María Velasco: “El día que sea más vergonzoso ser putero que prostituta, daremos menos asco”
María Velasco escribe duro, desagradable incluso. Pero lo hace lento. Su teatro aún no está hecho pero raspa como un accidente de moto, de manera larga y erosionando por capas. Su última obra, Talaré a los hombres de sobre la faz de la tierra, habla sobre su vida lastrada de horrores y sobre una sociedad que, aún vestida con todos los oropeles de solvencia y humanismo, sigue hediendo al mismo tiempo que hiere y lesiona al individuo. A la mujer en concreto. La pieza es un ataque furibundo a la sociedad patriarcal y su capacidad de anular a las mujeres desde una edad temprana. Pero también es una apuesta por un teatro confesional que clama expiación al mismo tiempo que capacidad para perdonar.
En esta obra larga, desacompasada pero bella, la autora une de manera poética el maltrato de género con el ecocidio. El público asiste al derrumbe emocional y sexual de una niña que está por crecer (Laia Manzanares) en un universo masculino que arrasa mujeres como el fuego bosques, sin contemplación, masivamente, dejando una herida global e irreparable. Se representa la lucha de una mujer milenial que se niega a ser víctima en manos de maltratadores, pero que se asfixia en silencios fruto de la vergüenza. La protagonista se prostituye para financiar su doctorado, pero también para castigarse y para redimirse. Dice en la obra: “Te abres de piernas a aquello que siempre ha estado conviviendo contigo. Por fin, les miras a los ojos. En el jacuzzi somos mil. Para descolonizar mi cuerpo, lo sometí a una guerra de guerrillas. Todas las metamorfosis duelen”.
Un árbol cae, una mujer desaparece
Talaré a los hombres de sobre la faz de la tierra muestra con crudeza la dificultad de renacer, de formarse como adulto después de una infancia y adolescencia infeliz. “Lo preocupante es que no somos niños de la guerra ni hemos vivido situaciones de exclusión fuerte. Yo provengo de una clase media baja. Aun así, en una sociedad avanzada como la nuestra se sigue ejerciendo a cada paso un deterioro brutal de la materia prima con la que una persona nace. Acaban con lo mejor que hay en el ser humano”, explica esta autora que comparte la visión de Franz Kafka, Elfriede Jelinek o Thomas Bernhard de una sociedad donde términos como educación y humillación, sexo y transacción, o mujer y utillaje, han acabado por ser sinónimos. “Nunca podré hacer teatro de vanguardia porque tuve una infancia infeliz. Arrastro ese legajo, todavía sigo haciendo teatro para perdonar. Todavía tengo mucha basura que purgar en casa. Son cosas que salen de manera obsesiva en las obras porque está en mi pasado. Es algo con lo que todavía estoy dialogando. Tengo muchos muertos en el armario. Todavía sigo triturando basura”, explica.
Tengo muchos muertos en el armario. Todavía sigo triturando basura
En un momento de la obra asistimos a una especie de diario donde se cuenta la incursión de esta joven en la prostitución al mismo tiempo que trabaja en su tesis doctoral. Tras el cliente número uno, el personaje nos cuenta que pudo comprar pescado y corregir el marco teórico. Tras el segundo, que compra una cuña de queso, un vino reserva y corrige el marco metodológico de la tesis… Se mezcla la prostitución carnal y la intelectual. Pero la voluntad no es solo metafórica. Velasco es valiente, no se esconde y deja claro, en la obra y a este periódico, que lo que está viendo el espectador pertenece al pasado de la autora: “Sí, todo forma parte de mi pasado y sería una hipocresía no decirlo cuando se está hablando justamente de superar el tabú, de romper estigmas que se producen justamente por el silencio, porque no somos capaces de decir: 'yo estuve ahí'. Lo que me interesa es que el espectador sienta que hay una realidad en las palabras más allá de que sea biográfico, que hay carne, que la obra ha sido vivida y encarnada. Da igual quién lo firme. Lo que se está contando quema, me quema, por dentro. Ese es mi pacto para mantener la atención y para que la gente me regale dos horas”, sostiene aludiendo a una transacción con el público un tanto irónica.
María Velasco ganó el premio Max a la mejor autoría teatral el pasado junio. En la gala, Velasco subió al proscenio y dijo: “Como autora solo se me ocurren palabras malsonantes”. Después, contó cómo la pieza pudo hacerse desde la “autoproducción profundamente esforzada” y también aludió a la prostitución: “Sí, dije que hasta que no haya un día que no sea más vergonzoso decir que eres putero que prostituta, tenemos un problema. Y es verdad, ese día daremos menos asco. Pero bueno, no tuvo mucha repercusión, la memoria histórica sí es política, la prostitución parece que menos”, argumenta Velasco.
