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Por qué nos molesta el sonido de las campanas en la ciudad contemporánea

Campana de la parroquia de Santa Teresa y Santa Isabel

Luis de la Cruz

Madrid —
6 de octubre de 2024 01:00 h

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En 2017, con motivo de la colisión de las ordenanzas municipales y el toque de campana de algunas iglesias en Móstoles y otras localidades madrileñas, Cristina Cifuentes declaró que protegería el uso de campanas durante el día como una excepción dentro de la legislación sobre protección acústica de la Comunidad de Madrid. Aunque todos los medios lo recogieron, no parece que finalmente se llevara a cabo.

Los tañidos deben cumplir con los límites acústicos legales a los que les obligan las diferentes legislaciones, aunque el peso de la costumbre y la libertad de culto, a menudo, hacen colisionar los distintos intereses y sensibilidades a la hora de mirar –escuchar– al campanario.

En 2018 estuvo sobre la mesa también modificar la Ordenanza de Protección contra la Contaminación Acústica y Térmica de la ciudad de Madrid para permitir utilizar las campanas en la llamada al culto –de cualquier religión– pero hasta la fecha la excepción no está incluida en el texto legal.

Las protestas por ruido, que de tanto en tanto hacen asomar conflictos, no podrían entenderse sin un cambio cultural e histórico en nuestra relación con el sonido de las ciudades en el tránsito de la Edad Moderna a la Contemporánea.

El código semiótico de las campanas es, precisamente, uno de temas clásicos de la historia del sonido. Su presencia era constante, sonaban de forma diferente según el momento del día o de la parroquia. Marcaban el principio y el final de la jornada laboral, los contornos físicos de los barrios, avisaban de los toques de queda nocturnos, de los incendios… eran, en definitiva, una de las presencias cotidianas más connotadas de un mundo sin relojes de pulsera.

Hablamos de ello con Saúl Martínez Bermejo, investigador de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de la Asociación Española de Historia Pública. Acerca de cómo solían sonar las ciudades y, sobre todo, cómo nos relacionábamos con el sonido antes de que en nuestras calles reinara el automóvil. .

SOMOS MADRID: Saúl, ¿de cuándo viene la relación entre lo sensitivo y la historia?

SAÚL MARTÍNEZ BERMEJO: Hay que diferenciar dos cuestiones. Es verdad que en las últimas dos o tres décadas ha habido más estudio sobre estos temas, pero también es cierto que las raíces sobre el estudio sonoro, las emociones y la sensorialidad tienen pioneros anteriores. Si hablamos de ruido en el entorno urbano el nombre es Raymond Murray Schafer (The tuning of the Word, 1977) con su concepto de soundscape (traducido como paisaje sonoro)

La tesis de partida, en la que nos hemos concentrado casi todos los investigadores, es la de que hay un escenario de alta fidelidad en la Edad Moderna frente a uno de baja fidelidad en la contemporánea, cuando aparecen los motores de explosión y la electricidad. Sería la gran divisoria entre Moderna y Contemporánea.

El cambio tiene que ver con lo más físico, la aparición de unas máquinas determinadas o de las fábricas, pero también con el cambio de costumbres.

Ambas cosas van ligadas, también coincide con las grandes migraciones del XIX hacia las ciudades y la urbanización de Europa. La que te he comentado es la teoría de base, lo que no significa que antes de la aparición del motor de explosión y la electricidad no hubiera problemas asociados al ruido e identidades vinculadas al sonido, políticos, religiosos y de todo tipo.

Empezábamos este artículo sobre el sonido con la excusa de las campanas…

Las campanas se estudiaron desde pronto. El francés Alain Corbin habla de las campanas de la tierra, con una idea de paisaje sonoro. Luego, se ha investigado mucho. En Europa, con las reformas religiosas crece la importancia para distintas religiones reformadas, porque el sonido de las campanas se convierte en un tema identitario. También en espacios donde conviven distintas religiones, como las cristianas y la musulmán, con los sonidos de llamada al rezo. Se produce una mezcla entre lo identitario y la lucha por controlar el espacio urbano a través de lo sonoro.

Desde mi ignorancia, parecería que es un estudio relativamente novedoso que hubiera necesitado de una búsqueda de nuevas fuentes.

