“El periodismo no es solo un oficio, es una responsabilidad”. José Luis Sanz es director de El Faro, el medio digital salvadoreño que ha logrado el prestigioso Reconocimiento a la Excelencia del Premio Gabo 2016 de periodismo. El jurado ha señalado el proyecto, con 18 años de experiencia, como ejemplo por “su aporte excepcional a la búsqueda de la verdad y el avance del periodismo”. Sanz reconoce que marcaron un camino en el debate sobre la migración desde Centroamérica, sobre la violencia en una de las regiones más peligrosas del mundo, acerca del narcotráfico y la corrupción. “La gente merece saber lo que está pasando y en mucho tiempo nadie se lo contó”.
El periodista español habla a ritmo salvadoreño, de donde se siente parte tras dos décadas informando desde Centroamérica. La entrevista con eldiario.es tiene lugar el día del anuncio del premio de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) y tras los 'enhorabuena' baja la mirada.
¿Cómo llega El Faro en estos 18 años a ganar el premio Gabriel García Márquez de Excelencia?
Casi siendo un poco inconscientes. Hace poco hablaba con un amigo que es bosnio, uno de los primeros columnistas de El Faro, de finales de los noventa. Y él recordaba cómo, cuando apenas nadie tenía internet en El Salvador, Carlos Dada [uno de los fundadores de El Faro] se quedaba escribiendo el editorial del lunes y perdía horas de sueño. Y le decía: '¿Por qué escribes eso si no lo va a leer nadie?'. Pero era por cierta inconsciencia, pasión y fe en lo que hacía, al margen de que no tuviera sentido desde el punto de vista práctico. Eso ha estado siempre presente en El Faro.
¿Qué pedía el sentido común?
Que El Faro no tenía que sobrevivir, que tenía que pensar en pequeño, que debía haberse preocupado primero en cubrir El Salvador, con profundidad y en todas las áreas en lugar de crear un proyecto como 'En el camino', que consistió en un periodista, dos fotoperiodistas y un documentalista durante año y medio recorriendo las rutas de migrantes en México. Ese proyecto era ya en sí mesiánico, pero más para un medio minúsculo. Pero hicimos ese tipo de cosas.
Pasamos 2011 sin cubrir sucesos, ninguna noticia relacionada con violencia porque siempre hemos pensado que no debemos destinar recursos, tiempo y esfuerzo a aquellos temas que no podamos aportar más que los demás. Y de no cubrirla pasamos a tener un equipo especializado de ocho personas: cinco periodistas, dos fotógrafos y una documentalista. Y no solo en Salvador sino en la región. Eso en realidad no tiene sentido desde un punto de vista práctico. El único motor era: es que es la única manera de contarlo, la única manera de comprenderlo en toda su dimensión y ser capaz de contarlo como la gente necesita comprenderlo.
¿Y esa forma poco práctica es sostenible en el tiempo?
Volvemos a la paradoja. Nosotros no hemos hecho casi nada de lo que el sentido común decía que había que hacer para sobrevivir, pero llevamos 18 años sobre el terreno. Creo que tiene que ver con que siempre aportábamos algo de valor. Esa era la prioridad. Y ser un medio valiosos en alguna medida hacía que hubiera alguien interesado en que siguieras existiendo.
¿Cómo se financian?
Las fundaciones, organismos multilaterales, la cooperación internacional son un porcentaje muy importante de nuestra financiación: alrededor de un 60%. Gente que financia proyectos como alimentación o la justicia social, que financian activismo. Pero nosotros les ofrecemos un proyecto de periodismo puro, nos dan los fondos y luego no se involucran en la cobertura, nadie toca el contenido. Creemos que es porque lo que hacíamos tenía valor.
El resto, tiene un 10-15% de publicidad. Tenemos alrededor de 4% de crowfunding, (algo que esperamos que aumente paulatinamente); también nos financiamos con venta de contenidos, por ejemplo con republicaciones en medios internacionales, regalías por nuestros libros y documentales.
¿Cómo va a afectar al proyecto ganar un premio tan importante en el periodismo? ¿Quieren seguir igual con el modelo o van hacia otra parte?
Nunca queremos seguir igual, somos muy muy críticos con nuestras carencias. Y somos muy conscientes de las necesidades de información que tiene Latinoamérica. También, de nuestras limitaciones. Pero si me preguntas dónde me gustaría que estuviera El Faro dentro de cinco años te diría que fuera claramente regional, que tuviera una cobertura y permanente en todas nuestras líneas de información.
