Tres años de viaje para trabajar en el campo español: la historia de un bangladesí bloqueado en Canarias
Cuando Abdourahaman salió de Bangladesh, Donald Trump gobernaba aún en Estados Unidos, Pedro Sánchez comenzaba su andadura al frente del Gobierno de España y Reino Unido debatía su salida de la Unión Europea. Después de tres años, tres continentes y más de 20.000 kilómetros, logró llegar a Tenerife y espera su traslado a la Península en el campamento para migrantes de Las Raíces. Al inicio del viaje era un joven de 19 años que soñaba con alcanzar Europa y encontrar una vida mejor. Ahora es un hombre cansado y triste que ha vivido más de tres años sin ver a su familia, que ha dormido al raso en el desierto y ha sido atracado hasta una decena de veces.
El día se despierta húmedo en el campamento de Las Raíces, uno de los seis centros creados por el Ministerio de Migraciones para gestionar la acogida de personas que llegan en embarcaciones precarias a las costas canarias. Entre personas de origen magrebí y subsahariano aparece una pareja de bangladesíes, pero no son los únicos. Abdourahaman viste una chaqueta azul y una camiseta roja. A su lado está su primo Ahmed, enfundado en el mismo atuendo. En ese momento el frío aprieta, pero no sería hasta dos semanas después cuando las lluvias volverían a inundar las carpas del campamento.
“Aquí llueve mucho y hace frío”, decía Abdourahaman en esos días. En este campamento, el joven asiático coincide con otros 13 bangladesíes, según cifras aportadas por los trabajadores de Accem, la ONG que gestiona el centro con fondos estatales. La ruta desde Bangladesh hacia Europa por Canarias no es la habitual y tampoco la más cercana, pero se abre como oportunidad y alternativa a otros caminos como el que atraviesan el mar de Alborán con dirección a España o aquellos que se dirigen a Italia o Grecia.
“Las personas asiáticas no representan un número significativo en las llegadas a Canarias pero hemos visto cómo en los últimos meses se han incorporado algunas, especialmente desde Yemen y Bangladesh”, explica Txema Santana, asesor en materia de migraciones para la Vicepresidencia del Gobierno de Canarias. “Las personas que están en movimiento intentan llegar a la Unión Europea por alguna vía posible y, entre todas, la que surge como oportunidad es la que aprovechan”, dice. El Ministerio del Interior no ofrece datos desglosados según las nacionalidades de las personas que llegan a España en patera, pero sí se recogen en las cifras las solicitudes de asilo por países de origen.
12.000 euros
Abdourahaman nació y vivió en la capital de Bangladesh, Dhaka, hasta que decidió arriesgarlo todo y emigrar. Allí iba a la universidad y estudiaba la carrera de bengalí, el idioma oficial del país. Tiene tres hermanos más pequeños que él. Dos de ellos no han podido acudir a la escuela porque no tenían dinero. No saben leer ni escribir. La falta de oportunidades le llevó a dejar la facultad. Intentaría llegar a Europa, para lo que tuvo que acudir a redes de tráfico de personas.
El primer punto era salir de Bangladesh y la primera frontera que traspasó fue hacia su país vecino, la India. En viajes individuales o en parejas, cuenta, los traficantes organizan travesías en avión hacia Nueva Delhi. En esta ciudad india, Adbourahaman coincidió con cerca de 17 personas. Entre ellos había sirios y bangladesíes se cobijaban, cobijados en el país asiático a la espera de dar el salto hacia África, el segundo continente de la travesía antes de llegar a tierra europea.
Aún no sabía que ese cruce fronterizo era el primero de una ruta larga y peligrosa hacia Europa. Bajo las órdenes de la red, Abdourahaman viajó con su visado en regla hasta Bamako, en el sur de Mali. Aterrizó en la ciudad antes del golpe de Estado que revolucionó el norte del país en agosto de 2020. Allí estuvo 17 días tratando de alcanzar la frontera con Argelia, justo en el lado norte, alternando periodos a pie con otros en furgoneta.
“Cuando quise salir de Mali, algunas personas cogían mi dinero y me llevaban hasta un punto, luego tenía que seguir caminando”, dice. En uno de esos vehículos podían desplazarse entre quince o veinte personas cubiertas por lonas para pasar desapercibidas, según cuenta Abdourahaman. Entre Mali y Argelia, diez sirios y dos bangladesíes hicieron el viaje junto a Abdourahaman.
