La pesadilla para homologar los estudios musicales: “¿Tanta Europa para esto?”
¿Es posible tardar más tiempo en homologar un máster de estudios musicales cursado en el extranjero que en estudiar ese máster? Suena a chiste sobre la burocracia española, pero es una pesadilla real: la de decenas de músicos, en este caso de jazz que, tras estudiar dos años en Bélgica, Holanda o Austria, regresan a España y se ven inmersos en un laberinto de papeleos que obstaculiza otros dos años su entrada en el mundo laboral. Un trámite inexplicablemente lento que, ante lo difícil que resulta ganarse la vida como músico en esta época de pandemia, está siendo especialmente desesperante para muchos artistas.
Cristina Miguel ya no aguanta más. Acaba de presentar una queja al Síndic de Greuges (equivalente catalán al Defensor del Pueblo) para denunciar una situación enquistada desde hace décadas que vulnera los derechos laborales de los músicos que deciden formarse en el extranjero. Algunos han obtenido, con paciencia, la ansiada homologación del máster, pero el caso de esta saxofonista barcelonesa es más complicado. Antes de hacer el máster en Graz (Austria), Cristina también cursó los estudios superiores en el extranjero. Durante el segundo curso, en el Taller de Músics de Barcelona, descubrió que quería “más nivel y aprender otro idioma”. “Profesores y gente del mundillo me animaban a ir a Ámsterdam. 'Cuando vuelvas tendrás todas las puertas abiertas', me decían”, dándole a entender que con esa formación le lloverían las ofertas de trabajo.
La realidad ha sido justo la contraria. “En julio de 2020 regresé a Catalunya, después de seis años formándome en el extranjero y desde marzo de 2021 estoy luchando para homologar mi título superior de música. Me han denegado trabajos, bolsas de trabajo y contratos que no he podido firmar”, resume. Ni su grado en saxo jazz por el Conservatorio de Ámsterdam ni su máster en la Universidad de Graz le sirven mientras no se resuelva su expediente. “En cuanto llegué a Barcelona, varios músicos que habían estudiado en Ámsterdam me recomendaron que iniciase cuanto antes los trámites de homologación. Llevaban tiempo intentándolo y me aseguraban que era muy engorroso. '¡Empieza, empieza! Esto va para largo!'”, le insistían. Y ella no entendía por qué.
¡Viva Bolonia!
En 1999 se firmó la declaración de Bolonia en la que los ministros de Educación de 29 países europeos impulsaron la creación de un Espacio Europeo de Educación Superior que permitiese que las titulaciones universitarias fuesen reconocidas en toda Europa. El proceso debía culminar en 2010, pero más de una década después los estudiantes de música siguen atrapados durante meses y años en una suerte de limbo burocrático que, en comunidades autónomas con competencias para homologar o convalidar titulaciones de estudios europeos no universitarios, como es el caso de Catalunya, Galicia y Euskadi, puede ser más enrevesado.
Estoy luchando desde marzo de 2021 para homologar mi título superior de música: me han denegado trabajos, bolsas de trabajo y contratos que no he podido firmar
Tras ocho años de estudios, Cristina aceptó el reto más complicado de su carrera: homologar sus estudios. Empezó con una visita al Servei d’Atenció al Reconeixement Universitari. Fue a asesorarse para tramitar la homologación y recibió esta respuesta: “Te abro un expediente porque veo que no lo tienes claro”. “¡Claro que no lo tenía claro! ¡Iba a que me explicasen qué tenía que hacer! Salí llorando”, recuerda. Aún le quedaban unas cuantas llamadas, consultas y papeleos. Consultar a otros compañeros no le servía de mucho. A uno que fue al Departament d’Educació lo derivaron a la sede barcelonesa del Ministerio de Educación. A otro que fue a la sede del Ministerio de Educación, les recomendaron ir al Departament d’Educació. Un ping pong burocrático en toda regla.
