traducción de Adolfo García Ortega, y la editorial Les Hores en catalán (con el título Ostatges) traducida por Anna Casassas i Figueras.
Homosexual declarada, hija de padre argelino y madre francesa y feminista –son los datos personales que utiliza habitualmente para presentarse– Bouraoui es una autora de referencia en su país y en otros como Suecia (de hecho, en 2020 su nombre sonó en la lista de posibles candidatos al Premio Nobel de Literatura). Rehenes se concibió como un monólogo teatral para el festival Le Paris des femmes en 2014, aunque le puso punto final en 2016, después de convertirla en una novela corta.
Finalmente, después de años en un cajón, se publicó en 2020 en Francia. “Se escribió antes del Me Too y de los movimientos sociales de los chalecos amarillos. Me tengo que justificar todo el rato, como si estuviese siendo oportunista”, comenta a elDiario.es en una entrevista por videconferencia desde París, ciudad en la que reside habitualmente.
Ha mencionado el #MeToo. ¿Cómo es la situación de las mujeres en Francia en la actualidad?
Yo soy de naturaleza optimista, más de lo que podríamos pensar por mis novelas, que son un poco oscuras. Al principio la gente no entendía el movimiento o se burlaba pero yo creo que se ha avanzado. Como mínimo ha habido una toma de conciencia. Hoy sabemos y no minimizamos y creo que en el ámbito profesional los hombres tal vez empiezan a pensárselo dos veces antes de ejercer su autoridad o acosar. Es importante, las mujeres ya no estamos bajo el yugo del silencio como antes aunque no hayamos terminado el camino.
Sin embargo, no para todas es igual. La protagonista de su novela es un ejemplo de mujer trabajadora que no consigue liberarse. ¿Hay que tener en cuenta la clase social a la hora de examinar cómo ha evolucionado el feminismo?
Sí, totalmente, es la desgracia de las clases sociales. Ahora bien, la violencia se vive en cualquier entorno, afecta a todas las clases sociales. Pero es cierto que una cierta clase social tiene más posibilidades de hablar y ser escuchada que otras. La revolución femenina real se producirá cuando las mujeres de clase social acomodada consigan incluir en su movimiento a las desfavorecidas.
También pienso que la lucha de las mujeres tiene que ver con la lucha de la comunidad homosexual, que para mí es muy importante. Yo fui una de las primeras escritoras en Francia en reconocer mi homosexualidad sobre todo por solidaridad con las personas que no tenían la palabra. Para mí el poder de la literatura tiene que ver con la capacidad de hacer de altavoz. Y creo que Sylvie Meyer habla también en nombre de los invisibles, de la gente a la que no escuchamos y que no pueden defenderse en ese sentido.
Dice en su libro que las mujeres somos hermanas del miedo, ¿somos rehenes del patriarcado desde el nacimiento?
Desgraciadamente creo que sí, pero nos corresponde a nosotras liberarnos de eso y a la sociedad evolucionar y educar a los niños y a las niñas. Pero es cierto que desde pequeñas ya nos hacen entender que el cuerpo de la mujer lleva en sí mismo la posibilidad de ser una víctima. Aprendemos que tenemos que tener cuidado y a desconfiar, porque aunque la violación también puede existir en los niños, en las chicas mucho más. Creo que todas las mujeres hemos tenido miedo en algún momento de nuestra vida, ya sea durante la noche, en un viaje o hemos vivido una situación incómoda y en algunos casos trágica.
Mientras se haga daño a una mujer, se hará daño a los exiliados, a los inmigrantes, a los niños o a los homosexuales. Creo que todo pasa por ahí y que una civilización ilustrada, por así llamarla, será la que no haga daño a las mujeres. Y cuando digo mujeres puedo ampliar el término a la naturaleza porque es mujer, es una madre inmensa que estamos destruyendo y que se va a vengar. Yo no creo en los castigos que vienen del más allá pero yo creo que se rebelará.
La protagonista reflexiona sobre que pasa más tiempo con su jefe que con su marido y en la actualidad esto sucede en casi todos los trabajos. ¿Cómo se ha llegado a aceptar esto como algo normal?
