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EEUU y Japón acuerdan “acciones concertadas” para frenar el baile de divisas

El yen continúa su tendencia de devaluación frente al dólar y se situó en un nuevo mínimo desde mayo de 2002.

Ignacio J. Domingo

15 de julio de 2022 23:00 h

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Las palabras del economista jefe del FMI Michael Mussa, en septiembre de 2000, durante la tradicional rueda de prensa posterior a la presentación del World Economic Outlook (WEO), sonaron a premonición: “Si no es ahora, ¿cuándo?”, espetó para evidenciar la urgencia de una cirugía abierta que salvara al euro de las embestidas inversoras. Más de dos decenios después sigue persistiendo en el ambiente académico y de análisis del mercado la certeza de que Mussa conocía la deliberación final del entonces G8 –Rusia se había incorporado dos años antes por una justificación geopolítica impulsada por los socios europeos y que respaldó EEUU para sepultar la Guerra Fría–, aunque también se mantiene casi inalterable la idea de que muy pocos sabían que la acción concertada iba a ser tan inmediata, con volúmenes de compraventas masivas de dólares y euros por parte de los bancos centrales de las siete mayores economías del planeta y con un nivel de eficacia tan alto.

Eran tiempos similares a los actuales, con escaladas del petróleo, inflaciones por encima de los objetivos del 2% y un baile de divisas que había llevado a la recién nacida moneda europea a un descenso a los infiernos del 27,35% frente al dólar desde su estreno en las plazas internacionales en enero de 1999. La operación al neonato se precipitó. En cuestión de horas desde el alegato de Mussa, la intervención, para disgusto soterrado de los neoliberales contrarios a cualquier medida ajena a la libre voluntad del mercado, se puso en marcha. Con el BCE con una consigna clara y tranquilizadora llegada desde Berlín de utilizar hasta el 10% de sus reservas de divisas –cifrado en 260.000 millones de euros, casi como un cheque en blanco– para contener la pérdida de valor de la divisa europea. Era la anestesia que necesitaba.

Apenas dos semanas después, durante la cita entre los titulares de Hacienda y los gobernadores de los bancos centrales del G-7 que siempre antecede a la que atienden con el resto de sus colegas del FMI, el paciente había recobrado ya el pulso. Su relación con el billete verde americano se había corregido a un retroceso del 23,8% y los índices bursátiles del planeta se habían catapultado e instalado cómodamente de nuevo en números verdes. La operación salvamento del euro había funcionado. Con el apoyo unánime de voces más intervencionistas como las del ministro francés de Finanzas, Laurent Fabius, y más librecambistas como la de Cristóbal Montoro, entonces como titular español de Hacienda.

El viaje oficial de Janet Yellen del pasado 12 de julio a la capital japonesa rememora el ambiente que antecedió a la mayor acción concertada internacional en el mercado cambiario en la historia económica reciente. La secretaria del Tesoro y ex vicepresidenta de la Reserva Federal acudió a hablar con su homólogo nipón, Shunichi Suzuki, de dos asuntos de especial relevancia.

En primer lugar, sondear a Japón sobre el inicio de las pesquisas diplomáticas en Asia para topar el precio del petróleo y del gas ruso y controlar así una parte de la escalada de sus cotizaciones internacionales, por un lado, y para establecer un dique a los ingresos extraordinarios que sus ventas energéticas están deparando a las arcas federales rusas, por otro. Y, en segundo término, tejer la red de seguridad que Suzuki reclama desde hace semanas como colchón que amortigüe los “riesgos” cambiarios actuales y que Yellen juzga imprescindible para auspiciar alguna “acción concertada” que pueda llevarse a cabo en el “momento adecuado”.

