La “nueva normalidad” apenas existe para los manteros y lateros: “Estamos aún peor que durante el confinamiento”
Nur Mohamed tiene marcada la última tarde que pudo salir a trabajar. “El día de la mujer”, apunta el hombre bangladesí, dedicado a la venta ambulante. Desde aquel 8 de marzo, poco antes de la declaración del estado de alarma, no ha vuelto a la calle cargado de latas de cerveza, flores artificiales o sombreros de estridentes colores. Moussa también intenta buscar alguna hora en la que merezca la pena extender de nuevo la manta en las plazas de Madrid, pero el aumento de la vigilancia policial, la falta de turistas y el “miedo” al coronavirus impide que apenas pueda volver a casa con algo de dinero.
La “nueva normalidad” nunca llegó para muchos migrantes sin papeles dedicados a la venta ambulante. Manteros y lateros acumulan más de cinco meses sin ingresos, sin apenas poder trabajar, y sin acceso a ayudas públicas debido a su situación administrativa irregular. “No tengo papeles, no tengo nada. No tengo trabajo. Antes trabajaba en la calle y, poco a poco, podía salir adelante. Luego, vino el confinamiento. Ahora, la policía molesta mucho por el día y, por la noche, no hay gente”, describe Nur Mohamed, de 28 años.
El bangladesí, como muchos lateros, solía aprovechar las horas nocturnas de los fines de semana para vender cerveza por las calles de Madrid. Sobre la medianoche empezaba su jornada hasta las 6 de la mañana, cuando ofrecía la última cerveza a quienes ‘cerraban’ bares o discotecas. “Tras el estado de alarma no sale mucha gente por la noche. Y ahora que los bares cierran a la 1… ”, se lamenta el hombre en la sede de la asociación Valiente Bangla, en el barrio madrileño de Lavapiés. Algunos compañeros sí vuelven a vender sus productos por algunos parques de Madrid, pero no hay espacio para todos.
Durante este tiempo sin empleo, Nur Mohamed y sus compañeros salen adelante gracias al banco de alimentos de esta histórica organización, de la que también participan como voluntarios en repartos de comida a domicilio. “Ahora que no trabajo, estoy en casa o aquí, en Valiente Bangla, ayudando en lo que pueda”, añade el bangladesí, quien llegó a España hace algo más de un año, después de trabajar un tiempo en la construcción en Singapur. Gracias a la solidaridad de sus compatriotas puede comer, pero ya acumula cinco meses sin pagar el alquiler.
“¿Cómo voy a pagarlo si no puedo trabajar?”, pregunta Nur. “Puedo comer, con productos básicos, pero nada más. Para gastos personales, como el saldo del móvil, tengo problema. Y ya llevo cinco meses sin pagar el alquiler”, lamenta el hombre, quien vive junto a siete personas más. A las complicaciones económicas se suma el miedo al contagio, debido a las condiciones en las que residen muchos migrantes en situación irregular. El bangladesí duerme en una habitación compartida con cuatro compañeros. Cada uno debería abonar 200 euros mensuales por persona. De momento, el casero, también originario de su país, es comprensivo, aunque su deuda se incrementa: “Sabe cuál es nuestra situación y dice que podemos dárselo más adelante”.
No todos tienen la misma “suerte”. “Sabemos que muchos lateros no han podido pagar el alquiler en estos meses y ahora viven en la calle. Algunos acuden a nosotros, e intermediamos con el Samur Social. Otros, con vergüenza, se quedan en parques y apenas podemos ayudarlos”, sostiene Mohammad Fazle Elahi, presidente de Valiente Bangla, quien exige al Gobierno el impulso de un proceso de regularización masivo que permita el acceso a empleos y viviendas dignas a quienes ahora viven en la clandestinidad. La exigencia, apoyada por mil organizaciones y la formación Unidas Podemos, ha sido rechazada por el Ejecutivo.
A Moussa su casero le llama “tres veces cada semana” para preguntar si ya puede pagar el alquiler. La respuesta sigue siendo negativa. Su situación, como la de varios manteros contactados por elDiario.es, ha empeorado con respecto a los meses de confinamiento. Entonces, el Sindicato de Manteros de Madrid aún tenía dinero en su “caja de resistencia”, con la que entregaba una “renta básica” -como ellos le llamaban- de 200 euros a cerca de 60 manteros cada mes. A medida que han pasado los meses, el dinero recaudado se ha agotado mientras que la solidaridad ciudadana que caracterizó a la época de cuarentena obligatoria ha caído durante los meses de verano. “Nos ayudaron durante mucho tiempo, pero ahora ya no pueden”, dice el senegalés, quien ahora acude a un banco de alimentos de su barrio.
Serigne era encargado de organizar la “renta básica” en el Sindicato. Su casa, donde viven siete manteros, se convirtió en el punto de reparto de dinero para los compañeros más necesitados durante el confinamiento. “Ahora es más duro. Antes, en el estado de alarma, el sindicato estaba ayudando a mucha gente. Pero ya han pasado muchos meses con la gente parada y ahora está vacío, no hay nada en la caja de resistencia”, sostiene el vendedor ambulante. “Mi hermano mayor, llama a un banco de alimentos. Cogemos arroz, pasta, aceite, leche… y con eso estamos. Con eso y organización no pasamos hambre, pero ya no tenemos más”, detalla. De los más de cinco meses transcurridos desde la declaración de la cuarentena obligatoria, solo ha podido pagar un mes de alquiler.
“El dueño de la casa está llamando todo el día a mi hermano mayor… Le decimos que solo tenemos algo de dinero para comer o pagar la luz, pero no para el alquiler”, cuenta Serigne resignado. Ya acumula cuatro facturas de la luz sin pagar. “El mes que viene si no pagamos, se va a cortar la luz. Pero, ¿qué vamos a hacer? Sin trabajar, sin ayudas…”, dice.
Pasan las 22 horas y Serigne junto algunos compañeros se dirigen a la Puerta del Sol. Van a intentar desplegar la manta para ver si pueden vender alguno de sus productos. “Suelo ir a partir de las 22:30, porque la policía no deja antes. Pero la gente casi no compra, sigue teniendo miedo. Sobre esa hora, estamos unos 45 minutos, por si conseguimos algo, pero es muy difícil. A las 23:30 horas ya aparecen los coches de la policía para echarnos”, se queja el mantero.
Hace cuatro meses, Serigne ya imaginaba que lo peor estaba por llegar. Evitaba pensar mucho en el futuro, pero temía que sus dificultades económicas no acabarían con la “nueva normalidad”. “No sé cuándo podremos volver a venderlas”, decía a elDiario.es en su pequeña habitación, junto a un saco cargado de camisetas de fútbol. “No solo tengo miedo por el confinamiento, también por los meses que vienen. Creo que la gente no va a querer tocarlas, no nos van a comprar”, auguraba el senegalés en el mes de abril.
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