Después de llegar a Argelia sus caminos se separaron. “Dormí al raso en el desierto, no sé si en el Sáhara o en qué otro infierno, pero no tenía abrigo y hacía mucho frío”, dice. Abdourahaman salió de Bangladesh con una mochila cargada a su espalda, algo de ropa, dinero y su teléfono móvil. Después de haber estado en seis países y dos continentes no le quedaba nada. Tuvo que pagar 12.000 euros, según su testimonio.
De las doce personas que llegaron con Abdourahaman al estado argelino, solo seis continuaron su ruta hacia Marruecos. El rumbo de cada uno de ellos estaba marcado por las indicaciones de los traficantes. “Cuando llegué a Marruecos ya me habían robado varias veces, todo mi dinero y mi ropa. Allí llamé al patrón; él había apagado su teléfono: me había mentido y había desaparecido”, indica.
Una pandemia como inmigrante en Marruecos
Desde su salida de Bangladesh hasta que comenzó a vivir en Marruecos, había pasado por India, Mali, Argelia y el Sáhara Occidental en un viaje que duró seis meses en total. Estuvo solo, aunque ahora se refugia con Ahmed, que además de su compañero de viaje es su primo, entre los plásticos de Las Raíces. “Algunas personas de Marruecos me decían que Ahmed estaba por allí, pero yo no lo había visto”, apunta. En el país dirigido por Mohammed VI la travesía tampoco fue sencilla, perdió mucho dinero y compartió habitación hasta 30 personas.
“Marzo de 2020 fue un periodo verdaderamente difícil en Marruecos. El coronavirus lo cambió todo”, confiesa. “En esa época estaba encerrado en una habitación, a veces comía y a veces no”, indica. Nador, Rabat o Marrakech fueron algunas de las ciudades en las que probó suerte antes de llegar a Europa. Los primeros meses vivía gracias al dinero que su familia le enviaba desde Bangladesh. Las circunstancias le empujaron a buscar un trabajo en el país, mientras esperaba la oportunidad para llegar a Europa. Dedicó su tiempo a trabajar en un restaurante de comida rápida de Rabat en el que se vendían pizzas o tacos y conseguía hasta 1.500 dirhams (144 euros) al mes. El dinero era insuficiente y la vida era muy cara, pero tenía que esperar.
Todo lo que pudo ahorrar, junto con lo que su familia le enviaba, lo invirtió en el viaje migratorio. Esperó durante dos años y medio hasta que pudo encontró una ruta hacia Europa. Un día y medio duró su viaje en patera entre Marruecos y Fuerteventura. “Cruzar el Atlántico en esa embarcación fue realmente lo más difícil”, confiesa ahora.
El joven muestra un trozo de plástico para explicar cómo era la lancha neumática en la que viajaba. “Me pasé todo el trayecto con las piernas mojadas, achicando agua desde el interior”, explica mientras en su mirada se ve el cansancio y la pesadumbre. Desde Marruecos hasta la isla canaria estuvo con 55 personas, entre ellas dos niños y ocho mujeres. Luego lo trasladaron a Fuerteventura y ahora sueña con viajar a Almería o Motril.
“Mi intención no era llegar a Canarias, quería llegar a Marruecos y luego a Almería, no hasta aquí, pero la COVID-19 lo cambió todo y tuve que cambiar de idea”. En su país, la pobreza le empujó a probar suerte en el continente europeo: “no hay mucho trabajo, ni dinero y por eso estoy aquí”. Durante la conversación menciona varias veces Almería y Motril, dos lugares en los que no ha estado pero con los que sueña reconstruir un futuro.
Cambió el plan de emigrar a Francia tras dos años de espera en Marruecos. Ahora quiere trabajar en el campo español: “Cada persona que me encontraba en el camino me pedía dinero. Mira mi pelo, ahora tiene canas; me duele la cabeza, he perdido tres años de mi vida en Marruecos tratando de llegar a España”. Abdourahaman cumplió el pasado 25 de noviembre 23 años, tres sin ver a su familia y sin haber encontrado su sitio.
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