Para la secretaria del Tesoro, “la turbulencia económica derivada de la invasión rusa ha elevado la volatilidad” de las principales monedas, lo que “puede propiciar implicaciones adversas en la estabilidad financiera y la coyuntura global”. Las máximas autoridades económicas de la primera y tercera potencias mundiales destacaron que ambos asuntos son un mandato del G-7 sobre el que el G-20 también se ha comprometido y que deben “impulsar” convenientemente.

Esta alusión al G-20, el foro multilateral que acoge a las potencias industrializadas y los grandes mercados emergentes –y entre los que están Rusia y, por supuesto, China, aliados geoestratégicos de primer orden– y a cuya cita de jefes de Estado de finales de octubre acudirá Vladímir Putin, ofrece un as en la manga para aquellos observadores internacionales que apuntan a una posible intervención concertada en los mercados. Cincelar la táctica monetaria es una tarea para este verano, que debería lanzarse antes del encuentro del G-20, donde podría haber interferencias rusas de última hora con socios emergentes y, desde luego, con antelación al otoño caliente que se avecina en los mercados de la energía.

El yen se había dejado un 16,79% de su valor con el dólar en los cuatro primeros meses desde el inicio de las hostilidades bélicas en Ucrania, un 11,6% respecto al franco suizo, un 8,72% frente al euro y un 6,56% con la libra británica. En un contexto en el que el euro acaba de retroceder por debajo de la paridad con el billete verde americano, escenario que la divisa europea solo ha presenciado en el trienio 2000-2002; entre su desplome de cotización y la crisis puntocom. Otro denominador común que une los designios de Japón y la zona del euro es que sus responsables monetarios son los únicos del espectro industrializado que aún no han movido tipos de interés al alza, arma que, teóricamente, favorece la recuperación del valor de las divisas. Incluso el Banco de Suiza ha encarecido medio punto el precio de su franco, considerada moneda refugio en los tiempos de vacas flacas en las bolsas, como los actuales, aunque aún se mantiene en territorio negativo.

Señales de socorro en Japón

Suzuki lleva varias semanas pidiendo auxilio y la implicación de Europa para la doble contención del yen y del euro. De nuevo, coyunturas paralelas de los considerados en varias ocasiones en las últimas décadas como los enfermos económicos mundiales por las anemias de sus modelos productivos y sus otrora coqueteos con la deflación. Pero su mensaje de socorro ha elevado su tono desde el inicio de julio, cuando el yen ha registrado su punto más bajo frente al dólar desde 1998. Hasta el punto de que, durante varias jornadas, las voces del mercado no descartaban la orden de actuación del Banco de Japón (BoJ). Entonces, en 1998, el BoJ y la Fed detuvieron el desplome de la divisa nipona. Fue la última vez que ambos organismos de supervisión realizaron una gestión bilateral y al unísono.

La inclinación del mercado hacia una posible actuación ha cobrado intensidad esta semana, una vez el yen ha superado la barrera de los 140 yenes por cada billete verde americano. Hay que añadir el temor a que su valor actual importe inflación a raudales y mine la capacidad de compra de las familias en una economía poco propensa al gasto a pesar de mantener tipos de interés próximos a cero durante décadas y de los milmillonarios programas de estímulo fiscal aplicados desde los años noventa. Suzuki ha reiterado su preocupación por la debilidad del yen sin descartar que Tokio pase a la acción.

Precisamente este episodio de posible reacción del BoJ induce a pensar que algo se mueve entre bambalinas. Suena a amenaza velada, pero contenida, porque varias personalidades han salido casi de inmediato a exigir calma al gobierno japonés y a su banco central. Una de ellas, una voz autorizada del Tesoro americano que achacó el baile de divisas a la “excesiva volatilidad que aún está distorsionando los movimientos” del mercado y que se ampliará a lo largo del verano. Otra, la de su gobernador actual, Haruhiko Kuroda, que sigue pensando, al menos en público, que “un aumento de los tipos de interés añadiría presión a una economía todavía en despegue del ciclo post-COVID” y en pleno restablecimiento de los niveles previos a la Gran Pandemia, pese a que el débil comportamiento del yen “es un factor negativo e indeseable”. Se le une el ex viceministro de Asuntos Internacionales Mitsuhiro Furusawa, reacio a una “intervención” tanto de su Gobierno como del BoJ. “No es el momento”, a pesar de que “la actual situación resulta ya demasiado alarmante”. Furusawa apeló a las decisiones colegiadas en el seno del G-7.

