El balance del año llega al poblado de El Gallinero con una frase contundente de los vecinos: “Todo sigue igual”. Doce meses después de que el Ayuntamiento de Madrid anunciara su “plan de choque” para mejorar las condiciones de vida de los habitantes del asentamiento chabolista, aún no se ha cumplido. No hay rastro de las prometidas letrinas, más allá de una estructura de madera aún sin acabar de construir. Tampoco de los viales que facilitarían el acceso de la ruta escolar y que evitarían que los niños llegasen embarrados al colegio los días de lluvia.
Apenas 12 kilómetros les separan de la madrileña Puerta del Sol, aunque su realidad quede alejada de la del resto de la ciudad por un Índice de Pobreza Humana (IPH) que en El Gallinero alcanza el 93%, en comparación con el 10,7% de la capital. Allí, las 40 familias de etnia gitana provenientes de Rumanía aún recogen el agua con bidones de las únicas dos fuentes que hay para todos.
En total, unas 230 personas –casi la mitad, niños– tienen que hacer sus necesidades a la intemperie aunque el termómetro roce los cero grados, aunque vuelva a ser invierno y el diciembre pasado les prometieran que aquel sería el último en estas condiciones.
El Ayuntamiento asegura haber logrado realizar en este tiempo algunas intervenciones para dignificar las condiciones de vida de los vecinos, como la desratización del terreno, “una limpieza integral”, la reparación de los puntos de agua o la colocación de contenedores. Las letrinas y el asfaltado, pese a ser las dos peticiones principales de los vecinos y los voluntarios desde hace años, aún quedan fuera de la lista.
La noche del día de Navidad llegó al Gallinero como una sobremesa amarga. Un joven matrimonio tuvo que digerir en cuestión de minutos la escena de su techo en llamas cuando un cortocircuito hizo saltar una chispa y el fuego arrasó con todas sus pertenencias. Ya de día, a sus pies, los trozos calcinados de madera prefabricada aún contrastan con los restos de nieve en el descampado y les recuerdan que se puede perder todo aun cuando apenas se tiene nada.
Construir otra chabola al lado de los escombros de la suya era inviable. “El Ayuntamiento ha puesto muchas restricciones y los vecinos han entendido que no pueden construir nada más, así que están cumpliendo con su parte del trato”, dice Javier Baeza, párroco de San Carlos Borromeo e interlocutor de los voluntarios del asentamiento y las autoridades. Se refiere al inicio de las conversaciones con el equipo de Carmena sobre el futuro del asentamiento hace un año. A cambio, los vecinos vieron frenadas las demoliciones constantes de chabolas –que sí ocurrían con Ana Botella– y recibieron la promesa del “plan de choque” que aún esperan.
Un año tarde por “falta de permisos”
El Consistorio de Carmena justifica el retraso en la llegada de las letrinas y el asfaltado –inicialmente anunciaron que las obras comenzarían en enero de 2016– alegando que los terrenos no son propiedad del Ayuntamiento. “Todo lo que implicase hacer modificaciones urbanísticas requería la autorización de los propietarios, y hemos tenido que negociar mucho con la Junta de Compensación para conseguir los permisos”, explican desde el área de Equidad y Derechos Sociales a eldiario.es.
Pero tampoco han bastado los permisos, denuncian los voluntarios. La instalación de las letrinas empezó hace unas semanas y quedó paralizada nada más arrancar. “De momento sólo están las estructuras de las 15 letrinas a medio montar. Nos dijeron que nos las terminarían de construir, por falta de presupuesto, en el primer trimestre de 2017”, explica Baeza.
Baeza relata que viven en una frustración continua. Hoy busca la manera de explicar a más de 100 niños, cuyas viviendas están en una explanada sin nada más que escombros, que no pueden jugar con las estructuras de madera nuevas porque, “algún día, no sabemos cuándo”, serán letrinas para todos.
Si el equipo de Carmena cumple con su última predicción, será pronto. Insiste en que las medidas no quieren consolidar el asentamiento del poblado –el mismo argumento esgrimido por el Consistorio de Ana Botella para negarse a la mejora de las condiciones de El Gallinero–, y esperan “que el acondicionamiento del terreno comience en unos tres días y que las letrinas se instalen a lo largo de esta semana”, aseguran a eldiario.es.
