“Estoy dispuesta a perdonar para que me digan dónde está un pedacito de mi marido y mi hijo”
“En la guerra, como en el amor, para acabar es necesario verse de cerca”, decía Napoleón a sus soldados. Y así, de cerca, mirándose a los ojos y con un firme apretón de manos, se firmaba el inicio del fin de la guerra en Colombia. Una imagen para la historia: juntos, compartiendo mesa, J.M Santos, presidente de la República, y a su lado alias 'Timochenko', máximo líder de las FARC. Dos manos enemigas que se estrechaban ante la sorpresa de muchos y los flashes de los fotógrafos destinados en la Habana. Dos manos cansadas de una guerra que lleva ya más de 50 años arrasando el país y que se ha cobrado la vida de más de 200.000 personas, según un informe del Centro Nacional de Memoria Histórica de Colombia (CNMHC).
La paz será de aquí a seis meses o no será. Ese es el compromiso adquirido, un órdago que ninguno de los firmantes está dispuesto a perder. Un día histórico para 48 millones de colombianos. Es necesario escuchar a los verdaderos protagonistas: los cerca de 7 millones de víctimas que deja atrás el conflicto armado. Por desgracia, hay mucho donde elegir. En esta guerra, como en todas las guerras, lo que abunda son los testimonios del horror.
Bucear entre las cifras significa descubrir un mar de datos que pone los pelos de punta. Según el último informe del CNMHC, esta es la huella que deja la guerra a su paso: 220.000 asesinatos documentados, 5.712.506 desplazamientos forzados, 25.007 desaparecidos, 16.340 asesinatos selectivos, 1.982 masacres, 27.023 secuestrados, 1.754 víctimas de violencia sexual y 6.421 casos de reclutamiento forzado.
Cifras frías que se leen de corrido, sin dolor, sin inmutarse, como si fuesen estadísticas de la Liga o los índices bursátiles del parqué español. Cifras sin alma, sin vida, pero que tenían rostros y sueños. Gente que las echará terriblemente de menos. Tras la frialdad de los datos se esconden las voces, los nombres.
Bladimir es uno de ellos. Miembro del Foro Internacional de Víctimas (Suiza), es uno de los miles de refugiados colombianos que tuvieron que salir huyendo del país debido a su militancia política. Nunca quiso dejar su patria, pero no tuvo más remedio tras ser amenazado de muerte por su activismo en movimientos sociales de la universidad.
“Es una gran noticia para todos. La guerra nunca se va a acabar con la guerra”, afirma. “Este discurso sólo logró llenar de odio, resentimiento y sed de venganza el corazón de la sociedad colombiana. El acercamiento entre los colombianos pasará por el conocimiento de lo que pasó en este conflicto. La reconciliación será una etapa difícil que solo podrá completarse a través del conocimiento de la verdad, pero los acuerdos de paz significan esperanza”, añade.
Para él el acuerdo de paz es tan solo un primer paso, pero un primer paso importante. “No supondrán el fin del conflicto en sí, pero si logramos que sean la antesala de una nueva era política en la que seamos capaces de solucionar los conflictos sin tener que matarnos, nuestra generación y la de nuestros hijos no se habrá perdido, como tampoco la muerte y el dolor causados habrán sido en vano, pues habremos comprendido por fin el inconmensurable valor de la vida”, reflexiona.
Bladimir tiene claro qué es lo primero que quiere hacer ante la hipotética firma de la paz: “Personalmente, al igual que tantos otros, no espero sino poner fin a la soledad y el aislamiento que representa el exilio. Sueño con volver a casa y abrazar a mi familia, a los amigos que se quedaron y sobrevivieron a la barbarie... Sueño el reencuentro con mis raíces. No aspiro a privilegios, simplemente anhelo que mi retorno, como el de todos los que quieran regresar, sea dignificante y poder así compartir lo que estos quince años de exilio me han aportado”.
María -nombre ficticio- es víctima del mismo horror que Bladimir, aunque escapase del bando contrario. Ella es víctima de las FARC, también exiliada en Europa. Está dispuesta a dar su testimonio pero aún con miedo por los familiares que allí quedaron, prefiere guardar el anonimato.
