Una morgue de la costa de Túnez, desbordada a medida que más personas intentan cruzar el Mediterráneo
Durante la tarde, en la ciudad costera tunecina de Sfax, los vecinos compran a toda prisa en un mercado comida y bebida para la cena del iftar, la comida nocturna con la que se rompe el ayuno diario durante el Ramadán. Mientras, grupo pequeño de hombres procedentes de África subsahariana se reúne cerca de un puesto de venta de accesorios para teléfonos.
Uno de ellos, Joseph, llegó a la ciudad hace ocho meses, después de un viaje de dos semanas desde Camerún. Su plan, como el de miles de personas que huyen de la pobreza y los conflictos en África y Oriente Medio con la esperanza de una vida mejor, era subirse a una embarcación en Sfax y cruzar el Mediterráneo hasta Europa. Sin embargo, ahora, a regañadientes, ha cambiado de opinión. El viaje es demasiado peligroso y las condiciones en Túnez se han vuelto insoportables. Ha decidido regresar a Camerún.
“Mira”, dice Joseph, señalando la foto en su teléfono de un conocido que salió hace poco en barca desde Sfax. “Ahora está muerto. Se ahogó”. Joseph denuncia que cuando los guardacostas tunecinos se toparon con la embarcación, le quitaron el motor y la abandonaron en el mar, donde naufragó.
Ola de violencia racista
Los intentos de cruzar el mar desde la costa en torno a Sfax han aumentado drásticamente en las últimas semanas en medio de una ola de violencia racista desatada por un incendiario discurso del presidente tunecino, Kais Said, quien ha afirmado públicamente que la migración irregular desde otras partes de África forma parte de una conspiración internacional para cambiar la composición demográfica de Túnez.
Las familias migrantes han denunciado haber sido expulsadas de sus casas e incluso atacadas con cuchillos. Muchas personas han perdido sus precarios empleos informales, con los que pagaban la comida y el alquiler, porque sus empleadores tunecinos temen ser detenidos. En la capital, Túnez, cada vez son más las que duermen bajo lonas frente a las oficinas de la ONU.
Solo en la última semana, 29 personas procedentes de África subsahariana se han ahogado tras el naufragio de dos embarcaciones frente a las costas de Sfax. El miércoles, el director regional de Sanidad declaró a la agencia de noticias TAP que la cifra de cadáveres de migrantes en la morgue local ha superado su capacidad.
Junto a Joseph, cargado con una bolsa de pan tabún —pan plano característico de los países árabes—, está Olivier, de Costa de Marfil. Llegó hace un año y ha estado intentando ahorrar los 3.000 dinares (unos 900 euros) que, según él, le costaría el trayecto a Europa.
“Para pagar la travesía necesitas dos trabajos”, dice. “El dinero que ganas trabajando es muy poco, a veces solo 20 dinares al día —unos seis euros—, lo que no es suficiente para vivir”.
Explica que la mayoría necesita dos años para reunir los ahorros necesarios para pagar a los traficantes. Estos cobran menos por cruzar en invierno, cuando el mar está más agitado, lo que ayuda a explicar por qué la tasa de mortalidad de las personas subsaharianas es mucho mayor que la de las tunecinas, que tienen más posibilidades de permitirse pagar más para cruzar en verano.
Preguntado por los peligros, sonríe. “Si tienes un sueño en la cabeza, lo harás”, dice. “Nada te detendrá”.
Olivier detalla cómo funciona: los traficantes contactan con las personas que quieren cruzar y les dicen que tomen taxis hasta puntos de las playas de la costa. Una vez allí, las personas pueden intentar la travesía con un pescador, o comprar una embarcación y pagar un suplemento para aprender a navegar.
“La capital migratoria del Mediterráneo”
Según datos de la ONU, al menos 12.000 migrantes que llegaron a Italia este año zarparon desde Túnez, comparado con los 1.300 del mismo periodo de 2022. Antes, Libia era el punto de partida más habitual.
Según dijo la semana pasada el Foro por los Derechos Sociales y Económicos de Túnez, durante los tres primeros meses de este año los guardacostas tunecinos impidieron que más de 14.000 personas zarparan en pateras, comparado con las 2.900 del mismo periodo del año pasado.
Desde que ganó las elecciones presidenciales en 2019, Said se ha vuelto cada vez más autoritario, despojando al Parlamento de sus poderes y, más recientemente, supervisando la represión de los opositores políticos y de la prensa libre.
Su mano dura contra los migrantes sin papeles ha sido ampliamente interpretada como un intento de eludir la responsabilidad por los problemas económicos de Túnez. De hecho, los tunecinos han abandonado el país en número cada vez mayor en los últimos años, y su futuro económico parece depender de un rescate del FMI que se ha retrasado por las exigencias de Estados Unidos y otros países de reformas de gran calado.
La semana pasada, el ministro italiano de Asuntos Exteriores, Antonio Tajani, sugirió la imagen de “cientos de miles de personas en el mar Mediterráneo” si no se evitaba el colapso económico de Túnez.
En Sfax, Olivier señala un pequeño mercado improvisado gestionado por personas sin papeles. “En Túnez somos miles”, dice. “Es la capital migratoria del Mediterráneo”.
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Los nombres han sido cambiados.
Traducción de Emma Reverter.
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