La jugadora afgana de baloncesto en silla de ruedas que espera su evacuación a España: “Me siento muerta en vida”
Resguardada en una casa de Kabul que no es la suya, Latifa Sakhizadeh levanta ante la cámara un puñado de medallas y agarra con fuerza un trofeo dorado. Su base roja dice que una vez fue la mejor jugadora de la selección paralímpica de baloncesto en Afganistán. La mujer, vestida con la camiseta de su equipo, enseña las tarjetas de sus competiciones, la plata de Tailandia o aquel oro logrado en Túnez.
Es su manera de demostrar la razón por la que ruega ser evacuada a España desde Afganistán, pero es también una forma de presentarse a sí misma. Porque Latifa, cuenta, no es Latifa sin jugar al baloncesto.
“El baloncesto es una parte de mi vida. Cuando juego, me siento libre, siento que no tengo ninguna discapacidad”, dice en una entrevista por videollamada con elDiario.es. “Desde que empecé a jugar supe que las personas con discapacidad podíamos también hacer grandes cosas, no solo estar en casa. Pero los talibanes me han quitado todo”, explica la deportista. No ha podido volver a entrenar desde la toma de Kabul. Lleva 50 días sin ser del todo Latifa.
Latifa Sakhizadeh, de 25 años, es una de las jugadoras de la selección de baloncesto en silla de ruedas de Afganistán, el mismo equipo en el que competía Nilofar Bayat, la atleta afgana evacuada a España en uno de los vuelos tras la caída de Kabul. Ambas tenían un salvoconducto del Ministerio de Exteriores, pero Sakhizadeh no logró entrar al aeropuerto en aquellos últimos días de aglomeraciones y caos.
Mientras Nilofar Bayat empieza a asentarse en Bilbao, tras haber recibido una oferta del equipo femenino de baloncesto Bidaialdeak BSR de Bilbao, Latifa Sakhizadeh continúa en Kabul, donde espera la apertura de esa otra “vía” de evacuación en la que el Gobierno español asegura estar trabajando un mes después del final de la misión. Es otra de las personas cuyo nombre aparecía en los listados de Exteriores.
Sin noticias de España
La deportista no ha recibido noticias de España. Tampoco sabe a quién escribir. Su contacto del Ejército, que consiguió gracias a la ayuda de periodistas españoles durante la semana de evacuaciones, no ha vuelto a responder a sus correos: “No sé nada, no sé si me tendrán en cuenta porque no sé cómo puedo hacer desde aquí. Solo espero que alguien en España me escuche, porque no puedo seguir aquí”.
La jugadora habla de las dificultades a las que se enfrenta como mujer en un Afganistán bajo el régimen talibán, pero su voz se entrecorta cuando intenta describir el último día en el que pudo entrenar con sus compañeras. Fue el martes 10 de agosto, seis días antes de la caída de Kabul.
Latifa piensa a menudo en esa tarde de baloncesto. No tenía nada de especial pero, a la vez, lo tenía todo: “Solo de pensar que ese fue el último día que juegue al baloncesto en mi vida, me derrumbo. No puedo ni imaginar que no pueda entrenar nunca más”, explica la deportista entre lágrimas.
Desde aquel día, solo habla con sus compañeras de equipo a través de Whatsapp. Según declaró a principios de mes Ahmadullah Wasiq, un funcionario del núcleo duro del grupo islamista, las mujeres afganas tendrán prohibido hacer deporte bajo el nuevo gobierno talibán. “No es necesario” que ellas lo practiquen, dijo el subdirector de la comisión cultural de los talibanes.
Le dicen que el deporte no es “necesario” para ellas, pero para Latifa el baloncesto fue la confirmación de que podía hacer aquello que se proponía, a pesar de apenas poder mover su pierna derecha, afectada por la polio cuando solo tenía dos años. “Echo de menos los días en los que sentía como un ser humano. Cuando podía salir a la calle sin limitaciones. Cuando hacía picnics con mis amigos, iba a entrenar y estudiaba inglés. No pido más que eso. Pero ahora no puedo hacer nada”, cuenta junto a un buen amigo que la ayuda con la traducción de sus palabras.
“Hasta estar así, uno al lado de otro, está prohibido. Los talibanes no permiten que nos juntemos hombres y mujeres. Estamos en una casa y no nos ven, pero todo es un riesgo”, lamenta.
Miedo al ir al trabajo
Desde la llegada del nuevo régimen a Afganistán, Latifa no había vuelto a trabajar hasta la semana pasada por miedo a que los talibanes le dijesen algo por el camino. Pero la mujer decidió dar el paso y regresar a su puesto en el Comité Internacional de Cruz Roja, donde trabaja como especialista en protesis y ortopedia: “Los talibanes por ahora nos permiten trabajar en la organización, pero tengo mucho miedo en el camino hacia la oficina”, explica.
En uno de esos trayectos de camino a su empleo, los talibanes dieron el alto a Latifa porque, dice, su vestido no era lo suficientemente largo: “Es problemático para mí, por mis problemas en la pierna. Si es muy largo, ando peor”.
Las horas de trabajo son una suerte de liberación para ella, pero el miedo a lo que pueda ocurrir durante el trayecto le impide estar tranquila. En el último mes, tampoco ha podido regresar a la Universidad, donde estudiaba un curso de inglés. En casa, cuenta, tampoco descansa del todo.
“Me siento prisionera”
“Los talibanes me quitaron todo: ir a baloncesto, ir a los cursos, a la universidad, ir tranquila al trabajo... Yo intento seguir adelante, pero todo me empuja a la oscuridad. No veo un futuro para mí”, describe. “Ahora me siento una prisionera. Mi casa es como una prisión. Es muy difícil para mí, porque en el pasado hice muchos esfuerzos, pero ahora 20 años de mi vida no valen nada. Ni siquiera me siento que ahora sea humana, porque los talibanes no nos tratan como seres humanos”.
A los riesgos ligados a ser una mujer trabajadora, que jugó durante años para la selección femenina de baloncesto, se suma su etnia. Latifa es hazara, una minoría perseguida históricamente por los talibanes. “Ellos nos ven como enemigos. En el pasado asesinaron a hazara en las escuelas y en los hospitales. Atacaron en nuestras ceremonias religiosas Ahora dicen que son muy buenos, que no nos harán nada, pero no nos fiamos”.
Hace seis meses, su hermano fue secuestrado por los extremistas: “Mi hermano quiso huir a Irán, ante el avance talibán, pero en el camino lo secuestraron. Le querían matar. Llamaron a mi hermano, y le pidieron dinero a cambio de su liberación. Cuando mi padre se enteró, le dio un ataque al corazón y falleció”.
Es consciente del riesgo, pero Latifa insiste en publicar su nombre real y su fotografía sin pixelar. “Lo único que quiero es que me evacuen de Afganistán. Sé que estoy en peligro, pero no tengo miedo de morir porque ya lo he perdido todo. Sé que estoy viva, pero por dentro estoy muerta”.
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