Desde el aterrizaje de Joe Biden en la Casa Blanca, EEUU ha devuelto al centro neurálgico de las decisiones multilaterales al foro de las siete mayores potencias industrializadas del planeta –China no está, pese a ser el segundo PIB por tamaño, por no haber obtenido aún el estatus de economía de mercado–. Así lo revelan los avances en las hojas de ruta medioambientales para alcanzar la neutralidad energética, ahora atacada por la vieja economía de los combustibles fósiles, o por la imposición de un gravamen mínimo global del 15% sobre los beneficios empresariales, que antes de recibir la luz verde del G-20 fue modelada por el G-7 y entregada a la OCDE para su ejecución.

En la esfera académica e inversora también se han sucedido apelaciones a la paciencia de Tokio. Mark Sobel, presidente de la OMFIF (Official Monetary and Financial Institutions Forum), think-tank de investigación especializado en política económica y monetaria e inversiones públicas, es partidario de “insistir en la cautela, a menos que se apoye en una estrategia significativa capaz de persuadir a los mercados”. Una acción “inteligente y de éxito” que involucre a las divisas más importantes, entre las que cita expresamente al dólar, el euro y el yen, que “de forma asociada” muestren su “armamento monetario” en un periodo en el que “se superen los niveles razonables de desorden y volatilidad”. Instante que, a su juicio, “aún no ha llegado” porque el BoJ “todavía no ha modificado su política” de tipos de interés.

Este argumento lo comparte Patrick Artus, de Natixis, al analizar el caso del euro. A su juicio, es el dólar el que se ha revalorizado frente a la moneda europea en vez de obedecer a un fenómeno de depreciación del euro, que se ha comportado mejor que el yen frente al billete verde, peor que el renminbi chino –la versión del yuan en los mercados– y en tasas comparables a la de otras monedas emergentes o a la libra. En una fase en la que se debe apelar al compás de espera por la reciente suspensión del programa de compra de deuda soberana y corporativa y a que el BCE suba efectivamente tipos por primera vez en más de diez años. Al menos hasta comprobar, avisa Jennifer McKeown, del servicio de estudios de Capital Economics, “si el encarecimiento leve del euro va a despertar las primas de riesgo de las economías meridionales del euro”.

Piero Cingari, de Capital.com, enfatiza que “el mercado espera antes de cualquier intervención, nacional, del BoJ, o internacional, algún viraje monetario de Japón, del estilo del realizado por el Banco de Suiza”. Mientras, la directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, apela al consenso de ministros de Hacienda y gobernadores del G-20 reunidos esta semana en Bali. En la que, en su opinión, las prioridades deben girar en torno a tres asuntos de sumo interés global: los precios energéticos, las restricciones financieras por el alza “sincronizada” de los tipos de interés y, por supuesto, la oscilación del valor de las divisas debido a “la revalorización del dólar” dentro de un contexto de excesivo endeudamiento soberano que eleva “el grado de vulnerabilidad global”.

Las palabras de Georgieva anticipan que tanto las potencias industrializadas como los mercados emergentes del G-20 están velando sus armas geoestratégicas en un tema siempre espinoso como el cambiario, con Japón aún convulsionado por el asesinato de Shinzo Abe y con el gubernamental y liberal partido LDP tomando aire tras su victoria electoral para emprender reformas en su Carta Magna y en su economía. La idea es seguir el camino que su difunto y antiguo líder inició con su famoso Abenomics.

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