Las bambalinas políticas se desplegaron por la última cumbre de la OPEP+ a comienzos de junio en Viena como nunca en tiempos recientes. Los expertos en energía de los grandes medios de información económica, asiduos de las citas en Viena, se quejaron de una opacidad nunca vista en tres decenios. No es que el cártel haya sido adalid de la transparencia, mas bien, todo lo contrario. Varios de sus socios suelen dejar píldoras encubiertas y off the record sobre el malestar que les genera el autoritarismo que Arabia Saudí con su imposición de oscilantes sistemas de cuotas de producción, que cuando se dictaminan recortes suponen caída de ingresos. Incluso muchos de ellos han alardeado de saltarse los decretos productivos de Riad en no pocas ocasiones.
Sin embargo, en esta ocasión, con una guerra de por medio auspiciada por el otro poder fáctico del grupo, Rusia, se entiende que el régimen saudí no permitiera luz y taquígrafos. Al fin y al cabo, la OPEP+ ha acelerado su táctica de emergencia, la de retirar petróleo del mercado en época de convulsiones geopolíticas.
Daniel Yergin, vicepresidente de S&P Global, dejaba ante las cámaras de Bloomberg TV un hilo argumental que explica que la agresiva maniobra de Riad no dejará ni rastro de daño a las cuotas de Rusia o al viraje de sus ventas de oro negro a Asia por las sanciones occidentales. A su juicio, “Arabia Saudí actúa como el banco central del petróleo”. Yergin hace alusión con este símil a la estrategia de Riad de prefijar la cotización del barril -es decir, los tipos de interés en esta semejanza con las autoridades reguladoras de las de la política monetaria- en los 80 dólares y de garantizar una cantidad suficiente de masa monetaria en circulación en un negocio denominado en billetes verdes americanos para todos sus socios.
Excepto para Rusia que, supuestamente -aunque no de facto-, tiene vetado comerciar en dólares por las sanciones del G-7 tras la invasión de Ucrania.
El efecto saudí se ha apreciado de inmediato. Tras el cónclave a puerta cerrada, el cártel impulsó al Brent a rozar el precio-objetivo. Bastó con que Riad avanzase que cerrará su espita en nada menos que 1 millón de barriles diarios, como se comprometió con sus aliados, hasta dejar su caudal por debajo de los 9 millones de barriles desde julio. Es decir, acaparará la mayor parte de los 1,4 millones que la OPEP+ pactó reducir a partir de 2024. Como si Riad -siguiendo las tesis comparativas de Yergin-, hubiera decidido asumir un programa multilateral de compra de deuda del cártel -por retirada de crudo- con estímulos monetarios a futuro por su estrategia de ganar crédito con cotizaciones altas del barril para todos sus aliados.
Ajuste de cuotas, con manos libres para Rusia
Arabia Saudí, que aporta casi el 12% a la cuota global de crudo, y Rusia, que añade otro 11%, se han jactado de sentirse cómodos con un precio del barril a partir de los 70 dólares y de cumplir con sus expectativas presupuestarias si rebasa los 80 dólares. En marzo, la EIA, la Administración de Información Energética de EEUU consignó un retroceso productivo de la OPEP+ de 300.000 barriles diarios por efecto del embargo del G-7.
El argumentario saudí apeló al doble rasero de la jerga neoliberal al uso: imposición camuflada de libertad. “Habrá permisividad con las cuotas”, avanzó con rotundidad el Príncipe Abdulaziz, ministro de Energía saudí, en un mensaje específico a Moscú, mientras describía el movimiento, en clave interna, como “la guinda de un pastel que hemos puesto a enfriar” y ensalzaba el punto de mira compartido del Kremlin y la Dinastía Saud: “Siempre queremos añadir suspense” y evitar “cualquier intento predictivo o especulativo porque el mercado necesita estabilización”.
