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Los refugiados, los nuevos chivos expiatorios de Europa

María Tejada Gámez

Accem —

El comienzo del año ha estado marcado por una cada vez más radical transformación de los discursos europeos sobre la crisis de los refugiados. Del mensaje de la solidaridad y la reubicación hemos pasado a uno que básicamente criminaliza y estigmatiza a todo el colectivo de personas que agrupamos bajo el nombre de “refugiados”.

Aunque las voces en contra de proporcionar la acogida y justa protección internacional han ido haciéndose oír cada vez más fuertes, lo que realmente generó verdadera alarma social fue lo ocurrido en Colonia y otras ciudades europeas. Una serie de hechos delictivos que inculpaban directamente a refugiados de graves agresiones, sobre todo contra las mujeres.

Vaya por delante la más absoluta condena a los hechos y una tremenda indignación por el uso de la mujer como doble “arma de guerra” ya que, además de víctima, ha sido utilizada para dar rienda suelta al racismo y la xenofobia bajo una supuesta defensa de los derechos de las mujeres.

Dos meses después de lo ocurrido en Nochevieja, de las acusaciones vertidas, se ha podido saber que solo 3 de los 58 hombres detenidos por los abusos sexuales y robos en Colonia eran refugiados. Dicho esto, es evidente que las personas refugiadas han sido las más perjudicadas por los hechos que se les han atribuido y que, desde entonces, no se cesa de buscar en ellas a los culpables de todo conflicto social y criminal en el seno de las sociedades europeas.

A la provocada alarma social basada en los mensajes que identifican delincuencia con refugiados y los vinculan con la amenaza terrorista (pese a que no nos cansaremos de repetir que los refugiados son los que huyen de los terroristas), se unen medidas como la tomada por Dinamarca.

El hecho de requisar bienes de valor a los solicitantes de asilo traslada a la opinión pública la imagen de un colectivo que abusa de las ayudas sociales provocando que se tambalee el estado de bienestar. El estigma, que juega con el miedo, la defensa y la pérdida, contribuye a generar un terrible rechazo hacia las personas refugiadas lo que, sin duda, facilita la cada vez más clara intención de determinados gobiernos europeos de dar la espalda a los refugiados.

Parece que lo único que se nos ocurre para dar solución a la crisis que vivimos es castigar y vilipendiar a unas personas inocentes que sólo buscan vivir. Se dificulta el acceso y se recortan derechos y libertades bajo dos premisas: la de la seguridad y la económica. Pero ninguna es realmente válida.

El propio gobierno danés ha admitido que la medida de confiscar los bienes a los refugiados no tiene como fin contribuir a la sostenibilidad económica. Es por lo tanto una medida estigmatizante, humillante y xenófoba pero meditadamente populista. Una senda que probablemente otros países no se resistan demasiado a seguir pues parece que Europa está más preocupada en simular que afronta una situación que en enfrentarla realmente.

Como personas, como sociedades, no podemos dejar que ese falaz discurso atenace nuestra capacidad de reacción, ni podemos dejar que nuestros dirigentes nos proporcionen una respuesta simplista y simplificada. Estamos ante un mundo y una situación extremadamente compleja. No vale la aplicación de soluciones fáciles y cortoplacistas. Eso es lo que hacen los extremismos, esos que parece que son los que están trazando la hoja de ruta de los últimos acontecimientos y decisiones.

No permitamos que esto cale en nuestras sociedades y seamos utilizados para hacer de las personas refugiadas los nuevos chivos expiatorios de una crisis que, parece, viene grande a una Europa que asiste impasible al desmoronamiento de sus valores. Unos valores que, para acabar, voy a enumerar pues parece que se nos han olvidado y que son para todos y todas independientemente de dónde se haya nacido: dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto a los derechos humanos.