El sábado fue la despedida oficial del verano en la capital. El Dcode Festival, un carrusel de doce conciertos, intentó redimir a Madrid de su carencia de un evento musical propio que consiga aunar lo mejor del panorama internacional y regional. Sin embargo, que la orografía española esté trufada de grandes festivales veraniegos no ha favorecido a la apuesta de Ciudad Universitaria respecto a importantes competidores como el FIB de Benicássim, el BBK de Bilbao o el Arenal Sound de Castellón.
Con sólo cuatro ediciones a sus espaldas, el Dcode todavía no cuenta con fracasos lacerantes pero tampoco ha alcanzado las cotas de espectacularidad que presupone el precio de la entrada (cerca de 60 euros). Después de más de diez horas de música sin interrupción, el regusto final de los asistentes es más dulce que agrio, aunque el dolor de bolsillo queda patente. La carencia de un cabeza de cartel importante, como The Killers en 2012 o Franz Ferdinand en 2013, evidencian agujeros de programación, pero la organización y entrega de los grupos asistentes convirtieron la noche en una de las más disfrutables de la bienvenida otoñal. Con las limitaciones que acompañan el análisis de un festival de formato reducido, estos son los puntos flacos y los cinco aciertos del Dcode 2014.
Lo mejor: directos y organización
Vetusta Morla ha sido una presencia clave en varios festivales y conciertos de este verano y no podían faltar al broche de la capital. Los madrileños cuentan con un importante séquito de fans ganados, entre otras cosas, gracias a ser uno de los mejores directos de nuestro país. El sábado agitaron a los asistentes al ritmo de los temas de La Deriva, su último y reivindicativo trabajo, pero también con algunos de los más evocadores como Valiente, Copenhague o Un día en el mundo. Pucho y los suyos no escatimaron en energía, sudaron entre los focos naranjas y empastaron sus sonidos hasta conseguir la catarsis final esperada por todos sus acólitos.
El horario fue más que favorecedor para el grupo, que cubrió todo el césped de Ciudad Universitaria de entregados seguidores que aullaron ante el anuncio de la noticia reina: su próximo concierto será el 23 de mayo de 2015 en el Palacio de los Deportes. Un escalón inminente ante el éxito de las sucesivas actuaciones en la Sala Riviera y que multiplicará los asistentes a la función más importante de su carrera. Se lo merecen y el sábado dieron buena cuenta de ello.
El desmelene del veterano y la contención del benjamín. A la altura de los anteriores estuvieron dos de los platos fuertes de la velada: Beck y Jake Bugg. La vieja gloria del rock estadounidense despertaba cierto escepticismo con su nuevo disco, Morning Phase, y terminó echando por tierra cualquier desconfianza con el directo más divertido que recordará este Dcode. Beck fue el elemento revitalizante en el ecuador del festival, cuando demostró que a sus cuarenta primaveras no hay género que se le resista. En apenas una hora de concierto recorrió el hip-hop de extrarradio con Hell Yes, la fórmula balsámica con Blue Moon, Wave y Waking Light y su mítico estilo de los 90 en el cierre con Sexx Laws y Where is at.
Inmediatamente antes, el joven taciturno de Clifton hipnotizó a los asistentes con un directo sobrio y profesional bastante alejado de la locura de los twenties. El británico Jake Bugg ha sido comparado hasta la saciedad en las crónicas de estos días con Bob Dylan y Johnny Cash. No intentaremos repetir las razones, solo suscribirlas invitando a escuchar alguno de sus solos de guitarra o esos momentos cuando su folk inundó todo el recinto de Cantarranas. No hicieron falta fuegos de artificio, interactuación con el público, ni siquiera cierta simpatía, para encumbrarle como la mejor voz del festival.
Respecto a las ediciones anteriores, una de las mejorías más importantes ha sido protagonizada por la zona de restauración. Sin entrar a valorar los desorbitantes precios, el cinturón reservado para comer y beber estuvo a la altura de las necesidades, que allí dentro son muchas. La variedad es siempre un grado, y este año la carta superó la barrera de los deprimentes hot dogs de carrito y los bocatas de pan con nada. Además, cada caseta estaba patrocinada por su correspondiente cadena gastronómica, una novedad que apuesta por la confianza ciega de los clientes en sus restaurantes de siempre.
