La huella que deja el arroz que comes: del agua al efecto invernadero
Para más de la mitad de la población mundial, es algo que nunca falta en su plato. Para las personas más pobres, sobre todo en Asia, es, a menudo, lo único que comen. Y sin embargo, el arroz, ya sea blanco, violeta, marrón o cualquiera de las más de 40.000 variedades diferentes que se cree que existen, apenas ha llamado la atención de los movimientos ecologistas internacionales. Tampoco, a diferencia de otras materias primas, existe aún una certificación que regule su sostenibilidad.
No es porque su impacto medioambiental sea menor al de otras materias primas. Los campos de arroz usan hasta un 40% de toda el agua utilizada para el riego y emiten un 10% de las emisiones globales de metano, gas de efecto invernadero, debido a la descomposición en ausencia de oxígeno que se produce bajo el agua.
Al ser una planta que crece en zonas inundadas, la transmisión de fertilizantes y pesticidas al agua es mayor que en otros cultivos. Es, además, uno de los cereales más expuestos a los efectos del cambio climático, ya que se cultiva en zonas sensibles, como humedales.
A pesar de estos importantes impactos, el sector apenas ha sido motivo de campañas para reducir su huella social y medioambiental, como sí ha ocurrido con el aceite de palma, la soja o el azúcar. “En otras materias primas, hay un activismo muy bien organizado. Pero nunca ha habido este tipo de activismo para el arroz”, apunta Wyn Ellis, coordinador de la Plataforma para un Arroz Sostenible. Se trata de un proyecto secundado por Naciones Unidas y Instituto Internacional de Investigación sobre el Arroz (IRRI, en sus siglas en inglés).
Una de las principales razones de esta falta de atención por parte de los colectivos ecologistas es el escaso consumo de arroz en los países occidentales, asegura Ellis. “Muy poco arroz se comercia a nivel mundial”, dice el investigador. “La mayor parte es consumido a 50 kilómetros del lugar de producción”.
Eso significa fundamentalmente Asia, donde se produce el 90% del arroz mundial, según la Agencia de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), después de convertirse en la estrella de la llamada 'Revolución Verde' en el continente oriental.
El mismo IRRI surgió de aquella revolución con el objetivo de crear especies mejoradas que incrementaran la productividad de los campos. En 1966, el instituto presentó un prometedor resultado, el llamado IR8, una variedad mejorada de arroz con altos rendimientos que, sin embargo, incrementó también el uso de agua, pesticidas y fertilizantes.
Aunque el IRRI sigue trabajando en mejorar las variedades, las prioridades ahora han cambiado y la sostenibilidad es una de las principales preocupaciones. “Si queremos satisfacer las necesidades de la población en el futuro, necesitamos que los métodos sean más sostenibles”, afirma Ellis, quien explica que buena parte de la producción mundial de arroz se verá desplazada hacia el norte como consecuencia del cambio climático.
Hacia un certificado del arroz sostenible
A través de la Plataforma para un Arroz Sostenible (SRP en inglés), IRRI y la ONU están trabajando en una certificación que, como los sellos de Comercio Justo o de la RSPO, la Mesa Redonda para el aceite de palma, acredite el arroz plantado bajo ciertos criterios sostenibles.
El instituto publicó los estándares base en 2015 y está ahora revisando los 46 criterios de los que se compone, que incluyen desde uso de agua y fertilizantes, a criterios sociales y laborales. El proyecto trabaja además en establecer un sistema de verificación de cumplimiento, a través de auditorías, que permita comprobar sobre el terreno que los principios mínimos se cumplen.
El sello no es solo importante porque su ausencia priva a los consumidores de una alternativa ecológica en las estanterías de los supermercados, sino porque está afectando también en las cadenas de producción de productos más complejos que están trabajando también en mejorar sus estándares, como es el caso del pienso para animales.
“(El arroz) Es uno de los productos que más problemas nos están dando a la hora de crear estándares para piensos”, asegura Michiel Fransen, director de Estándares y Ciencia del Aqua Stewardship Council, que está trabajando en un nuevo sello para los piensos utilizados en acuicultura.
“Los mapas de pobreza y del arroz se solapan”
El cultivo de arroz es sinónimo de pequeño campesino. Según la FAO, el tamaño medio de las parcelas de cultivo de arroz es de tres hectáreas que se localizan, a menudo, en zonas deprimidas. “Si ves los mapas de pobreza y de cultivo de arroz a menudo se solapan”, afirma Ellis.
Por esta razón, los gobiernos de los principales países productores han cuidado siempre con celo a los productores de arroz, limitando las importaciones y garantizando precios. Y también por ello, los esquemas de certificación son mirados con recelo, ya que la experiencia con otras materias primas es que el acceso de los pequeños propietarios a conseguir el sello es casi imposible, debido a su alto coste.
Así, en el caso del aceite de palma, un estudio publicado por WWF en 2012 cifraba el coste medio que supone a los pequeños propietarios acceder a la certificación de la RSPO entre los 1,19 y los 34,66 dólares por hectárea, una cantidad que está fuera del alcance de la mayoría de ellos.
Basándose en esta importancia social del arroz, la certificación del IRRI, asegura Ellis, tiene un enfoque diferente a la mayor parte de sellos y se basa en un 'sistema de escalera' por el que se tienen en cuenta los progresos y no tanto los estándares mínimos. “Queremos establecer un límite de entrada muy bajo que recompense a los pequeños propietarios”, asegura Ellis.
Los estándares son aún recientes y sus impactos reales sobre el terreno están por determinar. Las empresas, sin embargo, ya están empezando a acogerse a la nueva propuesta y Mars ha asegurado que para 2020 todo el arroz que utilice tendrá que proceder de que sigan los estándares de la SRP.
El éxito del sello, no obstante, aún no está asegurado. Sin un activismo claro y con unas zonas de cultivo altamente amenazadas por el cambio climático, la carrera contrarreloj del arroz hacia la sostenibilidad estará llena de baches.