A ella la guerra le tocó de lleno, ya que la finca rural en la que trabajaba se encontraba en plena línea de combates entre la guerrilla, los paramilitares y el ejército. Un día los guerrilleros se llevaron a su marido y a su hijo y no les volvió a ver jamás. “Tuve que huir de Colombia a Ecuador y, desde allí, ACNUR me trasladó hasta Noruega. Nunca había volado en avión y pasé miedo. Una nunca se llega a acostumbrar al frío de aquí...”. De sus palabras se desprende dolor, pero no se aprecian grandes dosis de rencor.
“Estoy dispuesta a perdonar. Con tal de que nos dejemos de matar y de que me digan dónde están... aunque sea un pedacito de mi marido y de mi hijo. Claro que hay que conseguir la paz”.
La visión de los combatientes
En un conflicto armado, todos (menos los que se lucran con él) son víctimas. De alguna manera los que empuñan las armas también. Durante el rodaje del documental 'La Colombia de las FARC' tuve la oportunidad de convivir con los guerrilleros en la clandestinidad de la selva y conocer a los militares que los combaten. Sorprendía descubrir que ambos se sentían hermanos de su respectivo enemigo, lejos del discurso belicista de los líderes difundido por la televisión. Soldados y guerrilleros soñaban con volver a casa pronto, dar un paseo por las playas de Santa Marta o tomar una cerveza bien fría con los amigos en el bar. Y ambos compartían el deseo de una Colombia con justicia social y paz.
Es por ello que decido preguntarles, a ambos bandos combatientes, sus esperanzas y temores sobre el anuncio llegado desde Cuba. Un oficial del Ejército que combate a la guerrilla en Caquetá, y accede a aportar su visión a cambio de mantener su anonimato. “Es algo histórico que me llena de esperanza. Confío en que vaya a ir por buen camino y podamos pronto tener una Colombia en paz”, reconoce.
¿Qué le diría a un guerrillero, a una de las personas contra las que lleva décadas luchando? “Hasta que no se firme la paz nuestra misión sigue siendo combatir, desmovilizar o capturar a los guerrilleros. Pero si pudiera hablarles, les diría que aquí en las ciudades les esperamos, les espero, con los brazos abiertos, para que descubran la vida que hay fuera de la guerrilla. Ellos también son colombianos a los que les tocó vivir una realidad diferente por cuestiones ajenas a su voluntad, y yo no soy quién para juzgarlos. Aquí les espero para que construyamos juntos, para sus hijos y los míos, una Colombia mejor”, asegura a eldiario.es.
Al otro lado, uno de las personas que el conflicto convirtió en su enemigo, Ramiro, uno de los comandantes del Frente 48 de las FARC, destaca la misma idea de futuro compartido y paz. Con 20 años dejó sus estudios universitarios y se alistó en la guerrilla huyendo de las amenazas de muerte de los paramilitares hacia su familia y él. Le hago llegar mis preguntas hasta su escondite en algún lugar de las selvas del Putumayo, en el Amazonas colombiano. “Se trata de un día histórico. Es una increíble noticia para todo el pueblo colombiano que aspira a vivir en paz. Una motivación y una puerta abierta para continuar con la lucha política por las nuevas vías que nos ofrece la paz”.
“Lo primero que haría [si llegase la paz y pudiese dejar la selva] sería ir a visitar y abrazar a las madres de mis hermanos de lucha que se incorporaron junto a mí a este glorioso ejército guerrillero, y que ofrendaron sus valiosas vidas en el camino”.
Parece unánime la sensación de esperanza entre todas las partes del conflicto, pero siempre con una buena dosis de cautela. Son muchos los recuerdos de procesos de paz fallidos y muchas las decepciones acumuladas. Todos coinciden en que la firma del tratado no acarreará automáticamente el fin del conflicto social y la desigualdad, pero sí supondrá un punto de partida nuevo hacia para la construcción de un país en el que las palabras sustituyan a las armas de una vez por todas y para siempre. Benjamin Franklin, padre de la independencia estadounidense y con gran experiencia en guerras y tratados lo definía así: “Nunca existió una buena guerra ni una mala paz”.