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Aislados, sin dinero y sin nada que hacer: la vida en el campo de refugiados más grande de Italia

El coche de Musa viaja cargado de preguntas sin respuestas. Mientras recorre los cerca de 50 kilómetros que separan Catania (Sicilia) del aislado centro de demandantes de asilo de Mineo, Latim se frota la cabeza tras conocer la denegación de su solicitud, Ali se atormenta pensando en si correrá la misma suerte y, a su lado, Mor se ríe ante la incertidumbre: “Llevo dos meses en este centro, no sé qué será de mí, pero no puedo hacer nada, solo esperamos”.

Su coche es solo uno más de la larga fila de vehículos que cada día espera a llenar sus plazas en una céntrica calle de Catania (Sicilia). Su destino no está señalizado, pero quienes suben en ellos saben a dónde van, saben que son los taxis no oficiales que trasladan a los solicitantes de asilo al aislado campo de refugiados de Mineo. Saben que es irregular, pero también son conscientes de que es el único medio de transporte asequible para poder salir por unas horas del campo situado en medio de la nada donde pueden llegar a vivir durante años.

El centro de refugiados de Mineo, uno de los más grandes de Europa, está situado en una localidad rural de Catania, a cerca de 50 kilómetros de la ciudad. Se trata de una antigua base militar estadounidense, formada por cuatrocientos pequeños edificios, columpios y alguna cancha de baloncesto. En la actualidad, alrededor de 3.000 solicitantes de asilo viven en estas grandes instalaciones, rodeadas únicamente de campos de cultivo.

En general, aquí llegan las personas cuyas peticiones de protección han sido admitidas a trámite. Después de pasar por centros de primera recepción o hotspot, permanecen en Mineo hasta la resolución definitiva de su solicitud. En lo que va de año, 101.775 personas han llegado a Italia arriesgando su vida en el Mediterráneo. La mayoría opta por continuar su viaje hacia el norte de Europa pero otros muchos, agotados, deciden parar en este punto.

Pasar tres horas en los alrededores de este centro permite intuir hasta qué punto los solicitantes de asilo no tienen nada con lo que entretenersen en el exterior de sus vallas. El calor asfixiante durante el verano reduce aún más las opciones de distracción y aumenta la desesperación de quienes esperan la respuesta a su petición de protección internacional en Europa.

Según Oxfam Intermón, solo es posible coger un autobús desde el centro de Mineo hasta la ciudad de Catania una vez a la semana. La falta de vías regulares de comunicación entre los residentes del centro y la ciudad, donde muchos solicitantes de asilo necesitan acudir a hacer compras, papeleo o dar un paseo, ha generado un sistema de taxis ilegales perfectamente organizado. Cada persona paga cinco euros por viaje.

Aunque ha acabado haciendo negocio de esa necesidad, Musa conduce hablando con enfado de la incomunicación del centro. “Yo me llevo algo de dinero, pero con esto también ayudo. Si no, esta gente se queda sin hacer nada todos los días. Si lo hago es porque no tienen otra forma”, dice. El dueño del taxi no oficial atravesó el Mediterráneo en 2011 para alcanzar Italia y ahora cuenta con residencia legal en el país.

“La Policía sabe que esto existe, todos lo saben, pero también son conscientes de que es necesario. Cuando me paran, me multan, pero nada más”. La mayoría de los conductores han pasado con anterioridad por vivencias semejantes de las que narran los migrantes convertidos en sus clientes.

Al llegar a la gran extensión de pequeñas casas rodeadas por una verja metálica, el vehículo pasa junto a varios militares armados que patrullan la entrada del centro. Aunque los guardas son conscientes de su presencia, Musa frena el coche lejos de la mirada de estos. Ali, Latim y el resto de ocupantes bajan uno tras otro y se dirigen al maletero. Comienzan a sacar varias bolsas de cervezas, que intentarán introducir en el centro por uno de los accesos paralelos que solo ellos conocen. Otra vez, la falta de formas legales de entretenimiento se suple con la clandestinidad.

