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Los refugiados no quieren volver a Siria a pesar de los planes del Gobierno libanés: “Sería como condenarme a muerte”

Imagen del asentamiento para mujeres y niños vulnerables ubicado en Arsal, en el noreste de Líbano.

Icíar Gutiérrez

Arsal (Líbano) —

Volver es la razón por la que Majeda Masri no se mueve de aquí. Si sigue en esta remota zona al noreste de Líbano, Arsal, es para estar “más cerca de casa”. Detrás de la cordillera que ve cada mañana, a menos de una hora en coche, está su ciudad, Al Quseir. Fue de las primeras en escapar, en 2012. Siete años después, continúa esperando el momento que le permita atravesar las montañas de nuevo y regresar a Siria. Ahora, ni lo contempla ni lo aconseja.

El Gobierno libanés lleva meses tratando de incentivar que los refugiados retornen al país vecino. “Es hora de que regresen”, insiste. Mientras, muchos de ellos repiten lo mismo, casi palabra por palabra. Primero aclaran que les encantaría volver. Luego viene el “pero”. Después, preocupaciones y miedos de todo tipo. Lo suficientemente grandes como para que Majeda y tantos otros prefieran quedarse en Líbano, aunque eso conlleve tener que soportar condiciones muy precarias, como vivir en la extrema pobreza.

“A veces lloro porque siento nostalgia y realmente quiero volver, pero no puedo. No se sabe qué va a pasar, no lo podemos controlar”, sostiene sentada en el interior de la estructura de zinc y lona en la que vive con tres de sus cinco hijas. Las saca adelante sola desde que su marido falleció en la guerra. Las dos mayores se casaron y viven en Turquía. “Una de ellas me mandó una foto de una hoja de uva, estaba sorprendida porque nunca la había visto. Al Quseir está en un valle, es más verde. Aquí en Arsal no crece nada, es como si la tierra estuviera calcinada. Me di cuenta de que muchos niños están criándose aquí sin aprender muchas cosas porque estamos aislados”, asegura.

Edificios a medio terminar componen el paisaje rocoso y seco que rodea esta pequeña ciudad fronteriza situada a más de 1.000 metros de altura. La carretera que lleva a ella está salpicada de baches y checkpoints. Hace cinco años, varios grupos armados como el ISIS comenzaron a tener una importante presencia en esta zona, aunque acabaron siendo expulsados. “Cuando comenzaron los tiroteos, estábamos fuera del campamento, visitando a unos parientes. Mis hijos estaban aterrorizados”, recuerda Koder Hussam. Es el shawish [líder] de otro de los asentamientos de Arsal en los que sobreviven decenas de personas refugiadas con el apoyo de organizaciones humanitarias como Acción Contra el Hambre, encargada de tareas como la distribución del agua en camiones cisterna o el vaciado de las fosas sépticas, así como de proyectos de seguridad alimentaria.

Una bomba le destrozó los ojos mientras huían de los ataques en Al Quseir. Su máximo deseo es poder operarse de las córneas para recuperar la vista. La intervención no es posible en Líbano, por lo que, según cuenta, intentó ser reasentado en Europa. No lo consiguió. “Solicitamos asilo en Alemania, pero solo estaban aceptando a gente que hubiera entrado en Líbano en fechas muy determinadas. Nosotros entramos más tarde y no cumplimos los criterios”, lamenta, rodeado de sus siete hijos. Ninguno pasa de los trece años. Están desde hace seis aquí.

Sus pensamientos se centran más en cómo lograr esa cirugía que en la posibilidad de volver a Siria, una idea que descarta por ahora. A él también le pesan más las preocupaciones que las ganas de regresar. “No tengo la seguridad de que vaya a volver y no me vayan a detener o a encarcelar por tener algún tipo de problema legal con el Gobierno”, señala sin dar más detalles. “No quiero regresar a menos que haya una protección internacional que garantice que a la gente que vuelve no le pasará nada. Entonces, me lo pensaré”, insiste.

