Los bancos centrales de Europa y Estados Unidos asumen al fin un ciclo de bajadas de los tipos de interés
Los bancos centrales de Estados Unidos y Europa asumen al fin que ha llegado el momento de iniciar un ciclo de bajadas de los tipos de interés, tras dar por superada la crisis inflacionista que propició la invasión rusa de Ucrania y la salida de la pandemia.
Desde que en 1981 la Reserva Federal de Kansas City convocó a las autoridades monetarias a un simposio en Jackson Hole, un retiro montañoso de Wyoming (Estados Unidos), para que analizaran los posibles virajes estratégicos de los bancos centrales, este cónclave ha ganado influencia como foco de desvelos de sus gobernadores. Y el de este verano no ha sido una excepción.
El presidente de la Reserva Federal (Fed), Jerome Powell, confirmó allí a finales de agosto que “ha llegado el momento” del inicio de las rebajas de tipos, que se prevé que arranque con la reunión del organismo prevista para el martes y miércoles de la semana que viene. Esta previsible bajada se va a sumar a la que se espera que apruebe el Banco Central Europeo (BCE) en su reunión de la próxima semana, adicional a la que ya aprobó en junio tras dos años de subidas.
El objetivo es alejar el fantasma de la recesión en EEUU y la parálisis industrial en la UE, con la inflación cediendo protagonismo al crecimiento, el empleo, la productividad o la consolidación fiscal.
Como siempre, el encuentro de Jackson Hole ha dejado margen a la libre interpretación de los economistas. Pero en general, coinciden en anticipar que viene un ciclo de recortes de tipos que perdurará un bienio, si las tensiones geopolíticas lo permiten, para encarrilar el dinamismo perdido desde 2023, cuando las autoridades monetarias se emplearon a fondo en contener la mayor escalada inflacionista en 40 años.
Este ciclo no tendrá nada que ver con el fuego a discreción de los bazucas utilizados para colocar estímulos monetarios urgentes tras el colapso crediticio de 2008 o la gran pandemia de 2020, que dejaron los tipos próximos a cero. Pero serán disparos de precisión. Y constantes.
Las deliberaciones de los banqueros han dejado este verano mensajes no del todo encriptados, advierte Adam Posen, presidente del Instituto Peterson de Economía Internacional. A su juicio, la admisión de Powell constata el cambio de tendencia de la Fed, pero esconde la prioridad que va a conceder al PIB, sometido a frecuentes y cada vez más intensas advertencias de recesión, y al empleo, que ha emitido las primeras señales de debilidad.
En la antesala de las trascendentales elecciones a la Casa Blanca, la inflación ha dejado de ser para la Fed el ogro devorador de ingresos familiares que invoca Donald Trump sin descanso. Su estrategia se ha alineado con las medidas de estímulos keynesianos del Bidenomics -en especial, subsidios a la industria y las energías renovables-, que han impedido la entrada en números rojos de la principal potencia económica del planeta en no pocas ocasiones.
El diagnóstico de Posen es nítido. Powell destacó la fragilidad del mercado laboral. Toda su tesis pivotó sobre el retroceso en la creación de empleo, aunque “sin especificar ningún otro factor económico con incidencia sustancial sobre la coyuntura americana”, explica a Bloomberg.
En opinión de este analista, un gran error, porque si bien la contratación laboral es la primera preocupación, para aplacar la inflación -que en EEUU aún se mantuvo en el 2,9% en julio- y espolear la actividad empresarial y el consumo, hay otros componentes como la productividad, los ajustes presupuestarios, los shocks de oferta o la política comercial que la Fed “debería tener muy en cuenta”.
Es la cara oculta del discurso de Powell, porque, enfatiza Posen, afecta a la prosperidad y a la creación de empleo. En agosto, la economía de EEUU generó 142.000 nuevos puestos de trabajo no agrícolas, muy por encima de los 89.000 de julio. El mercado laboral se repuso del mal dato del mes anterior justo antes de la Fed reunión de la próxima semana, aunque se crearon menos puestos de lo esperado.
En agosto, la tasa de paro bajó una décima, hasta el 4,2%, tras repuntar dos décimas en julio, y no se aleja del 3,4% que registró en la post-pandemia. Aún evoluciona dentro de la plena ocupación, en niveles inferiores al 5% de la población activa. Y tampoco emite registros negativos el PIB, cuyo ritmo se corrigió 2 décimas al alza, hasta el 3%, entre abril y junio. Pero varios vestigios apuntan a una contracción.
Para Posen, lo que Powell quiso eludir es que, sin enfrentarse a una crisis, EEUU ha adquirido un elenco de desequilibrios, entre los que destacan el rampante déficit, la desorbitada deuda, la tensión de su mercado inmobiliario y, por supuesto, la brecha productiva y competitiva que ha emergido en los últimos lustros. Pero, de momento, se pueden atender con un rifle corto, sin descartar armas monetarias más agresivas en el futuro.
Primer escudo: rebajas paulatinas
Nada que en principio no se pueda atender con rebajas de tipos si son rápidas y contundentes. El consenso del mercado anticipa una rebaja de un cuarto de punto este mismo mes, aunque la herramienta predictiva FedWatch de la firma CME considera que debería ser del 0,5%.
Clément Inbona, gestor en La Financière de l’Echiquier (LFDE), respalda que Powell “ha cambiado de prioridades”: de la estabilidad de precios al impulso del PIB y el empleo, los otros objetivos del tridente estatutario que está obligado a vigilar la Fed. “El descenso de la inflación permite a Powell centrarse en apuntalar el mercado laboral”.