Una vez reunidos todos los documentos, pagadas las tasas y traducidos los títulos al castellano por un profesional autorizado por el Ministerio de Asuntos Exteriores, aún le solicitaron algo más: “El programa descriptivo sellado”. Es decir, el plan de estudios de más de cien páginas, traducido al castellano. Esto, más de dos décadas después de la Declaración de Bolonia y cuando se supone que los planes de estudios europeos deberían de estar más que traducidos. “Nadie nos lo ha pedido nunca”, respondieron a la saxofonista en el conservatorio de Ámsterdam, pese a que allí se forman estudiantes de todo el mundo. Pero en el Departament d'Educació le decían que tal vez sería necesario. Y que tal vez no. “He llegado a todos los sitios con la sensación de ser la primera persona que realizaba este trámite. Pero eso es imposible”, duda Cristina.
Ahora solo le queda esperar. Y cuando reciba la homologación de sus estudios superiores, repetir el mismo proceso con el máster. Mientras, ni siquiera puede trabajar de profesora infantil en escuelas municipales. Ya lo intentó. “El director hizo todo lo posible para que me cogieran porque yo podía dar clases de saxo, clarinete y conjunto, pero se denegó mi currículum. El director estaba tan desesperado que se planteaba coger a un amigo ingeniero que tocaba el clarinete. Esta es la realidad”, resume. Un músico aficionado titulado en ingeniería tiene más facilidades para dar clase que una saxofonista formada en uno de los conservatorios más prestigiosos de Europa porque el sistema educativo catalán no tiene los recursos para vehicular un título europeo en menos de año y medio.
Cristina está desesperada. “Sé de compañeros que estudiaron conmigo la carrera en Ámsterdam y que en cuatro meses han obtenido la homologación de sus estudios superiores. Me han recomendado irme tres meses a vivir a Madrid, empadronarme, hacer el trámite y volver, pero no quiero. Ya llevo bastantes años fuera de casa como para tener que hacer ahora este tejemaneje. Y como militante del [sindicato de músicos] SMAC!, además, siento un deber. Quiero luchar para resolver mi situación y que, a partir de aquí, este proceso quede regularizado y ya no le pase esto a nadie más”, dice. “Si este tema no ha salido antes a la luz es porque los músicos hemos aprendido a buscarnos la vida por otros lados”, resume. En su caso, ha sido trabajar de camarera y buscar plazas de profesora en escuelas de música privadas. Pero esto último, precisa, “implica renunciar a un sueldo digno y a una estabilidad laboral. Y no he estado estudiando tanto para ahora conformarme con lo que me den. No me da la gana”, estalla.
En “solo” cuatro meses
En la Comunidad de Madrid, bajo competencia del Ministerio de Educación en cuestión de homologación, el expediente del baterista madrileño Fran Gayo, que cursó los estudios de grado superior en Holanda con Cristina Miguel, estuvo resuelto en cuatro meses. “Si presentas todo lo que pide la web del Ministerio, es fácil”, reconoce Gayo. Y así es: todo lo que necesitaba saber lo pudo encontrar en una web. “El problema es con el máster”, añade Gayo. El año y medio es el tiempo aproximado de tramitación. Y en plena pandemia, puede ser más.
Hubiese ganado la plaza de profesor de batería en el Conservatorio de Sevilla por puntos, porque la persona que la obtuvo tenía 0,2 décimas menos que yo. Ahora ya tengo la homologación, pero es tarde
Viendo el panorama, la opción más hábil fue unir estrategias. “En Madrid nos juntamos todos los que queríamos homologar el máster, abrimos un grupo de WhatsApp y nos íbamos informando”, explica Gayo. “Presentamos a la vez una docena de expedientes muy similares y todos han tenido resolución positiva”, celebra. Pero esperar casi dos años a que se resuelva tu expediente supone ver pasar oportunidades laborales a las que no puedes optar. Hoy Gayo podría ser profesor de batería en el Conservatorio de Sevilla. “Hubiese ganado esa plaza por puntos, porque la persona que la obtuvo tenía 0,2 décimas menos que yo. Ahora ya tengo la homologación, pero es tarde”, lamenta. No sabe cuándo se convocará otra plaza de este nivel. Con lo que cuesta en plena pandemia ganarse la vida en los escenarios, la docencia es un firme asidero económico. Si queda vacante alguna plaza será por jubilación pues es difícil que alguien renuncie a la seguridad de un sueldo como docente.