Koder cuenta que tiene conocidos que sí han emprendido el camino de vuelta, pero “no regresaron a sus pueblos, ni a sus casas”. “Los han reasentado en otras zonas, como si fueran desplazados internos. ¿Qué sentido tiene regresar si no puedes tener acceso a tu casa y a tu tierra? A mí me han dicho que mi casa sigue en pie, pero no me importaría vivir en una tienda de campaña mientras esté allí, aunque esté destruida”, afirma Koder. “Al área de Al Quseir y las de alrededor están llegando otros residentes con la aprobación del Gobierno. Ya no es nuestro, porque desde que nos fuimos ya no somos parte del sistema. La mayoría de la gente siente que no puede ir”, describe el hombre.

“Buscamos retornos seguros, con información y dignos”

Líbano, un país de 4,4 millones de habitantes, alberga a 949.700 refugiados sirios. Las autoridades estiman que otros 550.000 se reparten por el país sin estar registrados. En total, son casi un millón y medio de personas que conforman la mayor población refugiada per cápita del mundo: una de cada 6 personas.

Ocho años después de las primeras llegadas a su frontera con Siria, el mensaje del Gobierno libanés es tajante: “Los refugiados deben volver, no hay razón para que se queden”. Las autoridades llevan meses tratando de facilitar estos retornos y políticos como el presidente Michel Aoun han abogado en varias ocasiones por el regreso de los refugiados a zonas que consideran seguras. En marzo, la Dirección de Seguridad General anunció que desde diciembre de 2017 han vuelto cerca de 172.000 personas. Si bien el Gobierno sirio controla militarmente gran parte del país y las hostilidades se han reducido –aunque persisten en zonas como Idlib–, la ONU aseguró hace unos meses que la guerra “está todavía muy lejos de finalizar”.

Tanto la organización internacional como las ONG humanitarias enfatizan que la vuelta a Siria debe ser totalmente voluntaria. “Lo que intentamos buscar es que se den las condiciones para el retorno seguro, con toda la información y digno para quienes quieran hacerlo. Falta información sobre si esto se está dando o no. Mientras tanto, seguimos cubriendo necesidades básicas aquí”, explica Isabel Ordóñez, portavoz de Acción Contra el Hambre en Líbano, quien subraya que la ONG no parte en estos procesos.

Desde el Gobierno recalcan que quienes se apuntan en el proceso lo hacen libremente. La Dirección General de Seguridad organiza los traslados en autobús hasta la frontera. Sin embargo, organizaciones como Amnistía Internacional cuestionan que muchas de las personas que solicitan salir de Líbano “no están en condiciones de tomar una decisión libre e informada” por varios motivos, entre ellos las condiciones “extremas” en las que viven o “la falta de acceso a información objetiva y actualizada” sobre la situación en Siria. Por otro lado, Human Rights Watch denunció hace unos días la deportación de 16 personas después de que presuntamente fueran obligadas a firmar los formularios de repatriación voluntaria. Las autoridades negaron las acusaciones.

Según datos del informe anual de Acnur publicado este miércoles, 210.900 personas regresaron a Siria en 2018. La mayor parte lo hizo desde Turquía, 177.300. Las cifras desde Líbano son mucho menores a las aportadas por el Ejecutivo, 14.500 refugiados. “Nuestra posición es que no se dan las garantías suficientes de seguridad y dignidad para facilitar una repatriación a gran escala. Sigue habiendo un alto riesgo para los civiles en todo el país. Un retorno prematuro podría tener un impacto negativo en los refugiados y, si fuera a gran escala, podría incluso desestabilizar a la región”, señala la agencia de la ONU en el documento.

“Volver es demasiado peligroso”

Ahmad no regresa porque tiene miedo a posibles represalias. Trabajaba como agente de seguridad privada del Gobierno en Raqqa antes de que cayera bajo el control del ISIS. Acabó huyendo para poder recibir tratamiento de la enfermedad que le ha dejado ciego. “Al haber trabajado para el Gobierno, me resulta muy difícil volver. La zona estaba dominada por el ISIS, está destruida, no puedo regresar en esas condiciones. Si me fuerzan a marcharme, sería como una sentencia de pena de muerte”, señala.

Fátima (nombre ficticio) también escapó de Raqqa. Aunque vive en otro asentamiento diferente al de Ahmad, su temor es el mismo. “Si la situación fuera como hace siete años, volvería, pero después del ISIS prefiero quedarme aquí. No podría dar a luz a mi bebé con normalidad. Corremos el riesgo de no ser protegidos, hace unos días hubo quema de cosechas en Siria y la gente lo está sufriendo”, asegura.