Hemos cubierto de manera permanente y regional temas como migración, como violencia y en algunos casos cuestiones relacionadas con derechos humanos y política, como el juicio contra el dictador Ríos Montt y el golpe de Estado en Honduras. Pero es algo mucho más esporádico. No hacemos cobertura constante del proceso político en Honduras o en Nicaragua que es una situación que está pidiendo a gritos que el mundo la conozca.
Otro desafío, que es complejo pero creo que estamos llamados a encararlo, es articular a los centroamericanos que están en centroamérica y a aquellos que no lo están. La población de centroamericanos en Estados Unidos es enorme y yo creo que el periodismo centroamericano no piensa en ellos lo suficiente y de la manera correcta.
¿Cómo se permiten tener a periodistas durante meses investigando una historia?
Somos un periódico caro porque hacemos investigaciones caras. No nos sostenemos con el tráfico, aunque creo que tenemos un buen tráfico para ser un medio centroamericano. Pero nuestra apuesta no es esa. Nuestro modelo se basa en el valor. Nos financian porque le damos un contenido que nadie más les da, con una profundidad que nadie más les da. Que vamos a donde otros no van, que permanecemos donde otros no permanecen, que damos seguimiento a los temas cuando otros los han olvidado. Si una investigación requiere un mes más, pues hay que dársela porque si no, la investigación no va a valer lo que tiene que valer.
¿Eso se está haciendo en otros medios latinoamericanos?
Hay mucha gente que lo hace. En Guatemala hay medios extraordinarios, como Plaza Pública, ahora como Nómada, está La Silla Vacía en Colombia, Ciper en Chile, IDL en Perú, Agenda Pública en Brasil... que hacen investigaciones de muy largo aliento.
Yo creo que hay una apuesta creciente por un periodismo que defiende su manera de trabajar y luego, a partir de las necesidades y de los criterios periodísticos, busca cómo sostenerlo. No al revés. No deja que la rentabilidad determine cuánto tiempo puedo estar investigando algo. Porque cuando entras a buscar en cuartos oscuros no sabes lo que vas a encontrar y no sabes cuánto vas a tardar en encontrarlo.
¿Tiene un sentido especial en Centroamérica?
Eso hay que hacerlo sobre todo en Centroamérica, una región llena de oscuridades y de muros y de silencios, de censuras... La transparencia no es precisamente un valor histórico. Y que además es una región violenta. En la violencia, por ejemplo, el tiempo se convierte, no solo en un valor periodístico, sino en la mayor medida de seguridad. Trabajar con tiempo es lo que te permite trabajar más seguro.
En Centroamérica es cuestión de vida a muerte para nuestras sociedades tener este periodismo. La noción de urgencia absoluta de comprensión de lo que está pasando en sociedades tan violentas, con ese nivel de corrupción, con historias de guerras civiles tan recientes... Ahí se van acumulando generaciones de periodistas más o menos jóvenes que sienten que su oficio hay que hacerlo de una determinada manera porque si no, no sirve. Y que tiene que servir ahora. No es solo un oficio, es responsabilidad. La gente merece saber lo que está pasando y en mucho tiempo nadie se lo contó. El periodismo que la gente necesita es una necesidad ética e intelectual.
Hay más reporteros españoles reconocidos por su trabajo que se marcharon a Centroamérica, algunos están en El Faro. ¿Cómo interpreta eso?
En cada caso la historia es diferente. Somos personas que hemos llegado a El Salvador en momentos distintos, por razones distintas. Ahora, yo sí creo que hay un punto común: ver que el periodismo español o España no era el lugar de hacer lo que querías hacer.
En ese momento (principios de los 2000), el periodismo español estaba en coma y nadie lo decía. Yo me fui en el 99. Luego se ha convertido en un debate general, pero nosotros no discutíamos qué le pasaba al periodismo. Y ya vivía de rutinas, era evidente que las perspectivas de experimentación, de búsqueda, eran escasas.
¿Eso ha cambiado?
Tras 20 años fuera, me cuesta mucho juzgar al periodismo español. Creo que ahora hay proyectos muy ilusionantes y, para empezar, hay un debate infinitamente más interesante sobre el periodismo de calidad, sobre el papel político, sobre la transparencia de los medios. Hace 20 años nadie hablaba de eso.
Pero como tampoco nadie hablaba de la democracia interna en los principales partidos o de si representaban o no las inquietudes de la sociedad. Eso son debates que han explotado después. Yo creo que la sociedad española es más interesante que hace diez años, tal vez también más frustrante, pero una frustración que tiene con una mayor consciencia de sus problemas. Creo que el periodismo español son mucho más conscientes de los problemas periodísticos que tenemos.
En El Faro tratan temas como la migración, la desigualdad social, los derechos humanos... Algunos medios marginan estos temas que llaman “sensibles” respecto a los “temas fuertes” de la economía y la política. ¿Cómo los abordan en El Faro?
