La lluvia empuja a varios padres y madres a refugiarse bajo la carpa de la cancha donde cada semana sus hijos participan en los entrenamientos del pequeño club de fútbol Dragones de Lavapiés. Han pasado cinco minutos del inicio de los ejercicios y varios chavales, de distintas nacionalidades y diferentes rasgos, escuchan en círculo a uno de sus entrenadores, cuando dos agentes de policía municipal irrumpen en el estadio y observan el panorama con mirada de cierta sospecha. Solo encuentran niños detrás de una pelota, esperan un minuto y se dan la vuelta. Parecen haberse equivocado, pero Dolores Galindo les mira de reojo y sonríe con resignación: “Como no, policía por aquí..”.
La mirada de Galindo ya está entrenada para detectar las actitudes racistas recibidas por los chavales del equipo de fútbol base. Algunas, como esta, son más sutiles para los ojos de quien no las sufre, pero evidentes para las personas racializadas y para quienes, como la presidenta del club, los acompaña desde hace casi una década.
Pero otros comportamientos discriminatorios sufridos por el club sí son más visibles: como el primer partido en el que la bancada contraria gritaba a un niño afro, acusándole de ser mayor de lo que decía ser, hasta que el árbitro interrumpió el partido para pedirle a él, y solo él, la ficha de identificación. O aquel menor al que dijeron que “su camiseta azul no pegaba con su cara negra”. El entrenador senegalés al que no dejaban entrar al partido de su propio equipo o el niño de diez años que volvió de un entrenamiento consternado preguntando: “¿Por qué la policía me preguntó a mí si llevaba un cuchillo en mi bolsa de deporte?”.
Son solo algunas de las historias de racismo que se atropellan en la cabeza de la presidenta de Dragones de Lavapiés, mientras los benjamines corren de un lado a otro de la cancha. El pequeño club, conformado por niños y adultos de más de 40 nacionalidades, se ha convertido en símbolo del barrio madrileño por, con un enfoque antirracista y feminista, fortalecer la red vecinal y favorecer la inclusión de los más pequeños y sus familias.
Las normas para padres, madres y jugadores son muy claras con el objetivo de mantener el espíritu del club pero, a pesar de que los entrenamientos funcionan como un limbo antirracista, su historia acumula episodios de racismo, especialmente cuando el equipo compite en en el marco de la Liga municipal.
Mientras Galindo enumera varios episodios racistas de los que ha sido testigo, Bary, un vecino guineano, observa el entrenamiento. Viste una camiseta del Real Madrid. En su espalda, el número 20 y un nombre, ‘Vini Jr’, recuerdan la razón por la que los expertos insisten en la importancia de responder con contundencia a insultos como los sufridos esta semana por el jugador merengue: su proyección en la sociedad.
“Yo he sufrido mucho racismo en todas partes: en el autobús, en la calle, con la policía… Si le gritan hasta a él [a un futbolista como Vinícius] y no pasa nada…”, reflexiona Bary, solicitante de asilo guineano, minutos antes de finalizar la clase de los chavales.
La conexión: racismo
“La conexión entre los insultos racistas que recibe Vinicius Jr. en el campo de juego y las 400 identificaciones diarias que la policía realiza por perfil racial en nuestro barrio, Lavapiés, existe. Se llama racismo”, ha denunciado el club en un reciente comunicado. “La percepción de las personas racializadas como peligrosas es lo que está detrás de una presencia policial en Lavapiés muy superior a la de otros barrios con igual o mayor índice de delitos. Y es lo que está detrás de los insultos a Vinicius o a nuestros jugadores racializados también en el campo de fútbol”.
El senegalés Babow Jallow es uno de los entrenadores del equipo desde el año 2015. Aunque debía ser un motivo de celebración, guarda un recuerdo amargo del primer partido de liga del equipo de prebenjamines. Para explicar el racismo sufrido durante la trayectoria del club, nombra a Moha.