La hoja de ruta de la OPEP+, sin embargo, está sometida a varias fuerzas de resistencia. Una de ellas es la ambivalente asignación de cuotas. A Emiratos Árabes Unidos se le reserva un aumento de 200.000 barriles diarios a partir de enero, mientras varios de los socios africanos “las tendrán que recortar para adecuarse a su poder extractivo real”, según aduce Naeem Aslam, CIO en Zaye Capital Markets. Estamos ante un juego de aperturas y de cierres de grifos con los que atender presumibles caídas de demanda, como la que empieza a desvelar la economía china, cuyo despegue no acaba de tomar la altura esperada. Primera incógnita a despejar.
Tampoco se puede olvidar del efecto balsámico sobre los precios que ocasionaría la manguera petrolífera estadounidense, que aportó en 2022 algo más del 20% de la producción mundial, precisa la EIA americana. La EIA augura la predisposición inmediata de EEUU a elevar en otros 12,5 millones de barriles su cuota en 2023, un repunte del 5,1%, y en un 1,3% adicional sus entregas de 2024.
El retoque de la OPEP+ busca un colchón de seguridad del precio del barril, después de que sus recortes de abril hicieran oscilar, en apenas un mes, su cotización desde los 90 a los 70 dólares a ambos lados del Atlántico. Con el beneplácito de Moscú. Alexander Novak, su titular de Energía agradeció a Abdulaziz que sus países “siempre lleguen a puntos de entendimiento”, un guiño en toda regla a las prerrogativas dadas al Kremlin para modular sus flujos de producción. Aunque la realidad es que Moscú se salta el cerco de los controles con sus artimañas de almacenamiento y cargas productivas en alta mar, lo que le permite evitar una caída profunda de su recaudación fiscal y sus depósitos de divisas.
El escritor y ensayista Kirill Regov explica que “solo una caída de precios del petróleo sostenibles acabará destruyendo el régimen de Putin”. A lo que parecen no estar dispuestos los petroestados del Golfo Pérsico con sus nuevas credenciales de superpotencias energéticas.
A la Casa Blanca le preocupa esta comunión de intereses entre Rusia y Arabia Saudí. Riad acaba de formalizar su candidatura de ingreso en los BRICS, grupo de grandes emergentes que compite con el G-7 por la supremacía del orden global. También los movimientos entre los saudíes y Pekín, inductor de la reconciliación diplomática histórica del régimen saudí e iraní. Teherán es el otro gran aspirante a adherirse a los BRICS en la cumbre estival que se celebrará en Sudáfrica.
Washington admite soterradamente que el descenso del coste del barril desde los 139 dólares de marzo de 2022 -nada más estallar la guerra en Ucrania-, hasta los 70 dólares, hace unas semanas, ha obedecido a convulsiones económicas de reciente aparición y con considerables cargas de responsabilidad de la Casa Blanca.
Entre otras, el colapso financiero por la quiebra de los cuatro bancos medianos estadounidenses, los tambores de recesión que reverberan con más intensidad en la primera potencia del planeta y que sitúan su contracción en la segunda mitad de este año, y el impacto por el default por impagos de la deuda soberana de EEUU salvado sobre la campana por un pacto bipartito en el Congreso con una exigente letra pequeña para empezar a atender los 31,4 billones de dólares de deuda acumulada, el 133% de su PIB.
Este incremento de voltaje económico y energético, con cortocircuitos procedentes de distintas esferas de poder, ha llevado a un intenso cruce de acusaciones. De la OPEP+ y, más en concreto, de Arabia Saudí hacia la Agencia Internacional de la Energía (AIE), a la que acusa de seguir los designios de EEUU, su donante premium, y evitar por ello el descenso de sus inventarios y el de sus aliados el pasado año. Esta medida logró paliar -aduce la institución multilateral- la subida de precios y la volatilidad del barril por las primeras represalias occidentales a Moscú.
Mientras, Washington amenaza al cártel con impulsar la llamada legislación NOPEC, que dispone de capacidad confiscatoria de los activos de los socios de la OPEP+ en territorio americano si se prueba que hubo dumping (pacto de precios), una vieja doctrina que, por otro lado, nunca ha llegado a ser aceptada por las ya de por sí duras normativas de Competencia de EEUU. Vivek Dhar, director de commodities en el Commonwealth Bank of Australia, lanza que el Brent acabará el año en los 85 dólares, al margen de la evolución de la demanda china.