RUIDO Y SILENCIO

El perro diabólico ladra con rabia

Montero Glez

17 de junio de 2022 22:56 h

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Con su nueva novela, el perro diabólico de las letras norteamericanas vuelve a las andadas. Se titula Pánico y, como viene siendo habitual, James Ellroy despliega todas sus mañas rítmicas para atraparnos en un sinfín de imágenes descarnadas, diálogos excesivos y asuntos violentos.

Bien mirado, James Ellroy ha logrado aquello que anhelaban los beatniks, es decir, alcanzar el fraseo nervioso del bebop en cada párrafo, en cada línea escrita al compás endemoniado del jazz en su concepción más inquieta. Ese ha sido el verdadero logro de Ellroy, el haber conseguido empastar la música de aquellos años de la única manera posible, y esa manera no es otra cosa que su estilo: sumarial, a cañón tocante. Sin concesiones. Kerouac se quedó con las ganas y Ellroy lo consigue de sobra. Esa es la diferencia.

En la novela, editada en castellano por Random House, se nos cuentan los chismes de la Costa Oeste en la época atómica, cuando Charlie Parker se buscaba un trozo de vena virgen donde chutarse y Gillespie inflaba los mofletes como nalgas para soplar melodías calientes. Con esto, Ellroy consigue montar la banda sonora que escucha Robert Mitchum mientras se aprieta un canuto cargado de yerba, y Burt Lancaster busca mujeres masocas para su gabinete de torturas. Es la música que acompaña a John Wayne cada vez que se pone unas bragas y se traviste frente al espejo clandestino de un tugurio que James Dean vigila. La novela de Ellroy es un sinfín de sorpresas donde quedan al descubierto las cuestiones vulgares de vicio de algunos célebres actores.

Como no podía ser menos, también salen a relucir las miserias de algunos músicos. El saxofonista Gerry Mulligan acusa a Art Pepper de hacérselo con menores. Lo hace para conseguir con su delación unos gramos de heroína. Porque Charlie Parker no es el único que aquí se busca la vena. En aquella época atómica, el músico que no estaba enganchado es porque había muerto. La droga dura abrasó a los boppers.

Art Pepper tuvo la honestidad de contar su travesía por cárceles y prostíbulos mientras la heroína dejaba el rastro indecente en su pellejo. Lo contó su mujer Laurie en el libro 'Una vida ejemplar'; unas memorias dictadas por el propio músico donde nos muestra los rincones oscuros de una vida en la que el peso de la soledad marcó el lirismo de su soplido. El libro salió hace unos años editado por Global Rythm y hoy es difícil de encontrar. Estaría bien que Julián Viñuales lo reeditara en Kultrum. A ver si dicho así, en público, sirve y nos hace caso.

Mientras tanto, lo mejor que podemos hacer es sumergirnos en la nueva novela de Ellroy que llega cargada de música y de historias que se cruzan entre robos, extorsiones y polis chungos, donde los sementales se exhiben y las actrices de Hollywood practican el amor sáfico con alguna que otra mujer ejerciendo de hombre igual a un ángel viril. Es entonces cuando sucede lo irremediable y la palpitación del misterio lleva al protagonista a sumar tríos.

Pero sobre todo lo demás, en la última de Ellroy está la música que empasta con cada una de las voces que aparecen en la novela, una polifonía semejante al coro que recluta la mujer de Art Pepper para componer las memorias del saxofonista, pues Laurie no solo transcribe las palabras de su marido, sino que también transcribe las palabras de otros músicos, dando como resultado una de las biografías más crudas y sinceras que se han escrito nunca. La novela de Ellroy me lo ha recordado a cada rato.