El niño, de ocho años y algo más alto que el resto de compañeros, jugaba muy bien, corría mucho y marcó cinco goles. “Varios padres de la grada le empezaron a gritar. Le señalaban, le llamaban ‘negro de mierda' y le acusaban de ser mayor que el resto”, describe. “Bajaron a las gradas, con nosotros, y yo no lo podía aguantar, me enfrenté a ellos”. Quienes alzaban la voz contra el pequeño, cuenta Galindo, pedían que volviese a mostrar la ficha y su documentación, para comprobar la edad del menor, durante la mitad del partido.
Dudar de sus edades
“Pedir la ficha solo a un niño racializado, o a varios pero a raíz de sospechas con un niño afro, se ha convertido en algo habitual”, explica la presidenta de la organización. “Esta sería una práctica similar a cuando la policía exige entregar la documentación a una persona negra por la calle. Los niños se sienten extrañados. No entienden por qué cada vez que salen al campo piden que justifiquen su edad. Eso estigmatiza”.
La presidenta de Dragones y el entrenador salieron desilusionados de aquel primer partido. “No nos podíamos imaginar que hubiese esa violencia y en la mitad del partido pidieron revisión de fichas de una forma muy agresiva. Me quedó marcado”. Galindo pensó en si la respuesta de otros equipos chocaba con el objetivo por el que había sido creado el club: “Recuerdo llegar a pensar: 'Hemos creado esto para que los niños estén contentos y les estamos exponiendo a esto… Pero la ilusión de los niños seguía estando ahí y la energía que canalizaba el futbol era muy positiva”.
Objetivo: empoderar contra el racismo
Los efectos de los episodios de racismo son evidentes en los chavales aunque, matizan, no suelen hablar sobre ello. “Es difícil de explicar y de entender para una persona blanca cómo un niño racializado sufre a lo largo de su vida y, en su día a día, un montón de situaciones tensas y complicadas. Es difícil de entenderlo hasta que estás muy cerca”. Y, estando muy cerca, los entrenadores y el personal de la organización percibían la desmotivación que podía generar cada insulto racista gritado al oído o cada interrupción del partido para solicitar las fichas acreditativas: “Si son muy pequeños no lo entienden, tiene efectos en el resultado. Se desempoderan. Cuando le sacan revisión de fichas, se quedan fuera de la dinámica en la que estaban”.
Pero también entendieron el poder de reapropiarse de ello y rebatirlo. Para trabajar por el empoderamiento de estos chavales, la organización de Dragones combina los entrenamientos y partidos con otras actividades, como talleres en los que personas destacadas del activismo antirracista cuentan la historia de deportistas racializados, que puedan convertirse en referentes para ellos. También ofrecen clases de refuerzo, así como de inglés, árabe y wolof.
“Sufro mucho”
Babow Jallow también ha sido víctima de racismo. Uno de los últimos casos ocurrió hace un mes, antes de comenzar un partido del equipo senior de Dragones, conformado por personas refugiadas mayores de edad. El entrenador, quien trabaja como cocinero, llegó cuando los jugadores estaban preparándose para el encuentro. “Cuando fui a entrar, el señor de seguridad no me dejaba a entrar. No me preguntó nada. Solo me dijo que yo no podía entrar porque se estaba celebrando un partido. Le dije que era entrenador y seguía sin permitirme la entrada”, detalla el senegalés, quien también forma parte del Sindicato de Manteros de Madrid. “Hubo un encontronazo y me llegaron a decir que quién me creía que era, que había dejado mi país y gracias a gente como él yo estaba en España y jugaba aquí”.
Durante dos años, los episodios racistas le acabaron por empujar a darse un descanso del fútbol: “Recuerdo una semana en la que me empecé a sentir muy mal. Durante dos años, dejé de entrenar porque sufría mucho. Estaba cansado de insultos, de que nos llamases negros de mierda, de que parasen los partidos...”. Jallow decidió dejarlo, pero sus antiguos compañeros le convencieron para regresar el curso pasado. En el último mes, ha vivido tres episodios racistas relacionados con el fútbol en partidos del equipo senior: “Me gusta mucho entrenar. El fútbol puede tener el poder de ayudar a mucho a los jóvenes que, como yo, han llegado a España y necesitan conocer gente, incluir a todos en la sociedad, pero también puede ser muy duro”.