Hay veces que me lavo las manos después de escribir; y no lo hago por remordimiento, qué va, sino por borrar cualquier indicio de mi contienda. Porque escribir es una manera de boxear, de mantener la tosca elegancia del púgil sobre el papel en blanco.
En estos días, en los que la calina se levanta pronto del suelo, me tiro a leer los cuentos de Ring Lardner, el americano que nunca dejó de ser periodista deportivo. Para quien no lo conozca, baste decir que Lardner viene a ser el eslabón perdido entre Mark Twain y Hemingway; un autor de historias duras, escritas con la acidez del que sabe que sólo se puede escupir cuando el miedo no te ha vencido y aún queda saliva en la boca.
Si hablamos de Lardner, hablamos de una época racista; tanto era así que a Jack Johnson le anunciaban como el primer hombre “negro” Campeón Mundial de los pesos pesados. Era un mundo áspero al que muchos años después Miles Davis pondría banda sonora; jazz y rock con pellizcos de funk para la endiablada trompeta afinada con el silbato del tren. De esta manera, el jab, el hook, el uppercut, el overhand, el cross, el gancho, el golpe recto y el swing, todos los golpes habidos y por haber se hacen música en el disco titulado A tribute to Jack Johnson.
No podría haber sido de otra forma. Porque, según cuenta el mismo Miles Davies en su biografía, el movimiento que arrastran los púgiles es tan pesado que resulta igual al sonido de un tren. “Me recordaba estar en un tren que hacía 80 millas por hora, escuchando siempre el mismo ritmo debido a la velocidad de las ruedas que tocan las vías, el plop-plop, plop-plop, plop-plop (...) Cuando piensas en un gran peso pesado que viene a ti, es como un tren”.
Para realizar el disco, Miles Davis se rodeó de lo mejorcito, léase Billy Cobham y Jack DeJohnette de bateras, Herbie Hancock y Chick Corea a las teclas, Steve Grossman saxofón, y eso sin olvidar a Michael Henderson, combinándose con Dave Holland al bajo eléctrico y con John McLaughlin al que Miles Davis le pidió que tocase la guitarra como si no supiese hacerlo.
Una pasada de disco que va a inaugurar la década de los 70 y que va a ser de los más excitantes de Miles Davis, entregado por entero a la electricidad de una época de pantalones de campana, tacón cubano, olor a yerba y peinados afro; una época que estéticamente poco o nada tenía que ver con la sobriedad de la época en la que Ring Lardner escupía sus crónicas pugilísticas, pero el movimiento circular de los procesos históricos la traía de nuevo hasta aquellos días funkarras donde Vietnam y el racismo jugaban a las simetrías con la música de un tren cargado de humo.
Para quien no conozca aún a Ring Lardner y quiera leer a un autor de los que se manchaban las manos con el betún de la derrota, queda por recomendar sus cuentos que llevan por título Campeón. La traducción es de Horacio Vázquez Rial y han sido publicados por Montesinos.