La vida diaria en los campamentos: tres oficios del desierto saharaui
Ahmed se lava las manos sentado en la entrada del pequeño comercio de su padre. La diminuta tienda de comida está a rebosar. Jhuta y Anguia pasean cargadas con bolsas de pan muy cerca del lugar exacto donde ha comenzado una nueva edición del Festival de Cine de Sáhara (FiSahara): una comitiva de cerca de 200 personas aterrizó en Dajla, el campamento más aislado del desierto argelino, pero la rutina matinal de la población saharaui se mantiene, calmada pero ocupada.
Mohamed observa a los extranjeros desde la puerta de su barbería; Bula reconoce no haberse enterado aún de las proyecciones de esa noche mientras matiza el 'patio' de una de las casas que ha construido; sale una decena de niños del lugar donde trabaja Salem con dirección a los talleres infantiles, pero él escuchará las películas desde el supermercado. Son algunos de los oficios esparcidos por el desierto.
Esperar cortando barbas
Aparece inscrito en la fachada exterior junto a su nombre en árabe: “Barbero”. Primera pista para descubrir la fuerte influencia de este idioma en la persona que ha sacado el pequeño negocio adelante. Mohamed es cubaraui. Así se llaman entre ellos, con una sonrisa irónica, los muchos saharauis que cursaron su educación secundaria y universitaria en Cuba. Pasó once de sus 25 años en ese país pero, una vez diplomado en Electrónica, regresó a su lugar natal, uno de los cinco trozos con vida del desierto argelino: el campo de refugiados de Dajla. ¿Qué hace un electricista cortando barbas? “Yo espero aquí. Quiero vivir en mi país natal, pero sobre todo me gustaría regresar a mi tierra. Nunca perderé la esperanza, pero creo que moriré en este desierto”, dice el saharui. El discurso de Mohamed sobre el futuro del Sáhara Occidental refleja su desconexión política sobre la paralización de un pueblo que espera. Él solo espera, sin plantearse mucho qué ocurre mientras.
El aspecto decadente de la entrada de esta peluquería masculina rompe con el detallismo de su interior. Una pequeña sala impoluta con todo lo necesario para desempeñar este viejo oficio. “Cuando vivía en Cuba cortaba el pelo a algunos de mis compañeros y así aprendí”, dice. Ahora es el barbero de un campo de refugiados. “Cuesta sacar esto adelante, me llevo lo justo para poder sobrevivir”. Los horarios, como los de otras de las personas que trabajan en el sector servicios saharaui, son sacrificados: de ocho de la mañana a 12 de la noche. “Hay gente a la que le gusta cortarse el pelo a esas horas”, matiza el cubaraui. Un descanso intermedio de cuatro horas le permite comer “tranquilo y disfrutar de la familia”.
Construir casas no permanentes
“Contruyo casas”, dice Bulah manteniendo una media sonrisa constante. “Aprendí mi oficio de la experiencia, de la necesidad de crear un sitio donde vivir”, recuerda el albañil. Después de hacer la suya y la de algunos de sus familiares, comenzó a cobrar por ello. Por casa 100 ladrillos ecreados, 1000 dinares, lo que equivale a 10 euros.
Las casas saharauis que no son jaimas (construidas con telas), están elaboradas con ladrillos de adobe, una mezcla de arena y arcilla. ¿Por qué adobe? Sus viviendas son temporales, como supuestamente lo es su estancia en el desierto. El campamento de Dajla existe desde 1975, desde el inicio del exilio saharaui, desde el comienzo de los bombardeos que dejaron las marcas que aún muestra la madre de Bula y que mataron a dos hermanos que nunca llegó a conocer. 38 años de casas de adobe.
El 'Carrefour' Saharaui
Entre dunas y nada, se eleva una estructura, también de adobe, con una inscripción pintada junto al dibulo de un brick de leche Puleva: 'Carrefour'. “Cuando hicimos más grande la tienda, unos amigos y yo buscamos en internet algunos productos para adornar la fachada y que quedase más bonita. Encontramos estos y así quedó”, dice uno de sus empleados entre risas. “El Baraka” es el nombre real de la tienda de comida más grande del campo de refugiados.
Aquí trabaja Salem como vendedor. Es otro de los cubarauis de Dajla. También regresó. “Aquí está mi familia. Es difícil vivir aquí y encontrar trabajo pero yo quiero estar con los saharauis”, confiesa el joven. Su horario se extiende desde las siete de la mañana hasta las 12 de la noche, con un descanso intermedio. En sus 24 años de vida ya ha trabajado como electricista particular y profesor de español en la escuela del campamento. El sueldo de todos estos trabajos es bajo, 100 dinares como máximo, cuenta Salem, matizando que como reparador de aparatos electrónicos “no sacaba nada”.
“Es duro pero entre todos nos ayudamos. Quiero vivir con mi Sáhara con nuestra cultura, nuestro estilo de vida... Hasta que volvamos a nuestra tierra”, añade. Su testimonio intuye de nuevo cierta desconexión política. “Nosotros nos encargamos de sobrevivir. Vosotros -los periodistas- tenéis que llevar el mensaje para que cambien las cosas”.
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Nota: Esta cobertura de eldiario.es en el Sáhara es posible por la invitación de FiSahara. La organización del festival ha corrido con los gastos del viaje.