Son temas centrales. Lo que pasa es que en ciertas sociedades, como la española, parece que eso son temas marginales porque el cuerpo central de su falacia está fuera de eso. El periodismo empezó a ver de forma totalmente encasillada la realidad. Es absurdo que reportajes sobre desnutrición, pobreza o desigualdad no estén en la sección de economía o de política sino en 'social', que parece que son los temas para llorar. ¿No es un problema político?
Las secciones de los periódicos han compartimentado nuestra manera de ver las cosas y nuestros intereses en la realidad, hasta el punto de perder la noción de complejidad de los temas.
En los perfiles y noticias sobre el premio Gabriel García Márquez, en muchos artículos les llaman “valientes”. ¿Por qué cree que es? ¿Por su relación con el poder político y económico, por los temas, por la cobertura de la violencia?
No sé. La noción de valentía es complicada. Valiente es cada salvadoreño que se levanta por la mañana. Supongo que nos lo llaman porque no se animan a hacerlo pero es que confrontar con los poderes es parte del oficio. Tener que construir una relación profesional, con la distancia necesaria, cuando trabajas con pandilleros o gente relacionada con narcotráfico tiene que ver con calidad periodística y con rigor.
Todos pasamos miedo pero es absurdo que eso se convierta en un valor profesional. El hecho de superar tu miedo. Todo salvadoreño que se despierta cada mañana supera su miedo y viven con eso, de una manera mucho más dramática y más complicada. Suena muy bien que te llamen valiente, pero para mí no tiene sentido. Para mí lo importante es si la historia que hemos contado aporta o no aporta.
Me siguen pareciendo ridículas las historias de periodistas que cuentan que pasaron un día en territorio de pandillas. ¿Para qué fuiste? Los ciudadanos centroamericanos pasan todos los días allí. ¿Cuál es tu mérito? ¿Contarlo? Vas a los lugares a por información, no para poner a prueba tu adrenalina o para contar a otros que fuiste. Es que es absurdo. Yo no entrevisto a un pandillero si no necesito información. En sí, entrevistar a un pandillero no tiene ningún valor.
¿Cómo valora lo que cuentan los medios españoles sobre la violencia en Centroamérica?
(Suspira). Creo que la mayoría del periodismo español y, en general del internacional, no sabe por qué le interesa de la violencia en Latinoamérica. Y por tanto no sabe qué preguntas hacer, no sabe qué está buscando. Lo digo con toda franqueza. Creo que muchos de los colegas que vienen a la región y hacen un reportaje sobre pandillas, en realidad no han pensado qué necesitan sus lectores o espectadores, por qué esto le interesa. ¿Les interesa como un tema de acción? Entonces, sí, vamos bien.
Pero ¿qué quiero contar? ¿Quiero abordar la desigualdad sistémica? ¿Quiero explicar las connotaciones políticas que esto tiene para países en desarrollo? ¿Quiero que la gente redimensione el valor de la cohesión social? ¿Quiero que la gente se ponga en la piel de alguien con una vida totalmente diferente para que reflexione sobre el valor o no de la vida para un pandillero? Creo que buena parte de los colegas quieren contar una historia de pandillas y los resultados son muy poco interesantes, al menos para mí, porque no veo intención de contar algo nuevo o algo que tenga un valor diferente.
Respecto al valor. ¿Cómo describiría el que ha dado El Faro a la sociedad?
Es difícil hacer un balance, es un poco tramposo. Pero por poner algunos ejemplos. Sin El Faro, los salvadoreños no habrían sabido que su gobierno en 2012 negoció con las pandillas una reducción de los homicidios. Y habría creído la mentira oficial de que la eficiencia policial habría reducido a la mitad en número de muertos.
La Fiscalía General de la República de El Salvador tampoco habría ordenado capturar por primera vez en muchos años a policías por cometer ejecuciones en un caso que es la Finca San Blas, que nosotros habíamos denunciado un año antes y que durante un año las autoridades negaron.
Sin El Faro, creo que la narrativa sobre la migración centroamericana, a través de México, no sería la que es. Creo que la aproximación del periodismo centroamericano, probablemente mexicano y de otros medios internacionales, al fenómeno de las pandillas en Centroamérica sería diferente. Porque seguiría sin tomar en cuenta la voz de los protagonistas, que son los pandilleros, sus líderes, como cauce para comprender sus lógicas internas, su funcionamiento, su evolución.
¿Algún área temática que considere que requiera más esfuerzos en El Faro del futuro?
Necesitamos abordar más la desigualdad económica. Creo que no hemos conseguido hacer buen periodismo económico, pero nos gustaría.