El “rey de España”
Buscando ayuda para resolver su situación, Cristina Miguel conoció al único trompetista de su generación con un máster europeo homologado. Un raro especímen. “¡Yo soy el rey de España!”, exclama el trompetista Pol Omedes, entre risas. Su sueño era cursar un máster en la universidad de Graz porque allí se abrió en los años 70 el primer departamento de jazz de Europa y porque allí daba clases su admirado Jim Rotondi. Pero su sueño no se convirtió en una pesadilla. Hoy Omedes es profesor de trompeta de jazz en ese Conservatorio Superior de Sevilla al que Gayo no pudo acceder. “Y no es que yo ganase la plaza: es que fui la única persona admitida de toda España. Ninguna de las que se presentó tenía el máster homologado”. De ahí su condición de rey de España.
¿Cómo lo logró? Eso le preguntan muy a menudo. Su respuesta es siempre la misma: Manel Casaus i Boada. Así se llama el funcionario del Departament d’Ensenyament que obró el milagro de tramitar su expediente europeo desde Catalunya y sin perderse en el laberinto. El problema es que el de Omedes fue su último milagro. “Este hombre se ha jubilado. Si los demás músicos no han conseguido homologar su titulación es porque no han topado con nadie de la administración que sepa hacerlo. Mi suerte es que yo di con una persona competente”, celebra. Aunque su caso tuvo su dosis de intriga final. “Una vez tramitado, pasé un año en el que no lo necesité. Un día, pasados dos años, quería acceder a un trabajo de profesor en las Islas Baleares y pensé: ¿dónde estará mi máster? Tuve que hacer un montón de llamadas. Me dijeron que me habían mandado un SMS y un email, pero no era cierto. Mi máster homologado estaba pudriéndose desde hacía un año y nadie me había avisado”, recuerda.
El baterista Joan Casares también perdió su silla en el Conservatorio Superior de Sevilla. Volvió de Ámsterdam en el verano de 2018 con su flamante máster. “Inicié los trámites de homologación en cuanto llegué, pero en Sevilla me dijeron que solo aceptarían mi candidatura si había completado el proceso”, explica. Y tiró la toalla. Año y medio después recibió una carta del Ministerio de Universidades informándole de que su trámite expiraría si no presentaba el documento que le faltaba. Perdería el dinero gastado y debería iniciar el proceso de nuevo. Contra todo pronóstico, Casares completó el trámite por correo; “una opción que, de entrada, no aceptaban”, aclara. “Todo fue tan fácil como enviar por correo postal la copia del título”, explica sorprendido. El videojuego burocrático le mostró un atajo que poco antes no existía. Y en solo ocho meses, los estudios estaban homologados. Era ya noviembre de 2020.
La Generalitat me dio un dinero para cursar unos estudios en Boston que luego no me homologaron. Nunca he tenido la oportunidad de dar clase en una escuela municipal porque no tengo la titulación
A esa esperanza se aferra, por ejemplo, la saxofonista catalana Irene Reig. Cursó su máster también en Ámsterdam y se quedó dos años más en Holanda tocando. Llegó un punto en que viajaba tanto y tenía tantos conciertos en la península que regresó a Barcelona. “Volví con la intención de tocar y de encontrar trabajo en alguna escuela de música porque es una faceta que me gusta y que además es más segura. Ahora, con la pandemia, los músicos apenas podemos tocar”, remarca. Presentó toda la documentación hace un año. “Tengo un resguardo. Supongo que no faltará mucho”, suspira. Ya la han contactado para un proyecto muy jugoso al que podría incorporarse en septiembre de 2022, pero no puede comprometerse a nada porque no sabe si para entonces ya tendrá su homologación.