Los voluntarios y vecinos desconfían de estas afirmaciones. “Sobre las letrinas no nos han dicho nada más e igual siguen así hasta marzo. Sobre los viales, sí me informan de que en enero empezarán a asfaltar, por lo que veo que algo sí que han acelerado el proceso”, asegura el párroco. Habla con una mezcla de ilusión e incredulidad con la que, dice, han aprendido a vivir.
“Desmantelar el poblado en nueve meses”
La repentina aceleración de los planes del Ayuntamiento ha llegado apenas un mes después de la protesta que protagonizaron vecinos, voluntarios y colectivos sociales ante su sede en el Palacio de Cibeles el 17 de noviembre.
El “tirón de orejas” consiguió dos respuestas: la de la alcaldesa Manuela Carmena, que prometió que hablaría con el presidente de la Junta de Compensación –conjunto de propietarios de los terrenos– para acelerar los trámites, y la de Marta Higueras, delegada del área de Equidad, Derechos Sociales y Empleo, que anunció sus planes para lograr el desalojo total de El Gallinero en un plazo de nueve meses.
La frase cayó como una losa sobre los vecinos y los voluntarios, a quienes el Ayuntamiento sigue sin haberles explicado cómo van a proceder al desalojo. “A mí me consta que este Ayuntamiento sí quiere lograr una empatía que el anterior Gobierno ni planteaba, pero lanzar una información como esa sin concretar lo más mínimo genera muchísimo miedo”, opina Miguel Ángel Vázquez, voluntario habitual y excandidato del partido Por un Mundo + Justo.
El equipo de Higueras ha concretado a este medio que el plan de evacuación de El Gallinero irá acompañado de “una intervención social intensiva”, que analice el caso de cada familia individualmente y atienda sus necesidades con alternativas habitacionales. “Estamos preparados para que todos los vecinos se muden a viviendas de las que ya disponemos para ellos. Queremos convencerles de que abandonen las chabolas y se trasladen a los pisos”, aseguran.
“Tienen miedo porque nadie se lo explica”
Quienes ven la realidad diaria del poblado chabolista –niños haciendo pis entre basura, familias hacinadas en chabolas de 15 metros cuadrados, o el barro hasta las rodillas cuando llueve– creen que lograr el fin de El Gallinero pasa por mejorar la comunicación y la inclusión de los vecinos en todo el proceso. “Es una cuestión de empezar a tratarles como personas y no como objetos de caridad. Pensar lo mejor con ellos y no lo mejor para ellos”, apunta Vázquez
Denuncian que nadie les ha explicado nada. Se enteraron del plan de desalojo en nueve meses por la prensa y tampoco han oído hablar de las alternativas habitacionales que el Ayuntamiento pretende proporcionarles. “Entre tanta incertidumbre es normal que los vecinos estén asustados. La última vez que tuvimos noticias del Ayuntamiento fue en septiembre. Nos dijeron que nos citarían en dos meses pero nunca ocurrió, así que reclamamos la citación. Aún no nos han respondido”, dice Baeza.
Miguel Ángel coincide. Cuenta que en la mente de las madres de El Gallinero, con las que charla en sus habituales visitas de los viernes, la frase “desalojo en nueve meses” retumba a diario. En los 11 años de historia de El Gallinero el poblado ha visto crecer a sus hijos, muchos de los cuales ya han nacido en España. “Temen que les puedan deportar o que se queden sin un techo. Se ponen en lo peor porque las soluciones que les venían dando –desde el Ayuntamiento de Botella– habían sido muy malas. Están acostumbrados a que se les criminalice y se les ha tratado muy mal. Si nadie les explica que el rumbo es diferente, seguirán pensando igual”, añade el voluntario.
Hace una semana, ese 26 de diciembre en el que El Gallinero amanecía con la noticia del incendio que acabó con la chabola de una de las parejas del asentamiento, un grupo de vecinos se ofreció para compartir con ellos su pequeño espacio, mientras les ayudaban a trasladar un somier y un colchón que los voluntarios les habían conseguido. Fue así como hicieron de aquel trozo de espuma y muelles su nuevo hogar. Porque entre la gente de El Gallinero, recuerdan, aún no hay letrinas, ni asfalto, ni casas, pero sí hay hogares.