Esta zona fue solo un éxito más en la organización del interior del festival, donde reinó la higiene y el ritmo frente a las insufribles colas congestionadas en baños y barras. Estas medidas deberían ser obligatorias en cualquier evento que presuma de tener su hueco en la agenda estival pero, lamentablemente, otros como el Arenal Sound han evidenciado un año más lo fácil que resulta ir hacia atrás en comodidad y acondicionamiento de espacios.
El Dcode 2014 será recordado como el directo en el que Russian Red despertó de su letargo. Lourdes Hernández llevaba una larga temporada de conciertos aburridos en los que parecía que la vocalista se enfrentaba en los escenarios a un incómodo trámite. En cambio, pese a liderar el peor hueco en la agenda del festival -happy hour de bebida y derby futbolístico-, la madrileña elevó en varias octavas su directo y ofreció una de las actuaciones más disfrutables de la tarde. Aunque su tercer disco, Agent Cooper, ha sido el que menos adeptos ha conseguido, la cantante y sus dos músicos de compañía lograron que sonase totalmente distinto sobre las tablas, y mejor.
Así ocurrió con sus temas melancólicos como Everyday, Everynight, Cigarettes y I hate you but I love you, que lograron un tono rock mucho más acorde con el ambiente festivalero. Ya bastante intensidad fingida habíamos tenido con Anna Calvi. Una voz suave, bonita -aunque en ocasiones subida de tono- y acompañada de un teclado vibrante y batería, que nos hizo olvidar durante unos minutos los puntos más irreconciliables del carácter de su cabecilla.
Lo peor: precios y controles policiales
Lo que no está en la mano de los que cantan y tocan es que el ambiente en los alrededores del recinto sea inexistente. El impresionante dispositivo policial, dispuesto con la intención de que no se formase un gran botellón en la Ciudad Universitaria de Madrid, provocó que la zona del festival tuviese un aspecto desangelado. La organización vendió todo su recinto, sin pensar en que fuera se pueden ganar a la gente. Porque en el Dcode no hay mucho más que hacer salvo beber y comer productos de una calidad discutible y a precios altísimos.
Esto, unido a la floja entrada y al desastre del transporte para los que tenían intención de coger un taxi o un autobús para volver a casa (misión imposible encontrar un solo vehículo libre), pudo disuadir a una gran parte del público. La otra cara, como hemos indicado antes, la representan el gran número de baños habilitados para el público y el cómodo espacio que había para sentarse y conversar en un ambiente muy agradable. Algo que dice mucho de las pocas entradas que se vendieron.
En relación a esto último, uno de los principales elementos disuasorios del novato festival es el exagerado precio de la entrada. El desembolso ronda tranquilamente los 60 euros y en comparación con el cartel de otros festivales resulta todo un despropósito. Este año, La Roux, Beck, Jake Bugg o los dj alemanes Digitalism representaron la obligada faceta internacional. Todos ellos, aun teniendo una importante corte de seguidores, no son un reclamo popular para aquellos que necesitan el empujón final hacia el festival madrileño. Hablamos a rasgos generales, pues para muchos los doce conciertos del sábado -incluso solo dos- bien les valieron ese gasto.
La realidad es que no es de recibo que un evento de unas horas cueste lo mismo que otros de seis días, con los mismos conciertos cada jornada y con un cartel mucho más variado y sobresaliente (como el Arenal Sound). Por otra parte, la falta de espectacularidad en la escenografía no hace más que mellar su reputación. Es esa falta en el cuidado de los detalles la que convierte al Dcode en el festival que aún no merece el 'gran'.
Volviendo a los grupos que dejaron que desear en esta cuarta edición, tendremos que señalar a Bombay Bicycle Club y Chvrches. Los primeros eran la gran apuesta del inicio de la tarde, con unos temas que, si ya sonaban bien en su disco, pintaban ser mucho más animados sobre el escenario. Las expectativas cayeron como una losa sobre los asistentes cuando Shuffle, Always me o Carry me se tornaron sosas y casi representadas por una banda de instituto. Los que pudieron actuar de resorte en un día largo y lleno de actuaciones memorables, quedaron eclipsados por el dúo revelación del rock inglés y mucho menos esperados, Royal Blood.
En cuanto al trío escocés, aperitivo de la parte electrónica del festival, Chvrches no consiguió evitar los bostezos pese a que su vocalista lo intentase a golpe de chillidos desafinados. La dulce voz de Lauren Mayberry desapareció en un directo sin gracia ni efectos que solo sirvió de puente entre una correcta La Roux y unos geniales y tardíos Digitalism.
Información elaborada con la colaboración de Jesús Travieso