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Los campos de refugiados rohingyas registran más de 4.000 casos de difteria, una enfermedad del pasado

Las condiciones en el campamento de Kotopalond, hogar de miles de refugiados rohingyas en Bangladesh, son duras. El campo está atestado de gente, hay una falta de acceso severa al agua potable y los niños están a menudo enfermos y malnutridos.

Icíar Gutiérrez

Minara Begum, de 16 años, logró huir de los ataques por parte del ejército birmano y refugiarse en Balukhali, uno de los asentamientos improvisados en el sur de Bangladesh. “En Myanmar, incluso antes de la última ola de violencia, tuvimos una vida realmente difícil. No podíamos ir libremente a la mezquita, al mercado, a la escuela o incluso a la madrasa [escuela coránica]”, explica su padre en un testimonio recogido por Médicos Sin Fronteras.

Pero la nueva vida de Minara se hace esperar. En el campo de refugiados, donde vive junto a 11 familiares, uno de sus vecinos estaba enfermo y la adolescente rohingya comenzó a tener fiebre y dolor de garganta. El pasado 27 de diciembre tuvieron que ingresarla. Había contraído una enfermedad que en muchos lugares del mundo ya es historia: la difteria.

Las condiciones de hacinamiento en la que viven los refugiados rohingyas han facilitado la rápida propagación del brote que comenzó el pasado diciembre. Ya son 4.011 los casos sospechosos, según los últimos datos del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), y al menos 31 personas, la mayoría niños, han fallecido a causa de la difteria, una enfermedad infecciosa fácilmente prevenible gracias a la vacunación.

“Salvo los profesionales de países asiáticos, el resto nunca habíamos visto difteria”, señala Miriam Alía, responsable de vacunación de MSF y referente de difteria en la emergencia en Bangladesh. “Estaba olvidada porque es una de las enfermedades que forman parte del paquete de vacunas de todos los países del mundo desde los setenta. Estaba controlada y, en la mayor parte de los sitios, erradicada”, asegura.

“De hecho, la última epidemia de la que tenemos constancia fue en países de la antigua URSS, hace más de 20 años. Es una enfermedad del pasado mientras se siga invirtiendo en vacunación”, prosigue en una entrevista con eldiario.es.

No están vacunados por la discriminación en Birmania

Así, uno de los motivos que explican el estallido de los casos de difteria es que la mayoría de los refugiados no están vacunados debido a la discriminación generalizada que esta etnia musulmana lleva años sufriendo en Myanmar, incluida la falta de acceso a la atención médica más básica.

“Cuando tienes casos de difteria es porque hay un problema de salud pública. Y esto no es de un día para otro. Esto se crea durante años de negligencia de los servicios sanitarios. Y estas personas no han tenido acceso a un servicio universal como es una vacuna”, señala Alía.

A esto se le añade unas instalaciones abarrotadas, con condiciones higiénicas precarias, que facilitan el contagio de la enfermedad, que se transmite por el aire, basta la tos o el estornudo de una persona infectada. Desde el comienzo de la ola de violencia el pasado 25 de agosto en el estado de Rakhine, alrededor de 655.000 rohingyas han huido a Bangladesh.

“Hablamos de una población de bastante más de medio millón de personas, es como una ciudad. Estamos en el contexto ideal para que hubiera una explosión de casos, como finalmente ha pasado”, sostiene la enfermera de MSF.

Escasez de un medicamento que ya no sale rentable

Para hacer frente a la difteria, los equipos de la ONG están participando en campañas de vacunación junto a otros organismos y suministran antibióticos a los pacientes, que son sobre todo menores, y a su entorno. Pero el mayor peligro de la enfermedad es que circule por el cuerpo la toxina que segrega la membrana blanca que aparece en la garganta, lo que puede tener efectos a nivel respiratorio, cardíaco o renal, así como la posibilidad de sufrir una parálisis.

Entonces, dicen, aumenta el riesgo de morir. Aquí aparece un nuevo obstáculo: la escasez mundial del medicamento para combatir la toxina. Según datos de MSF, apenas quedan 5.000 ampollas de la antitoxina a nivel global. “Los laboratorios no producen un medicamento que no venden. Es difícil de encontrar, tiene muy limitada la producción. La vacuna es mucho más barata y eficaz”, reitera Alía.

El goteo de casos de difteria en los campos de la frontera con Myanmar llega pocas semanas después de la aparición de otra enfermedad potencialmente peligrosa y de tratamiento accesible, el sarampión. La información, dicen, se vuelve vital, ya que los refugiados han participado en varias campañas de vacunación.

“En octubre vacunamos contra el cólera. Entonces, ya había casos de sarampión. Vuelves a llamarlos para la vacuna del sarampión y cuando terminó esta campaña, ya había casos de difteria. Esto es muy confuso para la gente. Algunos piensan que ya se han puesto la vacuna de difteria, pero te enseñan la cartilla y es la de sarampión. Se ha organizado la sensibilización con poco tiempo porque era necesario vacunar rápido”, explica la cooperante.

Bangladesh es el país que más casos de difteria ha registrado, pero no es el único. Tampoco el primero. En Yemen, el brote de esta enfermedad aumenta cada día debido a un sistema de salud “hecho trizas” por la guerra y el bloqueo impuesto por la coalición encabezada por Arabia Saudí. Desde hace cuatro meses, se han registrado 678 casos sospechosos y 48 muertes.

“La dificultad en Yemen no es tanto el número de casos, como en Bangladesh, sino que están repartidos por todo el oeste del país. Debido a los conflictos y la falta de acceso de la población a la salud estamos viendo enfermedades que hacía tiempo que no veíamos. De todas las enfermedades vacunables, de todas, estamos teniendo casos”, sentencia la responsable de MSF.

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