Es una fatalidad. El empleo tiene un papel muy importante en nuestras vidas y las personas apasionadas, da igual si son obreros o arquitectos, no deberían contar a sus hijos que el trabajo tiene que ser una vocación, una pasión o una misión. Hay vasos comunicantes entre el trabajo y la familia y lo que sucede en un sitio tiene que ver con el otro. Trabajo y amor –amor en el sentido más ámplio, no solo romántico– tienen que ir de la mano. Por eso es tan importante que las sociedades y las empresas legislen para garantizar el bienestar y el respeto a los trabajadores al máximo.
Hay un momento de paralelismo entre Sylvie Meyer delante de su jefe y Valerie Solanas ante Andy Warhol. La segunda estaba diagnosticada con una enfermedad mental pero Meyer está oficialmente ‘sana’. ¿Puede llegar el sistema a hacer que alguien pierda la paciencia de una manera tan radical?
Todos tenemos una idea un poco romántica y seguramente inmadura de hacer una revolución íntima algún día. Hay quien se va a comprar cigarrillos y ya no vuelve y otros cometen actos ilícitos. Y con esto no quiero incitar a nadie a que se convierta en delincuente. Pero puedo entender, condenando evidentemente lo que sucede en la novela, que alguien de repente tenga ese deseo de revolución ante una espiral infernal en la que se puede caer por estar harta de la presión económica, social o por una ruptura amorosa.
Sylvie quiere extraerse de la sociedad cometiendo un acto que está castigado por la ley, aunque en realidad lo que hace es cambiar al miedo de lado. Por una vez no será el jefe quien ejerza el miedo sino ella. Hay una distribución tan desigual de la riqueza y tantas injusticias que al final es muy natural querer romper la cadena.
Hace unos meses firmó, junto a otros intelectuales europeos, un manifiesto para pedir protección para el sector de la cultura ante la pandemia. ¿Cómo ve el estado actual y el futuro del sector?
Más allá de condenar, creo que los gobiernos han hecho lo que podían porque al principio nos enfrentábamos a algo muy desconocido, nadie sabía nada. En Francia no teníamos mascarillas, por ejemplo. Uno de los primeros errores, y hablo de manera egoísta, fue cerrar las librerías. Mi libro se publicó en enero y todo se cerró en marzo. Y después de meses, las librerías se han convertido en comercios esenciales. La gente ha leído mucho más y creo que las librerías se están salvando más o menos pero para el cine, para el teatro, la música, está siendo muy complicado.
Pero soy una eterna optimista y pienso que nos hemos dado cuenta de que las artes son algo absolutamente esencial para liberarnos un poco de nuestra pequeña existencia de seres humanos. Y aunque el sector ha sufrido mucho, puede que haya recuperado un poco de valor.
En España la extrema derecha está experimentando un auge muy notable pero en Francia ya lo viven desde hace años con Marie Le Pen y su partido Frente Nacional [ahora Reagrupamiento Nacional]. ¿Cómo está la situación de su país en la actualidad?
No lo sé. Creo que Francia ha llegado desgraciadamente a un punto de no retorno. Creo que tiene que ser muy difícil ahora mismo gobernar un país porque el mundo va muy mal, hay un auge del extremismo, también religioso. A Francia y a España nos han golpeado los atentados y no comparo las dos cosas, pero cuando este extremismo religioso amenaza a la población hay otro extremismo que cree tener la respuesta. Y la respuesta no radica ahí.
Ahora los franceses están decepcionados porque había muchas expectativas respecto al nuevo Presidente, que ha hecho lo que ha podido dentro del escenario económico que hay. El país está cansado y dañado. En Francia esperamos demasiado de los dirigentes, hay todavía como un eco de la monarquía. Pero cada ciudadano puede hacer política, basta con tender la mano y ayudar al vecino. Hay que usar el concepto de solidaridad con los otros para frenar los extremismos porque sabemos que el Frente Nacional se lleva muchos escaños y ya sería hora de invertir tiempo y energía en ello.
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