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THE GUARDIAN

La enfermera que luchaba contra la pandemia en Brasil y murió en el desierto en Estados Unidos

Imagen utilizada por la familia de Lenilda en una campaña de recolección de fondos para repatriar su cuerpo.

Tom Phillips

Vale do Paraíso (Brasil) —
26 de octubre de 2021 21:51 h

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Cuando la COVID-19 arrasó el Vale do Paraíso, un enclave rural de la Amazonia brasileña, Lenilda dos Santos, técnica de enfermería, se situó en primera línea de la pandemia, agarrando las manos que la mayoría temía tocar. “Fue una guerrera durante la pandemia”, explica Lucineide Oliveira, una amiga y compañera en el pequeño hospital de la localidad, que tiene poco personal. “Decía: 'Si tenemos que morir, moriremos. Pero debemos luchar'”.

Una mañana de principios de agosto, mientras las dos mujeres estaban sentadas en la entrada de su sala de enfermos de COVID-19, Lenilda informó a su amiga que se iba del país. “¿Cuándo?”, le preguntó Lucineide. “Pronto”, respondió Lenilda, que le hizo una tranquilizadora promesa: “Volveré”.

Dos días más tarde, Lenilda, de 49 años, se iba de la localidad y pasó por delante de una escultura de una Biblia abierta en el Salmo 121. “El Señor te guardará de todo mal, velará por tu vida”, reza la inscripción.

Nunca regresó. Cinco semanas después y a más de 6.000 kilómetros al norte, los agentes de la patrulla fronteriza estadounidense encontraron el cuerpo de Lenilda en el desierto, cerca de la ciudad de Deming (Nuevo México). Estaba acurrucada junto a un arbusto de mezquite, llevaba botas militares de color marrón claro y ropa de trabajo del ejército, y no llevaba más que un pasaporte brasileño azul metido en una bolsa de cintura. El informe del incidente indica que la mujer estaba “colocada como si estuviera tumbada sobre su lado derecho, con las piernas ligeramente dobladas y las manos cubriendo su cara”.

“Le seré sincero, este caso en particular probablemente me afectó más que cualquier otro caso que haya tenido con los migrantes en el desierto. Me dolía el corazón por ella”, dice el capitán Michael Brown, uno de los agentes presentes en el lugar de los hechos.

La naturaleza del fallecimiento de Lenilda no fue lo único que conmocionó al agente. Su nacionalidad también resulta poco frecuente en una región donde la mayoría de los que cruzan son de México o Centroamérica.

“Era la primera persona brasileña que encontraba, viva o muerta”, indica Brown, que lleva 26 años trabajando en la frontera entre Estados Unidos y México. “Eso demuestra que las condiciones de su lugar de origen son tan malas como las de cualquier otro lugar”.

Éxodo desde América del Sur

La depresión económica de la era del coronavirus está impulsando un nuevo y peligroso éxodo desde América del Sur, a medida que las familias de clase media y media-baja intentan escapar de las dificultades económicas, el desempleo y la inflación provocados por la crisis sanitaria.

“América Latina fue la región del mundo que sufrió el mayor golpe en la producción económica total en 2020, un descenso del 7%. Eso es más o menos lo que se esperaría de un año de guerra civil en un país típico”, subraya Michael Clemens, experto en migración del Centro para el Desarrollo Global.

Otros factores que han propiciado este fenómeno son la recuperación económica de Estados Unidos, el cierre de la mayoría de los canales migratorios legales bajo el mandato de Donald Trump y la creencia errónea entre los migrantes de que Joe Biden es menos hostil a la inmigración que su predecesor.

Muchos de los que abandonan América del Sur son haitianos que huyeron a países como Brasil y Chile después de que su patria fuera golpeada por un mortífero terremoto en 2010. La pandemia de COVID-19 los ha desarraigado de nuevo. Ese año, más de 90.000 haitianos han atravesado la Brecha del Darién, un traicionero paso selvático entre Colombia y Panamá, hacia Estados Unidos.

Pero un número cada vez mayor de sudamericanos también se está desplazando. Más de 46.000 brasileños fueron detenidos en la frontera sur de EEUU entre octubre de 2020 y agosto de 2021, cuando Lenilda comenzó su último viaje, en comparación con menos de 18.000 en 2019 y 284 una década antes. El número de ecuatorianos también se ha disparado, con casi 89.000 detenidos en el mismo periodo, frente a unos 13.000 en 2019.

“Es difícil sobreestimar hasta qué punto para algunas personas esto ha sido una recesión que ha destruido sus medios de vida (...), la pandemia de COVID-19 ha causado un retroceso en todo”, señala Andrew Selee, presidente del Instituto de Política Migratoria con sede en Washington. “Nos ha hecho retroceder 30 o 40 años, en un contexto en el que las economías de América del Sur eran realmente frágiles”.

Tres meses en un ICE

Su familia explica que Lenilda, que pasó tres años trabajando como limpiadora en Columbus (Ohio) entre 2004 y 2007, empezó a planear su huida de Brasil a principios de este año, tras una agotadora temporada luchando para cuidar a enfermos de COVID-19 en el hospital por solo 1.100 reales (170 euros) al mes.

