Decenas de menores dejan los centros de acogida de Ceuta por miedo a su repatriación: “Vivimos mejor en la calle”

Gonzalo Testa

Ceuta —

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Decenas de menores marroquíes vagan por las calles pero no necesitan que ningún periodista vaya a contarles que las expulsiones han sido paralizadas. Casi todos tienen móvil y están más o menos informados, pero les inquieta aquello que aún conocen. Sobre todas las dudas, late una con fuerza desde el pasado viernes: ¿qué criterio se utiliza para ordenar las repatriaciones y cuándo se retomarán? Que van a seguir, lo dan por hecho.

Boulis, que dejó el centro de Santa Amelia –desde el que han comenzado los retornos– a principios de mes, conoce a “a al menos a 20” de los menores repatriados por la fuerza en los últimos días. “Todos se arrepienten de no habernos hecho caso, de no haberse quedado y de continuar allí confiando en que los llevaran a la península”, asegura en relación a las vías que la ciudad exploró sin éxito con otras autonomías para aliviar la presión que soporta en el supuesto de que Rabat no aceptase ningún retorno de niños, como había hecho siempre.

“Estaremos aguantando hasta que terminen las devoluciones y después seguiremos intentando subirnos a un camión o a un barco para cruzar el Estrecho o volveremos a los centros si nos llevan a la península como a otros menores”, añade Mohlis, que a pesar del calor y la humedad viste camiseta de manga larga a primera hora de la tarde bajo la sombra de las palmeras que custodian el acceso a la Autoridad Portuaria.

Ismail, Mohamed, Abselam, Said, Ayud, Mohlis, Boulis, Ismael, Sufian y Hamza proceden todos del barrio de Buyarrach, en Tetuán, la metrópoli marroquí que roza el millón de habitantes a 40 kilómetros de Ceuta de donde son la mayoría de los 12.000 ciudadanos que entre el 17 y el 19 de mayo, con la complicidad de las autoridades de aquel país, accedieron irregularmente a territorio español.

Aquella crisis fue un atajo nunca visto para iniciar ese viaje que tantas veces se habían planteado a través de una ciudad que jamás habían pisado. Ceuta, creían, sería sólo “una estación de tren”, un punto donde sellar y continuar la ruta, pero llevan meses ya en la ciudad durmiendo en escolleras, comiendo en los jardines lo poco que consiguen de pedir a las las puertas de los supermercados.

El inicio de las repatriaciones de menores marroquíes solos ha empujado a decenas de niños y adolescentes a abandonar los alojamientos provisionales que hasta la semana pasada acogían a 700 en los campamentos de Piniers y el polideportivo Santa Amelia. Cerca de un centenar más considerados especialmente vulnerables están en el Centro de Realojo Temporal de ‘La Esperanza’ y la asociación Engloba da cobijo a 65 chicas en otros espacios.

El Gobierno de Ceuta, que “no tiene” cifras, niega que exista “relación causa–efecto” entre las expulsiones y la desbandada, menor, en todo caso, de lo que se temieron las autoridades, tras saber que el proceso de retorno se alargaría 50 días, sin contar el revés judicial que el plan del Ministerio del Interior y el Gobierno de Ceuta sufrió este mismo lunes.

Las mismas fuentes también ha desmentido que los ‘abandonos voluntarios’, como los clasifica la Fundación SAMU, puedan considerarse “masivos”. El miedo a que quien sea que esté ejerciendo de revisor los devuelva al punto de partida de su viaje asusta a estos niños y adolescentes que acumulan ya muchas razones para desconfiar del sistema.

Sufian, 14 años, el más pequeño de todos, sonríe pícaro cuando escucha que los más jóvenes serán, teóricamente, los últimos. A Hamza, que cuando coge confianza reconoce tener 20 aunque oficialmente ha dicho 17 –y ha tenido el beneplácito de las pruebas de determinación ósea–, se le tuerce el gesto…

“No pararán hasta que Marruecos reciba a 800”, dicen.

En ese entorno acaba la mayoría de los jóvenes marroquíes que rechazan la guarda de la ciudad autónoma, que lleva meses prometiendo recuperar un exitoso programa de la Universidad de Málaga que trabajando con ellos en la zona portuaria por la vía de la persuasión logró entre 2018 y 2019 que decenas optasen por regresar voluntariamente a Marruecos o ingresar en los centros de acogida.

Las condiciones del polideportivo de Santa Amelia

Los que han pasado por los centros de menores desde mayo lamentan la degradación de la atención en el polideportivo de Santa Amelia. “Con Cruz Roja estábamos mejor porque SAMU es más ejército”, bromea Ismael.

“En Santa Amelia”, recuerda, “te levantaban a las 7:00 horas para asearte, arreglar la litera [militar cedida por la Comandancia General] y desayunar, después tiempo libre hasta las 13:30 horas, para comer, lo mismo hasta merendar y después hasta cenar”. Su tiempo libre significaba, salvo las “pocas” actividades organizadas, compartir espacio en una pista de fútbol sala y sus graderíos con cerca de 200 jóvenes sin posibilidad de ver el sol.

Aunque la ciudad asevera que hasta el comienzo de las expulsiones los chicos alojados allí tenían salidas programadas, como en Piniers, los acogidos rebaten que estas sólo comenzaron “hace un mes”. Ambas partes coinciden en que se cortaron el viernes, cuando la Policía Nacional y los responsables políticos de la Consejería de Presidencia acudieron para llevarse a los primeros 15 que serían llevados a la frontera del Tarajal.

“Vivimos mejor en la calle”, opina Mohlis siempre con la mente puesta en la costa andaluza. Aquel espacio asfixiaba a un joven al que Ceuta, con sus 20 kilómetros cuadrados, le parece poco aliciente en comparación con la Europa que soñaron, incluso que Marruecos, aunque sólo geográficamente. “En mi país puede haber trabajo, pero no derecho a estudiar, a curarte aunque no tengas dinero, a progresar aunque tu familia no sea poderosa”, le da la razón Said, quien a mediados de mayo compró un pasaje para salir de “la endogamia” que censura al otro lado de la frontera.

Barcelona es el destino soñado para la mayoría del grupo, aunque alguno se inclina por Madrid, Sufian se decantaría por Francia y Hamza quiere llegar a Suecia, donde tiene “conocidos”, como última parada de su itinerario migratorio. Aunque el Gobierno local dice que en Marruecos “miles” de familias los reclaman, todos dicen tener el visto bueno de sus padres, quienes hablan “con regularidad”, para seguir camino: “Que tengamos suerte y dios nos bendiga”.