Ayudas en forma de tabaco

Antes de comenzar a enumerar la lista de quejas e incertidumbres derivadas de su situación, prácticamente todos formulan una palabra: “Cigarrillos”. Y no lo hacen por la falta de ellos: la dirección del centro, en vez de entregar a los solicitantes de asilo una cantidad concreta de dinero en efectivo, reparte tabaco. Y, otra vez, se genera el efecto. A falta de obtener algo de dinero por la vía legal, este sistema ha construido un mercado clandestino de cigarros en el interior del campo.

“La dirección del centro dice que, como el Gobierno no les adelanta el dinero, esta es la única forma que tienen para darles recursos, pero fomentan un mercado irregular. Y el consumo de tabaco, claro”, dicen desde Oxfam Italia. “Es ridículo, yo no fumo, no quiero tabaco. Pero los vendo”, explica un joven frente al campo. “Yo antes no fumaba. He empezado a fumar aquí, porque no hay otra cosa que hacer”, dice con una sonrisa de resignación un costamarfileño.

Como no tienen recursos, aquellos que no han iniciado algún tipo de actividad irregular no tienen otra opción que permanecer encerrados de facto en el centro de Mineo. Algunos emplean sus ahorros de una semana en los 10 euros necesarios para ir y volver a Catania.

“Podemos salir y entrar, sí. Pero, ¿qué más da? ¿Para qué? Aquí no hay nada... ”, dice un joven maliense mientras pasa el tiempo en los alrededores del centro, junto al coche de Musa, que esperar de nuevo a completar sus plazas para regresar una vez más a la ciudad de Catania, y vuelta a empezar.

Preparada para hacer unas compras en la Catania, Amira, de unos 25 años, mira por la ventana del coche mientras espera en silencio poder salir de este lugar durante unas horas. Escapó sola de Somalia y atravesó Etiopía, Sudán y Libia. Del viaje prefiere no hablar. Sobre el antes, sobre las razones de su huida, tampoco: “Me fui porque en Somalia hay muchos problemas”, zanja.

“Aquí solo pienso y no puedo más”

Una vez terminado el proceso, sea la respuesta positiva o sea negativa, la persona tiene que salir del centro en un tiempo determinado. Salif ya ha recibido la segunda denegación de su petición. En unos meses tendrá que abandonar el campo que ha odiado durante todo este tiempo, pero también el único lugar donde podía quedarse. “Aquí solo pienso y no puedo más. Verdaderamente no sé qué voy a hacer. No sé...”, dice echándose un poco de agua por encima para rebajar el calor.

A las puertas del centro se percibe hartazgo hacia un pasado del que parecen no salir nunca. Están bloqueados en un punto intermedio entre aquello que desean olvidar y la vida que aspiran construir. En un proceso que pude alargarse durante más de dos años, sin opciones de integrarse en el país y bajo la incertidumbre de una respuesta negativa.

La gestión de la acogida de migrantes en Sicilia parece una representación de la politica migratoria europea. La falta de vías legales, ya sea de entrada a Europa o de acceso a cualquier forma de entretenimiento, trabajo o integración, acaba derivando en actividades clandestinas. Como no se les da dinero, se les da tabaco. Ellos lo venden, de forma ilegal para obtener efectivo. Como no existen medios de transportes asequibles, se genera un sistema totalmente organizado de taxis no regulares.

Parece que no se ven, que no están, pero cada día una larga fila de coches espera a llenarse en pleno centro de la turística ciudad de Catania para volver al centro de refugiados de Mineo, como cada semana centenares de personas arriesgan su vida y se ven empujados a pagar a traficantes para encontrar protección en la Unión Europea.

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Nota: Los gastos derivados del viaje necesario para realizar esta cobertura han corrido a cargo de la ONG Oxfam Intermón. Todos los nombres de los migrantes que aparecen en este artículo son ficticios a petición de los entrevistados.