Como la mayoría, Kafaa no duda a la hora de responder a la pregunta de si desea volver a Siria. “Lo haría sin pensarlo. Se habla mucho de este tema, también entre la población de la zona, y nos está haciendo la vida todavía más difícil. Si pudiera volver, lo haría inmediatamente. No hay nada que pudiera gustarme más que volver a mi casa, a mi país, pero todo está bombardeado. Mi casa ya no existe, mi tierra está destruida y no la podemos cultivar. Todavía hay minas en la zona, incluso en el cementerio. Volver es demasiado peligroso”, insiste.

Una encuesta realizada por Acnur el año pasado a los refugiados en varios países, entre ellos Líbano, reveló que el 76% esperaba regresar a Siria. Sin embargo, solo unos pocos lo veían como una posibilidad en los siguientes 12 meses: un 11% dudaba si hacerlo y el 4% pretendía regresar. El resto aseguró que no tenía la intención.

La inseguridad y el miedo a la persecución o al reclutamiento militar es el argumento más repetido entre los refugiados que se niegan a volver, pero no es el único. Los motivos para no regresar aún se multiplican detrás de cada “pero”: la pérdida de bienes y la destrucción de sus viviendas, cuestiones legales como documentos extraviados o problemas con las escrituras de propiedad. Ahmad menciona la falta de oportunidades para salir adelante: “En Damasco, por ejemplo, te pagaban 200 dólares por trabajos por los que ahora te dan 50”.

Majeda, sin embargo, se muestra más preocupada por cómo van a aceptar los vecinos que se quedaron en Al Qusair a quienes se marcharon. “Creo que no va a haber cohesión, porque pienso que la población está dividida en dos bandos políticos. Lo que más me inquiera es como se pueden integrar los refugiados en las comunidades”, explica.

Para su vecina Mona, que asegura que su marido está encarcelado en Siria, volver al país puede ser un paso atrás para la educación de sus hijos, después de años de esfuerzo para que retomaran los estudios en Líbano. A su lado está su hija mayor, de 13 años, que saca buenas notas y tiene claro que quiere ser farmacéutica. Junto a ella se sienta Jasmine, la hija de Majeda, que se entretiene haciéndose selfies con una sonrisa contagiosa.

Tras una orden de las autoridades, algunos vecinos del asentamiento han tenido que derribar parte de los muros de cemento de más de un metro y medio de altura construidos por ellos mismos en el asentamiento informal. Como telón de fondo está la idea de evitar que haya estructuras que puedan permitir que los refugiados se instalen de manera permanente en el país. Mona no se ha visto afectada, pero no esconde la indignación.

“Es muy injusto y es parte de una campaña cada vez más grande. Básicamente, se trata de asegurarse de que los refugiados no sientan estabilidad”, señala. Organizaciones de derechos humanos como AI consideran que este tipo de medidas, así como las condiciones que muchos se ven empujados a soportar, aumentan la presión sobre esta población a la hora de decidir regresar a Siria.

Mientras, para defender los retornos, algunos representantes políticos elevan el tono contra los refugiados, a los que han culpado en reiteradas ocasiones del deterioro de la economía. En una entrevista reciente con The Guardian, el ministro de Exteriores libanés, Gebran Bassil, afirmó que muchos refugiados no se quedan por temor a persecución política, sino por razones económicas. “Se quedan porque reciben asistencia para permanecer en el Líbano y si regresan a Siria perderán esa ayuda. Esta es la razón principal”, respondió, agregando que “ningún país ha hecho lo que hizo Líbano” al acoger más de un millón de personas.

Majeda y Mona se revuelven al escuchar este tipo de discursos. “Los libaneses también se han beneficiado de la presencia de refugiados sirios. La gente está alquilando terrenos o instalaciones. Se dice que, tal vez, la crisis acabará en 2021. Los libaneses tienen que ser pacientes, porque al final solo nos tenemos los unos a los otros. Compartimos frontera, tenemos muchas similitudes. Lo mejor es mantener buenas relaciones porque, al igual que han hecho ellos, algún día, quizás, los libaneses quizás necesiten a los sirios”, sentencia Majeda.

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Nota: Esta cobertura de eldiario.es en Líbano es posible gracias a la invitación de la ONG Acción Contra el Hambre España. La organización ha corrido con los gastos del viaje

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