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Crónica

Hans Zimmer, el compositor de cine que apoya a Venezuela y ondea la bandera de Ucrania en su concierto en Madrid

El compositor alemán Hans Zimmer, en su concierto en el Wizink Center de Madrid

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Cae la noche de un martes con sabor a lunes en Madrid. Minutos antes de las 20h de la tarde, el Wizink Center está abarrotado y huele a palomitas. Todavía no han llegado el compositor Hans Zimmer y su banda, pero ya se respira cine. El patio de butacas lo copan esta vez hileras de sillas y el fondo del escenario cuenta con dos pantallas gigantes que, minutos después, se llenarán de imágenes de lo que ocurra encima de las tablas. Para cuando se apaguen las luces, la sensación de que este no va a ser un espectáculo al uso ya está presente en el ambiente.

El alemán es el responsable de bandas sonoras tan épicas como Gladiator, Piratas del Caribe, Top Gun, Interestellar, El Rey León y Origen. Por lo que sí, reunir en un show de más de tres horas sus títulos más emblemáticos, llevaba implícito augurar que sería imposible no regresar a casa sintiendo un pellizco en el pecho. Y así fue.

El evento arranca con Loire Cotler, intérprete de la música de Dune, cantando durante once minutos ella sola, hasta que el resto de la banda entra en escena –Zimmer incluido– para continuar trasladando al público al desértico planeta en el que se desarrolla el filme dirigido por Denis Villeneuve en 2021. La energía irrumpe para quedarse. Hay altos niveles de percusión, luces que embaucan con su intermitencia y una puesta en escena basada en varias alturas que permiten que los más de treinta artistas y sus instrumentos gocen de su propio hueco y protagonismo.

“¡Hola Madrid!”, se escucha al concluir el primera. Poco más se le oirá decir en castellano al compositor. “¿Puedo hacer esto en inglés?”, pregunta pidiendo permiso a los asistentes. La respuesta es que “sí”, aunque pronto quedará patente que muchos dan su aprobación con timidez. Hubo más de una y más de un fan que, en las presentaciones de las bandas sonoras, tuvieron que ejercer de intérpretes de sus acompañantes. “¡Qué mono!”, clama una joven asistente ante la sorpresa de su padre, sentado al lado, que quiere saber qué ha dicho. Ella le comenta que Zimmer está alabando el trabajo de su banda y que acaba de reconocer que sin ellos no sería “nada”. Él asiente, aplaude y espera expectante las siguientes piezas, correspondientes a Wonder Woman y El hombre de hierro.

Zimmer toma el micrófono después de cada película para ensalzar una y otra vez el trabajo y talento de sus compañeros. Entre ellos, el guitarrista Guthrie Govan para el que, tras cerca de 130 conciertos juntos, “su ambición es hacer cada noche algo nuevo”. El artista aprovecha para reivindicar lo difíciles que son los comienzos en las carreras de los músicos. “Todos empezamos pobres, en ese momento lo que necesitas es trabajo, y quien te lo da es McDonalds”, lamentó, “pero él no solo lo consiguió, si no que es un artista cinco estrellas”.

Con el episodio dedicado a Gladiator se oyen las primeras palabras en castellano de la banda, en boca del instrumentista de vientos Pedro Eustache. Él es quien da paso a la banda sonora de la cinta de Ridley Scott que, con la voz de Lisa Gerrard, se convierte en un punto de no retorno en cuanto a épica. No en vano, le sucede Piratas del Caribe, uno de sus trabajos más laureados.

