'Sueños y visiones de Rodrigo Rato': “el milagro español” era Chimo Bayo
Qué hay detrás del hombre de traje. Esa era la premisa de Pablo Remón al escribir junto a Roberto Martín Maiztegui Sueños y visiones de Rodrigo Rato, la obra que se representa estos días –y hasta el próximo domingo– en el Ambigú del teatro Kamizake en Madrid. El texto, que obtuvo el premio Jardiel Poncela de la SGAE en 2017, recorre de forma ficcionada, pero a partir de hechos reales, la figura del político, sus ambiciones y sus grandes errores dejando un amplio espacio para la persona.
A la manera de un Harold Pinter, huye del panfleto. “No quería que fuera una obra ni acusatoria ni ofensiva, porque me parece que el teatro no se hace para eso. Me importaba que el espectador encontrara algo distinto a lo que esperaba”, comenta Remón a eldiario.es.
Así, la obra, interpretada por Juan Ceacero y Javier Lara, que se meten en la piel de varios políticos del PP desde finales de los ochenta hasta casi el presente, y que cuenta con un atrezzo mínimo de cuatro sillas –lo que puede dar de sí el teatro con la imaginación– no es una condena para Rato. Ni siquiera hay un prejuicio. “Se cuentan los hechos que sucedieron, lo que se está juzgado y lo que no. Pero no es una opinión al respecto”, insiste Remón.
La directora del montaje Raquel Alarcón recalca que en esta línea tan sutil estribó precisamente la dificultad: “Es que es un terreno muy delicado. Porque fácilmente te vas a un lado o a otro. Había que tener muy clara la distancia con la que se está contando, y fue el humor el arma para fagocitar todo esto y sin caer en el juicio”.
El bakalao noventero
Y, sin embargo, tampoco se esconde la crítica. La obra comienza con un Rato que acaba de salir del juzgado en el que ha declarado por el uso de las tarjetas 'black'. A partir de ahí hay un ejercicio de flashback desde que a su padre Ramón Rato le condenan en 1966 por evadir dinero a Suiza hasta que se produce el desastre de Bankia. Lo que se traslada es, por tanto, como afirma Alarcón, “no un retrato de personajes sino una época entera. Rato nos sirve para contar algo más grande”.
Esa época se centra, principalmente, en los años noventa. En 1989, Jose María Aznar –un personaje de bastante peso en la obra y sobre el que se trazan las líneas más gruesas en su caricaturización de personaje ególatra y grotesco– es elegido presidente del PP. Empieza su carrera para llegar al Gobierno y de la mano va siempre su amigo Rato, un hombre que ha estudiado finanzas en EEUU. En 1996 el PP gana las elecciones –aunque sin mayoría absoluta–, y España comienza a salir de una fuerte crisis económica con Rato como ministro de Economía y vicepresidente. Se produce lo que tiempo después se llamó el milagro español, que como incide la obra, de milagro tenía bien poco.
“Es que la vida de Rato está muy centrada en los noventa, en el 96 y los años que siguieron con aquella primera legislatura del PP, que se podrían llamar los de la fiesta. Y todos participamos de eso. La gente compraba una casa y la vendía por un precio mayor, y compraba otra y así”, comenta Remón. Una época en la que se construyeron más viviendas que en toda Francia, Alemania, Italia y Reino Unido juntos. Y con el crédito disparado (que nadie pensaba que había que devolver). Y con los bancos haciendo caja. Y con la ruta del bakalao, con un Chimo Bayo de líder total. “Rato llenaba los parqués de la Bolsa y Chimo Bayo las pistas de las discotecas”, resume el dramaturgo. En la obra resuena ese tecno y esas 'bombas, bombas', que nos iba a explotar a todos no mucho más tarde.
“Lo de la Ruta del bakalao parece algo muy pasado, pero fue hace nada, y también fue muy de aquel momento, muy noventero, porque tenía algo de burbuja que ahora negamos”, sostiene Remón. Pero llegó el despertar de la crisis. Y ahí estaban también Rato y Bayo. A los dos se les acabó la pólvora. “Tanto la época de éxito como de la crisis son dos focos que cuentan mucho de la historia de este país y de ahora. Y cada uno ha perdido su parte”, añade Remón.
Los puntos ciegos
En el montaje se busca trazar una vida política que, no obstante, tiene muchos puntos que aún a día de hoy son desconocidos (menos para su protagonista). Hay dos preguntas que se mantienen en el aire: ¿por qué Rato dijo que no cuando Aznar la ofreció por primera vez ser su sucesor y por qué dimitió como presidente del FMI? En la obra los solventan mediante lo que llaman 'puntos ciego', una idea que tomaron prestada del novelista Javier Cercas.
“Contamos una historia como si fuera una obra de ficción y cuando ficcionas algo tiendes a buscar causas y consecuencias. Sin embargo, la vida está llena de saltos, de cosas que no son lógicas, y es verdad que hay un par de momentos que realmente no sabemos qué pasó ni por qué tomó esas decisiones”, manifiesta Remón, que piensa que todo es menos racional que lo que puede parecer en un primer momento.
“Posiblemente no haya una sola razón que no sepamos, sino varias. Por ejemplo, cómo influye la persona en el político. Hasta qué punto el divorcio de Rato influyó en todo eso. Que una cosa personal influya en el devenir de un país es muy interesante”, señala el dramaturgo. De ahí que incluso la icónica escena en la que Rato toca la campana de la salida a Bolsa de Bankia esté pasada por el tamiz de un psicoterapeuta como un trauma del que todavía el político no puede desprenderse.
La apasionante historia de la España reciente
No es la primera vez que Remón aborda la historia más reciente de España. Ya lo hizo con la obra 40 años de paz y con el cortometraje Todo un futuro juntos, que retrataba la época de las preferentes de Caja Madrid. “Me interesan los temas de la realidad, pero no aquellos que tienen respuestas claras, o que ya sé lo que están diciendo. Me gustaría pensar que esta obra trata de políticos, pero no habla de política. No se puede reducir a una tesis, sostiene. Por eso, también le gustaría abordar la época socialista con otro personaje como Felipe González, ”personas como nosotros, pero que han tenido acceso a todo el poder y eso me resulta apasionante“, describe.
Al final nuestro presente –también esta más que probable repetición de elecciones–, para él tiene mucho que ver con nuestro pasado. “En la Transición se decidió que los partidos tuvieran mayorías amplias para que no sucediera lo mismo que en el primer tercio del siglo XX, que estuvo lleno de elecciones y cambios de gobierno. Todos decimos que eso estaba mal, pero ahora estamos repitiendo elecciones… Tendemos a olvidar el pasado, pero es que no son cosas nuevas”, abunda Remón. Así que, como dice la canción de Novedades Carminha, “elegante pero punki a la vez”, según la directora Raquel Alarcón, con la que se inicia este montaje: Que Dios reparta fuerte.