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Aita Mari: de pesquero camino del desguace a barco de rescate pese al bloqueo político

Personas refugiadas rescatadas por el Aita Mari.

Marta Maroto

28 de abril de 2021 22:22 h

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Tormenta, frío y olas empapaban la popa. Seis días sin la tregua de un rayito de sol que templase los huesos o los ánimos y la costa de Sicilia tan cerca –“cuándo llegamos”, aguantaban la sonrisa 79 vidas impacientes–. Pero ningún país europeo cogía el teléfono y el Aita Mari, el barco de rescate de la ONG Salvamento Marítimo Humanitario (SMH), seguía sin puerto seguro para desembarcar. 

Esa historia, la de un barco casi en el desguace pero puesto a punto por un montón de voluntades para rescatar en la mortífera ruta del Mediterráneo Central, se ha estrenado este miércoles en las pantallas del prestigioso Festival de Cine y Derechos Humanos de Donosti. Casi dos años de trabajo dirigidos por el ojo del fotógrafo Javi Julio, respaldado por la productora Nervio, de la que también forman parte Santi Donaire y Mikel Oibar. 

Primera parte: la forja de un barco de salvamento

El Aita Mari empezó como una respuesta a la foto de Aylan Kurdi en 2015. Un grupo de voluntarios desplegaron entonces una misión sanitaria en la isla griega de Quíos. Ese mismo año, Javi Julio, fotógrafo y director del documental, ya había tenido varias veces que dejar el objetivo a un lado y ayudar a sacar cuerpos en las costas de Lesbos. 

La ONG SMH recaudó fondos para apoyar a las organizaciones que rescataban en el Mediterráneo Central, una ruta más larga y desatendida que la del Egeo, y en 2017 comenzaron a colaborar con la sevillana Proem Aid y la alemana Lifeline, que dio nombre a otro barco de salvamento. El Lifeline envejeció, como también le ocurre a los barcos, y SMH empezó a buscar otras opciones. Llamaron a los puertos de medio mundo y encontraron su tesoro en Getaria, a pocos kilómetros de la sede de la organización.

El Aita Mari, renombrado así en honor a un pescador del siglo XIX que perdió la vida salvando la de los demás, era un pesquero del Cantábrico camino del desguace. Los dos Íñigos, Íñigo Mijangos e Íñigo Gutiérrez, presidente y vicepresidente de SMH, junto a cientos de manos voluntarias, lo pusieron a punto. Son 32 metros de eslora y apenas 7,5 de manga, pequeño en comparación con las inversiones millonarias de organizaciones humanitarias del norte de Europa; con la proa alta y afilada pensada para romper las olas del Cantábrico. Pocos barcos así han surcado tantas veces el Mediterráneo. 

Segunda parte: bloqueo y ruta al Mediterráneo 

Terminaba el verano de 2018 y el Aita Mari esperaba listo en el puerto de Pasaia, Gipuzkoa, su salida. Solo faltaba el despacho, un documento que otorgan las autoridades marítimas para permitir navegar y que la falta de voluntad política dilató en el tiempo. Hasta un año largo. “No tiene permiso para rescatar”, se escucha a la vicepresidenta Carmen Calvo desatando la indignación de Marco Martínez, el capitán, perro viejo tras decenas de misiones en la cubierta del Open Arms.

Javi Julio ya llevaba varios meses filmando las obras y trámites burocráticos de la puesta en marcha del barco. “Tras las primeras negativas nos dimos cuenta de que lo del Aquarius no había sido más que un gesto de cara a la galería. Con este inesperado escenario la película necesitaba cambiar. Ahora había que contar sobre esa negativa del Gobierno español, entonces socialista, y explicar las políticas de fronteras de la Unión Europea”, decía el director. 

Cuando se acabaron las excusas sí se permitió que el barco viajara hasta las islas griegas, donde llevó ayuda humanitaria para el duro invierno de Moria, aunque con la prohibición expresa de acercarse a la costa libia. La Ley del Mar obliga a cualquier buque a socorrer a quienes se encuentren en embarcaciones precarias y en peligro, por encima de lo que diga ningún gobierno europeo. 

Tercera parte: brazos de victoria y 79 gritos de libertad

De Grecia, el barco puso rumbo a la zona de búsqueda y rescate que dibuja el triángulo entre Lampedusa, Trípoli y Malta. Europa lo considera aguas libias, porque dota con radares y flota a la Guardia Costera de un país en guerra. “En Libia te matan por la calle por ser negro”, contaban a bordo algunos de los migrantes y potenciales solicitantes de protección humanitaria.

Después de más de una semana de misión bajo el mal tiempo de noviembre, en un día de mar en calma, Izaskun Arriaran, la enfermera a bordo, gritó por el walkie que les había visto. A la media hora, o a la hora —quién recuerda cuánto tiempo pasó—, la lancha rápida que les pondría a salvo en grupos de cinco o seis salió disparada llena de chalecos salvavidas. Cuando ambas embarcaciones estuvieron lo suficientemente cerca, 79 vidas alzaron el puño, saludaron y gritaron libertad: “¡Boza! ¡Boza!”.

'Auzolan' en euskera significa trabajo vecinal, aquel que hace la sociedad por un bien común, para todos. El Aita Mari fue puesto en marcha por voluntades anónimas, organizadas para llegar ahí donde no querían hacerlo los gobiernos, y ya van casi 400 vidas que solo este buque ha librado de perecer en el mar. 

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