En él se luce Molly Rogers, que durante el show toca el violín, la viola y canta con un registro amplísimo. Y junto a ella la violonchelista Mariko y la violinista Rusanda Panfili. Ver a estas tres mujeres entregadas en las partes más conocidas de la película es un espectáculo ya en sí mismo. Sobre el escenario todo el mundo se deja hasta el alma y las constantes cotas de percusión imposibilitan no expenrimentar cada compás en las entrañas. Suerte que el evento incluye un descanso para recuperar el aliento y retomar las fuerzas para la cañera segunda parte. Para quienes se quedaron sin entradas para este martes 16 de mayo en Madrid –que llevaba meses con todas las localidades vendidas– ya están a la venta las de la gira The World of Hans Zimmer. A New Dimension, con la que el artista regresará a España en 2014.

Venezuela, la sabana africana y Ucrania

Zimmer continua su particular propuesta de viaje por la historia del cine con Top Gun: Maverick y El último Samurái. Ambas composiciones, aunque en especial la segunda, dejan patente que crear una setlist de un concierto con semejante nivel de piezas que acompañan los clímax de distintos largometrajes es una apuesta segura muy potente. Al alemán se le ve disfrutar –y tocar una amplísima lista de instrumentos distintos– en todo momento, transmitiendo ese 'ese amor por el oficio' que emociona ver en alguien que lleva cerca de cuarenta años de carrera desde que firmó la música de Mi hermosa lavandería, de Stephen Frears, en 1985.

Para El Caballero Oscuro se baja a la pista junto a otros músicos y siguen tocando por los pasillos centrales antes de alcanzar uno de los instantes más reivindicativos de la velada. Ya de nuevo sobre el escenario, el compositor llama de nuevo a Pedro Eustache y a Alejandro Moros, ambos venezolanos. “En Venezuela están pasando por un momento de mierda. Ambos quieren poder volver a casa y que las cosas cambien en su país”, afirma un Zimmer que arranca el aplauso al recinto madrileño. Tras X-MDP, Supermarine y Paul's Dream la última parte del show incluye uno de los pesos pesados de la trayectoria del músico: Interstellar, cuya interpretación traslada directamente a la odisea por el espacio que ideó Christopher Nolan en 2014.

Las luces transforman al WiZink Center en un cielo estrellado que acoge y remueve. El universo parece estar al alcance de la mano –y de las linternas de los móviles– y el tiempo más detenido que nunca. La sacudida final llega con la única banda sonora que Zimmer decide no presentar, y a la que corta en apenas unos segundos en los que, a oscuras y encogidos por lo que se acaba de presenciar, suenan las primeras notas de El ciclo de la vida, título con el que arranca El Rey Léon, en las voces de Lebo M. y la impresionante Judith Sephuma.

Lo que ocurre a partir de ahí es complicado de definir. La película de Disney estrenada en 1994 es una de las más queridas de la Factoría del Ratón, en gran parte por la aportación del compositor, que concluye el recital en un recinto que parece ahora la sabana africana en la que Simba conseguía ser coronado como rey, junto a su inseparable Nala.

El público se levanta a aplaudir entusiasta, se ven lágrimas y algún que otro abrazo, mensajes de WhatsApp escritos en mayúsculas para tratar de describir lo que acaba de pasar. “¿Te ha gustado?”, le pregunta su hija a su padre sin dejar de mirar hacia el escenario. Aquí sí que ya no hay timidez en la respuesta: “¡Si! ¡Muchas gracias por traerme!”. La mejor noticia es que pese a que van a cumplirse las tres horas de espectáculo, a Zimmer y a su banda les queda aliento para dos bandas sonoras más: James Bond y Origen. El compositor reconoce que la última es “muy personal”, y se nota. El músico arranca sentado solo en el centro del escenario frente a su piano la pieza No time. Tras él, la imagen de la peonza que el personaje encarnado por Leonardo DiCaprio hacía girar en el filme de Christopher Nolan. A partir de ahí, la suerte está echada para que cada cual canalice sus emociones.

Ahora sí, termina el concierto. Aunque Zimmer se deja un último apunte político: hacer ondear una bandera de Ucrania mientras la banda saluda, por última vez –o penúltima, siempre mejor la penúltima– al público.

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