Hay múltiples aproximaciones, una es la reconstrucción acústica. Estudiar cómo podía dispersarse el sonido, cómo sonaba un edificio concreto, la reverberación de los materiales…Se ha hecho con mezcla de estudios arquitectónico, urbanísticos, de materiales, etc. Da un plano de aproximación que sería el equivalente a la arqueología del sonido

Muy interdisciplinar, imagino.

Sí, hay ingenieros de sonido, arquitectos, de todo. Como toda reconstrucción, tiene sus peligros, pero permite al menos tratar de demostrar hipótesis acerca de cómo se distribuía el sonido en determinadas iglesias, catedrales, los alcances máximos y mínimos del sonido…

El otro gran grupo de fuentes son las ordenanzas municipales, la legislación, los pleitos por conflictos… por ejemplo, el traslado de los gremios más molestos por su actividad artesana-industrial a las afueras de la ciudad o el intento de regulación de sus actividades. Los hojalateros o los herreros serían ejemplos claros.

Y cuando aparece el tráfico rodado también lo hacen a la vez las quejas vecinales. A veces creemos que es un conflicto más reciente pero casi con el primer coche llegan la primera queja y la primera asociación. Hacia 1910 ya hay asociaciones en Estados Unidos de esta naturaleza.

Echando un vistazo a la bibliografía pareciera que haya habido mucha intersección entre musicología e historia.

Desde los años sesenta o setenta la musicología incorpora la idea de cultura musical y hay muchos estudios sobre los usos y la recepción urbana de la música. De las procesiones, de sus usos ceremoniales, pero también de cómo la usaban las clases populares. La música se producía en un escenario urbano e incidía en crear un sentido de comunidad o generar adhesión a fiestas religiosas, como la de la Inmaculada, entre otras cosas.

Estudiando los motines urbanos he podido ver cómo hay una transmisión de la información a través de la oralidad en el espacio público muy importante, capaz de congregar a mucha gente en muy poco tiempo. Se me ocurre que la diferencia de ruido llevaría añadido una mayor importancia de la oralidad en el espacio público que mediaría en toda la cotidianidad, ¿no?

Volvemos a la tesis de la alta y la baja fidelidad de Schafer. Pero no hay que perder de vista que la molestia de los caballos sobre los empedrados o los ladridos de los perros, que son capaces de emitir muchos decibelios, ya estaban ahí. Evidentemente, no existía el bordón del tráfico que lo aplana todo, se podría escuchar a muchísima más distancia y seguramente también las conversaciones tendrían un valor distinto (por muchos motivos, este sería uno más).

En cuanto a la acumulación de asambleas, motines, revueltas o llamadas a la defensa militar a través del sonido es una de las funciones más ligadas al sonido en entornos urbanos. La campana de la revuelta en la Europa moderna y premoderna es fundamental en todas las revueltas y revoluciones de corte urbano. Es una señal prácticamente universal.

Hace algunos siglos las ciudades no contaban con alumbrado público, es de imaginar que esto condicionaría la vida en la ciudad y que la noche traería aparejada un corte sonoro más radical.

Hay estudios acerca de cómo la iluminación de gas primero y luego eléctrica han cambiado las costumbres, alargando la vida hacia las horas nocturnas, con lo que esto implicaba en el paisaje sonoro. Los cambios horarios generan nuevas profesiones, ruidos nuevos, sonidos relacionados a la propia iluminación y a la vigilancia durante la noche, como los de los serenos y alguaciles…

¿Cuáles serían, en suma, las mayores diferencias entre etapas históricas?

El gran corte hay que buscarlo, por un lado, en los motores de explosión y la electricidad. Por otro, en la reproductibilidad del sonido, de la música... Ahora bien, eso no significa, como ya mencionamos antes, que estemos ante mundos completamente diferentes.

En realidad, yo creo que las principales diferencias están en la percepción de los actores, que están acostumbrados a buscar y obtener información diferente en el sonido. Tanto en los mensajes más codificados, como el de las campanas, como en la capacidad de obtener información de ellos mismos. Luego, hay que tener en cuenta que existen todo tipo de valores culturales atribuidos a los sonidos que no necesariamente se comparten entre ambos mundos. Por ejemplo, el miedo a los truenos, a las tempestades, el oír diablos y seres sobrenaturales en las lluvias torrenciales…

Pero los vecinos molestos han existido siempre, es algo que trasciende a esta división. También la identificación de determinados grupos sociales (o religiosos) a través del sonido, lo que seguramente es incluso más prevalente en la Edad Moderna, aunque sigue existiendo y se ve bien en los chavales con el altavoz a tope por la calle.

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