Sin título desde 1999
Si Omedes tiene el récord catalán de velocidad en la homologación de másteres europeos, el baterista Xavier Reija tiene el de obstáculos para homologar el suyo. Su caso es la paradoja máxima. De entrada, porque si en 1997 viajó hasta Boston para estudiar en el Berklee College fue porque la Generalitat le dio una beca de un millón de pesetas (6.000 euros). “Tuve que pedir un crédito para ir a Estados Unidos, pero sin aquella beca y la que me dieron en Boston ni me lo hubiese planteado”, reconoce. Entonces no se podían cursar este tipo de estudios musicales en España. Reija obtuvo un graduado suma cum laude. “Más que cum laude y magna cum laude, ¡me tenían que tirar pétalos de amapola!”, bromea.
El Berklee College de Boston es una de las escuelas de música más prestigiosas del mundo. Prestigiosa hasta este nivel. “El día de la fiesta de graduación fui con mi borla, como en las películas, y el diploma me lo dieron David Bowie y Wayne Shorter”, subraya el baterista. De regreso a España, el panorama era otro. Ni pétalos ni títulos. “La Generalitat me dio un dinero para cursar unos estudios que luego no me homologaron. Nunca he tenido la oportunidad de dar clase en una escuela municipal porque no tengo la titulación”, lamenta. Lo más cerca que estuvo fue hacia 2004, cuando se impulsó una homologación exprés para profesores de la recién nacida Esmuc (Escola Municipal de Catalunya). “Me pedían 6.000 euros por concederme un título que ya tenía y que me había dado la universidad con más renombre del mundo. Y no me dio la gana”.
En las siguientes dos décadas, Reija ha trabajado como instrumentista de David Bustamante y Pep Sala, entre otros, ha grabado discos, ha publicado libros con métodos para tocar la batería, ha impartido decenas de clinics (clase informal) de percusión y cientos de clases particulares. En 2017 hizo un penúltimo intento de homologar su titulación. Tampoco hubo suerte. Ningún alumno las escuelas municipales de España puede beneficiarse de lo que aprendió Reija en Berklee gracias a una beca sufragada con los impuestos de todos los contribuyentes.
“Es una engañifa”
El balance agridulce está generalizado entre quienes han asumido la aventura de estudiar música en el extranjero. “A nivel personal, creces mucho. Y a nivel instrumental, recibes una enseñanza que aquí escasea. Pero cuando vuelves a España tienes la sensación de que todo es una engañifa”, opina Gayo. Esta es su conclusión: “Está bien irse... si planeas no volver”. Si tu plan es formarte en el extranjero y regresar a España para transmitir tus conocimientos a las generaciones venideras, “es una locura la cantidad de complicaciones que te encuentras. Y, a nivel económico, es como pagar una matrícula nueva más. Entre trámites, traducciones y envíos, puedes llegar a gastar 900 euros: lo que cuesta una matrícula en un conservatorio público en España”, calcula Gayo.
A nivel personal, creces mucho. A nivel instrumental, recibes una enseñanza que aquí escasea. Pero cuando vuelves a España tienes la sensación de que todo es una engañifa
“Mucha gente no vuelve o medio vuelve y al ver el plan, se lo repiensa. En Holanda hay varios músicos que se han quedado más años de la cuenta porque la perspectiva de volver a España es muy complicada”, coinciden varias voces. “Del fórmate fuera y serás el rey del mambo, pasas al me piden inglés para trabajar en un Condis. Y luego no saben traducir un papel que dice Master On Saxophone! ¿Tanta Europa para esto? Es un despropósito muy grande”, explota Irene Reig. Cristina insiste en que su denuncia no persigue únicamente acelerar su homologación sino desembozar un atasco burocrático que seguirá lastrando el futuro de quienes apuesten por formarse en el extranjero. “¿Queremos que crezca la cultura de este país? ¡Que nos dejen volver!”, clama.
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