Love the 90's, la nostalgia que llena festivales
Love the 90’s es un festival fascinante. Consigue con facilidad un sold out de 35.000 personas en Ifema abarrotando los 72.000 metros cuadrados de su zona de aparcamiento. Saca de sus casas a un público que habitualmente no va a festivales y puede que a pocos conciertos. Lleva al escenario a grupos para tocar diez minutos, y nadie se queja por ello. Fernandisco o la cantante Rebeca salen a presentar a los artistas como si realmente fueran los locutores de una radiofórmula en vivo. Los djs actúan entre grupo y grupo con tanto éxito —y a veces más— que las bandas. Las enormes pantallas de los escenarios revelan el dramático envejecimiento de eternos postadolescentes, como Fernando López, cantante de Modestia Aparte, pero no importa; si algo tiene el público de este festival es que es feliz y todo lo perdona. Lo gritaban los presentadores y se podía leer en los propios vasos de plástico: “Vuelve al lugar donde eres feliz”.
Ese lugar donde fuiste feliz es tu juventud. Otro de los lemas del festival, repetido como arenga desde los escenarios y grabado a fuego en las camisetas del merchandising es: “Si bailas una vez al año, siempre serás joven”. Por su intensidad y alta concentración, Love the 90's puede servir como única cita anual con el baile y la música para una generación que no encuentra su hueco en el acelerado presente, y le dar un chute anti-age suficiente como para aguantar hasta el próximo verano.
Todo en Love the 90’s está diseñado como una suspensión del tiempo y el espacio (“suspensión del espacio” como una metáfora sobre la desaparición de todo lo que existe fuera de las paredes del recinto). Como una anomalía increíble en la vida de la gente, una tarde-noche de diversión imparable, sin un segundo de descanso, con tres escenarios: uno gigante, el otro enorme y el tercero alfombrado insólitamente con arena de playa; y una atracción de feria (el equivalente a la noria en Mad Cool o Boombastic).
El escenario principal es uno de los más impresionantes, si no el que más (o en segundo lugar tras el Medusa Sunbeach), de los festivales españoles: un monstruo de seis pantallas y varios niveles que escupe llamaradas reales, confeti y fuegos artificiales. Iluminado con genialidad, sus juegos de luces y realización audiovisual constituyen un espectáculo en sí mismo. El plato fuerte se podría decir que fue Chimo Bayo, al que le bastaron tres temas para completar su actuación: La tía Enriqueta, Bombas y Así me gusta a mí. Y, antes de él, Safri Duo, un proyecto danés de trance que se hizo famoso por la incorporación de percusión en directo, con su hit Played-A-Live (The Bongo Song). Y previamente, el grupo que más instrumentos analógicos tocó en la noche, los también daneses Aqua, que vuelven a estar de actualidad por el inminente estreno de la película sobre Barbie, ya que tienen en Barbie Girl, de 1997, su mayor hit.
Se podría decir esto pero, desde otro punto de vista diferente al del cartel, también se podría decir que el verdadero plato fuerte de este festival es la nostalgia. Una celebración desprejuiciada, hedonista e indisimulada de la nostalgia por un tiempo que se escurrió entre los dedos y al que este sábado se le ha hecho una resurrección con un rito vudú participado por 35.000 personas. Los organizadores han señalado que se trata del “evento de los 90 más grande de Europa”. Sería difícil contradecir eso. Y esta no es la única experiencia de estas características: Share Music!, su empresa promotora, realiza un Love the 90's en Alicante, aunque más pequeño, el 26 de agosto. Y un formato similar de nuevo en Madrid, pero con grupos de otra década, Love the Twenties, subtitulado “el festival nostálgico para milenials”, el 24 de junio en el mismo recinto ferial de Madrid, con las entradas ya agotadas. La melancolía por el pasado es un tsunami que ha alcanzado ya a los que nacieron en el preciso instante en el que el público de Love the 90's estaba tomando chupitos de gin mora en la calle Cardenal Cisneros de Madrid o bailando a Technotronic en la discoteca Palladium de Coslada.
(Como no podía ser de otra manera, en las barras se servían copas de gin mora y en el escenario Dance reinó Daisy Dee de los belgas Technotronic, culminando la actuación con su icónico himno de eurodance Pump Up The Jam de 1989).
Este diario no tiene un sondeo que lo avale pero de la mera observación periodística, cruzada con la escucha atenta, se podría extraer que Love the 90's volvería a colgar el cartel de entradas agotadas independientemente de los grupos que conformen el cartel. No obstante, conviene destacar algunos aciertos, como la inclusión de Locomía en ese delirio de escenario Playa de cuyos extremos asoman los tentáculos de un pulpo hinchable y, de su foso, unos potentes aspersores de agua. La franquicia actual de Xavier Font, siempre en renovación de sus miembros, defiende el mítico nombre de la extravagancia dance ibicenca con un cuarteto juvenil de voces muy deficientes pero sublime estilo de baile, técnica del abanico y, lo que es más importante, unos espectaculares trajes ciertamente a la altura de los que diseñó Lurdes Iribar en su primera etapa. En la estela del esencial documental y con el rodaje de la película de Kike Maíllo ya en marcha, Locomía podría recuperar si no su trono, al menos un lugar destacado en la historia de los fenómenos españoles.
El escenario Playa dio alguna sorpresa más, como el rescate de Viceversa, no los que acompañaban a Joaquín Sabina sino un dúo de Badalona formado por dos hermanos en 1989, facturadores de un elegante tecnopop que representaban en el festival, junto a OBK, la corriente de influencia de los primeros Depeche Mode en la escena de pop electrónico español más interesante de la época. Ya solo con uno de los Beato sobre el escenario, Ángel, el público se dio cuenta de a quién tenía delante cuando tocó Ella (más reconocible como “Tu piel morena”) y resultó que no tenía ni que cantarla, bastaba con dirigir el micro hacia los asistentes descalzos. King África soltó, además de la previsible, otra interesante bomba: una defensa del trabajo, no lo suficientemente bien valorado, de los técnicos de sonido en los festivales.
Y el escenario Pop acogía a todos esos grupos españoles que pasaron de ser número uno en los 40 Principales a dar conciertos tristes para cuatro nostálgicos tristes y que ahora se han visto delante de miles de nostálgicos alegres. Un muy competente Carlos Segarra (Los Rebeldes), unos Amistades Peligrosas con un Comesaña desprovisto de la picardía que algún día tuvo en Semen-Up o en su exitoso proyecto de pop picantón, o un muy divertido Pablo Carbonell que sabía muy bien a lo que venía, cerrando el escenario en el que se cantaba en español, con un grupo con el que había ensayado poco pero que defendió dignamente Mi agüita amarilla de Toreros Muertos.
Astrud (extinto dúo de los 90 y los dos miles al que, en cambio, costaría imaginar en estos escenarios pero que hacía una versión de Bailando de Paradisio, dúo belga de eurodance que hizo suyas las pistas de baile en 1996 y que por supuesto actuó también en el escenario Playa este sábado) tenía una canción ya en 1999 titulada La nostalgia es un arma. La reflexión ahora es: un arma para hacer qué.
2