En medio de una guerra
Velasco lleva más de un decenio escribiendo textos y recibiendo premios. Poco a poco va dirigiendo sus obras. Está intentando erigir un lenguaje no solo literario, sino escénico. Ya son más de diez años de precariedad, de montajes efímeros y sin verdaderos espacios donde poder trabajar y experimentar cómo esa escritura puede tomar forma en escena. Si bien sus textos han sido reconocidos, su teatro no ha tenido una recepción fácil en el espectador. Su montaje sobre la novela de Boris Vian, La espuma de los días (1947), que pudo verse en el Teatro Español en 2019, era una obra interesante donde el clásico de Vian se acometía con libertad desde un teatro que anteponía las poéticas del cuerpo y el espacio a las nociones más tradicionales de conflicto, ritmo, fidelidad al texto y acción dramática. La recepción de la obra fue mala, se la acusó de inexperiencia, de no saber abordar diálogos ni dirigir actores. La guerra entre el teatro que sigue el canon y ese otro teatro experimental, que dialoga con los tiempos y usos de la plástica y el cuerpo, sigue bien presente en este país.
El teatro de Velasco está en medio de esa guerra. “En escritura he experimentado todo lo que he querido desde mi escritorio, pero no he tenido las mismas oportunidades de residencias para dirigir y trabajar con los actores y el espacio. En eso soy muy virgen. La gente entendió La espuma de los días como un error, como una falla en la dirección de actores y la puesta en escena de los diálogos. En Talaré... escribí diálogos para que la gente entendiese que mi manera de tratarlos es una elección poética y no tiene que ver con una zona de ignorancia”, explica sobre su última obra. Después de representarse en septiembre en la Cuarta Pared de Madrid, viajará a la Sala Beckett de Barcelona, a Badajoz y a Alicante.
En Talaré... los diálogos están bien escritos y tienen ritmo al mismo tiempo que se permiten un nivel poético nada costumbrista. Pero en escena, si bien esa poética está presente, el ritmo de los diálogos se lastra a voluntad buscando otro tiempo, un extrañamiento donde reinan los silencios entre las réplicas. Ahí, además, cuenta con bregados actores como Miguel Ángel Altet o Beatrice Bergamín que dan forma a ese otro tempo. Velasco parece querer talar su ritmo como quien se deshace de una floritura, parece querer desmembrar los textos buscando qué queda después del desastre. “Estoy en cierto modo influenciada por un teatro, como el de Emilio García Wehbi y Maricel Álvarez, donde la actuación se aborda desde un tiempo extraño, desde un extrañamiento experimental que no aprendí en ninguna escuela pero que me caló cuando lo vi”, explica Velasco citando a estos dos creadores argentinos fundamentales en el teatro de aquel país.
“Busco tiempos distendidos, muertos. Es un tiempo, además, menos manipulador con el espectador. Cuando me dicen que la gente se desconcentra viendo la obra me encanta, busco eso, si fuera valiente sería mucho más extrema. Admiro a los compañeros que trabajan esculpiendo el tiempo en escena, para mí eso es mucho más importante que el conflicto, la acción dramática y los demás sacrosantos cánones teatrales. Pero me queda mucho camino”, concluye la autora.
Meritocracia y mediocridad
En Talaré..., Velasco junta feminismo, ecocidio, maltrato, prostitución, simbolismo, danza y performance en una propuesta que intenta deformar el teatro naturalista hacia un terreno todavía no hallado. Velasco todavía no lo tiene agarrado. Su escritura todavía va por delante de la propuesta escénica. Sus textos tienen la capacidad poética de relacionar temas y símbolos al mismo tiempo que pueden convertirse en armas arrojadizas, escupitajos llenos de rencor restitutivo. La escena final de Talaré... en que Velasco, que se doctoró en 2015 en Comunicación, espeta al tribunal de su tesis lo que en su día no pudo decirles, es una verdadera apostasía de la meritocracia varonil donde no queda títere con cabeza.
Al comentarle la dureza del texto, Velasco lo tiene claro: “Es mi experiencia como alumna y como profesora. En la universidad el sistema de acceso al profesorado perpetúa la mediocridad y la cosificación del conocimiento. Los catedráticos, casi todos hombres, lo único que intentan es perpetuar sus metodologías y su visión. Conocimiento y ego van de la mano. El pensamiento es discusión, controversia y no crear groupies. En las escuelas de teatro pasa lo mismo, están llenas de profesores 'gurú' que viven de la adoración que les profesan niñas de 18 años, profesores que ya no están cerca del teatro y que toda la relación erótica que tienen en sus vidas es en las clases. Eso es un peligro”, razona.
Ahora, después de recibir el premio Max, Velasco tendrá la oportunidad de producir con más tiempo y medios. Prepara nueva obra para 2024 y ya está en conversaciones avanzadas con dos de los teatros nacionales más importantes del Estado para que apoyen y alojen el montaje. La obra aborda el asesinato en Burgos de una niña de seis años coetánea de la autora. Un caso no resuelto que puso patas arriba la ciudad de Velasco. Pero nada está asegurado. Su teatro está naciendo, los tratamientos simbólicos y estéticos de la obra fallan recargando más que abriendo huecos, y las escenas de diálogos extrañados apuntan, pero todavía no dan en la diana. En Talaré... incluso hay momentos en que la poética del cuerpo, ejercicios cercanos a la danza pulcramente ejecutados por Joaquín Abella, chocan diametralmente con la propuesta. Quizá esto mismo sea lo valioso de la obra, poder asistir como espectador a una manera no acabada, poder acompañar esa búsqueda. “Estoy en la cuarentena, ahora tendré la oportunidad de caerme con todo el equipo, de cagarla, pero por lo menos lo haré en condiciones”, concluye.
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