“¿Qué puedes hacer con 1.100 reales?”, se pregunta su hija, Genifer Oliveira dos Santos, sentada en el porche del bungaló de su madre en la Avenida Paraíso, a pocas puertas del hospital. Genifer, de 28 años, indica que su madre quería volver a Ohio, donde todavía conservaba amigos y familia, para ayudar a pagar la universidad de sus dos hijas.

En abril, Lenilda voló a México y se entregó a los funcionarios de inmigración estadounidenses cerca de la ciudad de Mexicali, con la esperanza de que le permitieran quedarse mientras tramitaba su solicitud de asilo. La detuvieron y pasó tres meses en un centro de detención del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) en Calexico (lugar donde termina México y empieza California), antes de ser deportada a Brasil en julio.

“Le dieron un trato bastante cruel”, afirma su hermano, Leci Pereira. Pero Lenilda estaba decidida a volver.

Segundo intento

Menos de un mes después, el 12 de agosto, abandonó Vale do Paraíso por segunda vez. Se subió a un avión con destino a Ciudad de México y se dirigió a otro tramo de la frontera tras aceptar pagar a los contrabandistas 25.000 dólares (21.000 euros) para que la guiaran por el desierto desde Ascensión, en el estado mexicano de Chihuahua, hasta una casa segura en Deming.

“Me dijo que tardaría dos días y dos noches, porque es un camino largo: más de 50 kilómetros”, explica Genifer. En la madrugada del lunes 6 de septiembre, Lenilda partió hacia la frontera con Estados Unidos con tres amigos de la infancia y un contrabandista. “Estaba muy confiada. Parecía muy contenta”, dice Genifer, que recuerda que le aseguraron que el jueves su madre habría llegado.

Sin embargo, las cosas no tardaron en torcerse, ya que el grupo caminó con dificultad hacia el norte a través de un terreno montañoso en, según Brown, condiciones muy duras. “De julio a mediados de septiembre es la temporada de monzones para nosotros, así que nos enfrentamos a temperaturas desérticas de verano -más de 32º de media- y... supongo que probablemente un 70% de humedad o más”, explica. “Así que hacía un calor extraordinario”.

Brown sospecha que Lenilda se quedó atrás como resultado del agotamiento y la deshidratación. “No se encontró agua cerca de ella... y en las mejores circunstancias en esta zona, en esa época del año y con esa temperatura, no habría durado más de tres días como máximo sin agua”.

Pendientes desde Brasil

El lunes por la tarde, según la familia de Lenilda, la abandonaron mientras sus compañeros seguían adelante. Presa del pánico, encendió su teléfono móvil para pedir ayuda a sus familiares. “Pídeles que me traigan agua”, suplicó en un mensaje de voz de WhatsApp. “Me estoy muriendo de sed”.

Lenilda compartió su ubicación en vivo y durante las siguientes horas sus angustiados parientes, a miles de kilómetros de distancia en el Amazonas, rastrearon sus movimientos por un desolado interior habitado principalmente por coyotes, ganado y topos. Entonces, a las 15:08 hora local del martes, el círculo naranja que marcaba la posición de Lenilda dejó de moverse. “Ese fue el momento en que nos dimos cuenta de que no había sobrevivido”, dice Leci. “Salvó tantas vidas, solo para irse a México y perder la suya”.

La policía tardaría otros ocho días en localizar el cuerpo de Lenilda. “Siempre es horrible encontrar a una persona muerta. Tu corazón está con ellos. Sólo intentan cruzar y encontrar una nueva vida”, dice Brown, que creía que la víctima había estado muy cerca de encontrar ayuda.

“Si hubiera llegado a 400 metros al norte, probablemente habría podido ponerse en contacto con alguien que vive en una caravana”.

Luto en su ciudad

La muerte de Lenilda ha conmocionado al Vale do Paraíso, una comunidad agrícola muy unida que fue fundada por migrantes cuando la dictadura militar brasileña arrasó con una carretera a través de la selva tropical hace 50 años. En la entrada del hospital se ha colgado una cinta negra en reconocimiento a los servicios prestados por Lenilda durante la pandemia. “Era muy querida”, dice Pereira. “Toda la ciudad está de luto”.

Pereira urge a los brasileños a sopesar los peligros de unirse al éxodo. “Mi hermana, pobrecita, se fue persiguiendo un sueño. Pero ese sueño fue interrumpido. ¿Y nuestros sueños? Solo hay que ver lo que les ha pasado ahora”.

Pero mientras América del Sur se tambalea a causa de la pandemia, esas súplicas parecen caer en saco roto. “Conozco a seis o siete parejas que se fueron la semana pasada, todas ellas con sus hijos, incluso después de lo ocurrido”, indica Genifer, que cree que el aumento de los precios de los alimentos y el combustible explica en parte por qué tantos se van.

En la unidad de enfermos de COVID-19 de la localidad, Lucineide recuerda que intentó convencer a Lenilda de que no se fuera. Ambas habían soñado con abrir una clínica de curas juntas cuando Lenilda, que habría cumplido 50 años esta semana, volviera a casa.

“Oh, amiga mía”, murmura Lucineide, mirando al techo con ojos incrédulos y enrojecidos.

Traducción de Emma Reverter.

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