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El muro contra los niños refugiados también lo llevamos dentro

Comienza el desalojo del campo de refugiados en el antiguo aeropuerto de Atenas

Sara Collantes

Especialista en migraciones de UNICEF Comité Español —

Ladrillo a ladrillo, el discurso anti-inmigración y anti-refugiados se está extendiendo en el mundo y en Europa, y también en las mentes de muchas personas. Esta forma de interpretar la realidad está inundada de mitos. Presenta a los inmigrantes y refugiados como “invasores” y responsables de casi todos nuestros problemas económicos, sociales y de seguridad, y consigue hacer creer a muchos que no todos tenemos los mismos derechos como seres humanos, ni tan siquiera cuando hablamos de niños y niñas.

Estas ideas han conseguido calar en textos legales de toda Europa, contraviniendo Tratados Internacionales e incluso Constituciones nacionales. La discriminación de los niños migrantes y refugiados se produce a plena luz del día y con cobertura legal.

Desde el año pasado se han ahogado en el mismo mar en que muchos nos bañaremos este verano una cifra indeterminada de niños. Se estima que podría estar, como mínimo, en torno a los 1.000. ¿Las razones? Insuficientes vías de acceso para poder refugiarse de la guerra en Europa y migrar de forma segura, por ejemplo con el fin de reunirse con un familiar.

Hay niños encerrados en centros de detención en Europa por períodos indefinidos, solo por ser migrantes. Niños a los que se limita la asistencia sanitaria en algunos países porque se utiliza la salud como herramienta para intentar disuadir a otras personas de que vengan aquí.

Muchos menores de edad continúan sin ser identificados y protegidos correctamente a las puertas de Ceuta y Melilla porque se les bloquea el paso sin tan siquiera preguntarles qué edad tienen o si huyen de algo.

Para miles de niños, la única solución para reunirse con sus familias o seguir su viaje, incluso dentro de Europa, es recurrir a los traficantes, ya que no tienen información, respuestas rápidas, atención o protección suficientes. Aún quedan muchos niños en Grecia, Italia, Bulgaria y Alemania separados de sus familias, sin abogados ni tutores, sin ir a la escuela. Sin que un psicólogo trate su ansiedad o depresión infantil derivada de las grandes barbaridades que han visto ya sus pequeños ojos o de la incapacidad de gestionar incertidumbres y soledades que nos quitarían el sueño de por vida a cualquier adulto.

Estos niños y niñas, además, son víctimas del rechazo social en muchos puntos de Europa. La policía alemana estima que se producen 10 ataques racistas al día a centros de refugiados, donde también hay menores de edad. En España, 32 niños y niñas extranjeros fueron víctimas de delitos de odio en 2016.

Ciudadanos individuales y organizaciones trabajamos cada día por derribar estas barreras injustas que están destruyendo la vida y la infancia de miles de niños y niñas que están en Europa o intentan llegar aquí. Hemos conseguido ciertos avances, pero todavía muchas de ellas continúan en pie. Y por eso te pedimos: Rompe el muro.

Creemos que estas barreras legales, administrativas y sociales siguen en parte ahí porque aún existen muros dentro de nosotros mismos que impiden que todos alcemos la voz contra esta injusticia para decir de forma unánime y sonora que los niños migrantes son, ante todo y sobre todo, niños. Y por eso deben ser protegidos. Tienen que salir inmediatamente de los centros cerrados que los retienen sin motivos, tienen que poder ir al médico cuando tengan gripe o necesiten insulina, tienen que ir a la escuela y tienen que vivir en lugares adecuados donde reciban atención adaptada y cariño, más aún si están solos.

Estos muros pueden surgir porque sus realidades nos resultan demasiado lejanas, por el miedo ante lo desconocido, por los prejuicios o  estereotipos que tenemos en nuestra cabeza.

Pero se pueden derribar. De hecho, gracias a muchas personas que han roto estos muros, hay cada vez más niños con historias positivas que contar, como Malik, Nora, Sammy, NourIlyas e Ihab.

Días antes de lanzar esta campaña, salimos a la calle a recoger las reacciones espontáneas de vecinos y vecinas de Madrid. A todos contamos la historia y enseñamos la foto de un niño migrante de Nigeria, Obasi, y todos tuvieron la oportunidad de encontrarse con él minutos después.

El encuentro lo cambió todo, fue una explosión de humanidad, porque no es lo mismo un niño migrante que un niño cuyo nombre y rostro conocemos; no es lo mismo no saber nada, que conocer su historia; no es lo mismo tocar directamente a una persona o una realidad, que no hacerlo.

Desde que se conoció la tragedia del pequeño Aylan, muchas personas nos han preguntado qué podían hacer ante el drama que siguen viviendo los migrantes y refugiados en Europa. La ayuda económica sigue siendo imprescindible para nuestro trabajo en Siria, en Grecia y en decenas de los países en los que actuamos, pero con esta acción hemos querido dar una respuesta más: la necesidad de mirar a nuestro alrededor, tomar conciencia de los niños y niñas que ya están aquí, niños que vemos por la calle, vecinos, compañeros de clase de nuestros hijos o nietos…, y hacernos una pregunta cuando pasan por nuestro lado: ¿realmente vemos antes a un niño que a un extranjero? ¿Realmente entendemos y sentimos que todos los niños son niños?

Las reacciones de los vecinos de Madrid nos llenaron de ánimo y esperanza respecto al cambio que queremos ver en Europa, tanto en la actitud social como en las leyes migratorias. Estas personas lograron romper sus propios muros. ¿Qué ocurriría si todos, ciudadanos, políticos, periodistas... consiguiéramos hacer lo mismo? Ahí está el reto y la oportunidad de cambiar las cosas. Rompe el muro.

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