Todo un alivio porque “están emergiendo movimientos telúricos que han permanecido soterrados hasta ahora”, como el aumento del paro juvenil y el resurgir de un hito que se ha cumplido en los últimos 80 años y que también destaca Posen, la llamada Regla de Sahm. Esta teoría, llamada así por Claudia Sahm, ex economista de la Fed, asegura que cuando la media del desempleo de un trimestre es, al menos, un 0,5% superior a su nivel más bajo registrado en el último año, la recesión es inevitable. Y ambos subrayan que se acaba de rebasar esa cota.
En Europa, el escenario no difiere demasiado. Los analistas consideran que el BCE dejará los tipos próximos al 3% a medio plazo, un estadio considerado neutral y que sus halcones han impuesto como barrera infranqueable hasta comprobar que la inflación remite por debajo del 2%, frente al 2,2% en el que se situó en agosto, en mínimos de más de tres años. Algo más optimista se muestra el mercado, que ve dos o tres movimientos a la baja este año, desde el 4,25% de junio.
Los inversores llegan a presagiar seis retrocesos hasta 2026, cuando se quedarían en el 2,5%. Varios fondos apuntan incluso al 2% si alguna bajada es de medio punto.
La alemana Isabel Schnabel, una de las consejeras más certeras a la hora de anticipar maniobras del BCE, ha reconocido que “podría ser necesario” situar el precio del dinero bajo el umbral de la neutralidad, que los economistas fijan en el 2,5%. Eso sí, sin olvidarse del contrapeso: “Sería conveniente ver antes un periodo de desinflación”, a pesar de que, en agosto, el IPC del euro bajó otras 4 décimas.
La pinza dinamismo-precios que saca a relucir Schnabel ilustra el clásico debate monetario que, también en Europa, empieza a inclinarse del lado de la revitalización económica y del empleo. Lo justifican índices como el PMI de S&P Global, que ha repuntado del nivel 50,2 de julio (apenas 2 décimas por encima de la contracción) a 51 puntos, pero con caída de pedidos -sobre todo, industriales- y del empleo.
Estos registros llegaron pese al ligero abaratamiento del dinero que inició el BCE en junio, y que no impidió el lunes negro bursátil de agosto por las restricciones monetarias globales y la falta de disciplina sobre el déficit y la deuda de las potencias de rentas altas. Con España, Irlanda y, en menor medida, Italia tirando del carro, Francia se agarró al tirón del consumo por los Juegos Olímpicos, aunque a remolque de los 53,3 puntos del cómputo español. Alemania, en cambio, sufrió su segundo descenso mensual.
Al rescate de Alemania
La parálisis industrial germana está tras la posibilidad planteada por Volkswagen de cerrar plantas en la mayor economía del euro. Algo inaudito en sus 87 años de historia que refleja la crisis que atraviesa el sector automotriz europeo. Muy en especial, el alemán, tras décadas de ignorar su “sobrecapacidad” y sumergirse en un claro “freno competitivo”, los problemas que cita Mario Draghi en su diagnóstico sobre las carencias de la economía del euro y su receta para elevar la productividad y la competitividad, frente al músculo productivo y de ventas que exhibe la pujante industria del coche eléctrico chino o incluso la americana Tesla.
Aun así, los pedidos manufactureros alemanes aumentaron un 2,9% en julio por segundo mes, tras el sorprendente 4,6% de junio, a raíz de la rebaja de tipos del BCE y tras cinco meses en negativo.
El giro monetario de Fráncfort está enfocado, una vez más, a sacar a la locomotora del euro del atolladero. La nueva contracción de una décima del PIB entre abril y junio dio al traste con el leve repunte, del 0,2%, del primer trimestre. Su recuperación permitiría restablecer el potencial del área monetaria, muy por encima del 0,3% de crecimiento marcado en los dos primeros trimestres del año.
La tradicional locomotora del euro “se mueve entre la esperanza y la desesperación”, resume el analista de ING Carsten Brzeski, mientras “lastra la actividad de sus socios”. El Consejo Alemán de Expertos Económicos augura un crecimiento del 0,2% para el conjunto del año, pero bajo cuarentena: a expensas de que los pedidos industriales vuelvan a florecer.
Una incógnita que podría dar credibilidad al análisis de los economistas del BCE que creen que los tipos nominales tendrían un suelo del 1,25% y que llega en un momento crucial para la coalición de Olaf Scholz, bajo presión para modificar su política económica con ajustes presupuestarios, controles migratorios e, incluso, recortes en el Estado de Bienestar, tras la reciente irrupción de los neonazis de la AfD en las elecciones de los lander orientales de Turingia y Sajonia.
Por su parte, el Banco de Inglaterra acaba de bajar por primera vez en un lustro tipos, hasta el 5%, para consolidar un despegue notable de su PIB, de 7 décimas entre enero y marzo y de 6 entre abril y junio. La sexta economía global pretende dejar atrás la sucesión de fases recesivas que han caracterizado al decenio y medio de gobiernos conservadores. Y se ha unido al abaratamiento del dinero.
“Algo está cambiando cuando economías que muestran vigor, como la de EEUU, no se alejan de los temores recesivos y el mercado apela a una mayor docilidad crediticia”, enfatiza David Rosenberg. Este inversor ha recopilado hasta 20 indicadores que señalan a un inexorable final del ciclo de negocios estadounidense. Estas señales podrían conducir a “otras sobrerreacciones bursátiles”, destaca Lara Castleton, de Janus Henderson Investors.
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