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¿Está España al borde de una recesión o solo es un bache?

Cadena de montaje de la planta de Ford en Almussafes (Valencia).

Valeria Álvarez

¿Viene una recesión? Probablemente no. La pregunta se plantea desde la primavera pasada, cuando el crecimiento de la economía empezó a ralentizarse en la eurozona. La principal causa es la ralentización - que no caída - de las exportaciones. Y esto no se debe a una pérdida de competitividad sino a una ralentización del comercio internacional. A la sensación de incertidumbre que lastraba los indicadores de confianza, en los últimos meses se añade una caída de la producción industrial. Y, sin embargo, la demanda interna y en particular la inversión siguen creciendo aunque a un ritmo más moderado que hace un año. Todo esto hace pensar que, más que ante una recesión, la eurozona esté ante un bache temporal. Algo similar ocurrió en 2003. Eso no quiere decir que se deba caer en la complacencia. Los riesgos exteriores pueden materializarse y no caben muchas sorpresas positivas más allá de la decisión del Banco Central Europeo, ya tomada este mes, de retrasar la transición a una política monetaria más restrictiva.

¿Cómo afecta esto a España? España está en una situación muy parecida a la de la eurozona en su conjunto, pero con una tasa de crecimiento por encima de la media. Esto se debe en parte al estímulo económico que representaba no haber cumplido con la senda de reducción de déficit pactada con la Comisión Europea durante los años de gobierno de Mariano Rajoy, y que continúa con la prórroga de los presupuestos por parte de Pedro Sánchez. Como España tiene una tasa de paro aún muy alta, el déficit estructural contribuye al crecimiento y la creación de empleo. Por tanto es muy posible que España pase el bache de la eurozona sin caer en recesión ni destruir empleo, al contrario que Italia que encadena ya dos trimestres de crecimiento negativo al final de 2018. Sin embargo, no cabe caer en la complacencia. Lo que importa en la campaña electoral que se avecina es cómo propone cada partido sostener el crecimiento y la inversión en España, y en su caso hacer frente a una recesión. Apretarse el cinturón ahora porque puede que el año que viene venga una recesión no haría más que precipitar su llegada. En el contexto exterior y europeo actual, tiene tan poco sentido echar la culpa de la ralentización de la economía Española al gobierno de Pedro Sánchez como felicitarlo en caso de que no haber aprobado los presupuestos de 2019 resulte ser un estímulo relativo en el momento en que se necesita. Como hemos dicho, la ralentización del crecimiento de la economía de la eurozona se debe a una ralentización de las exportaciones, a su vez debida a factores externos. Entre estos destacan la deceleración de la economía china y el resurgir del proteccionismo, personificado en Donald Trump.

El presidente de los Estados Unidos está obsesionado con reducir el déficit comercial de su país, y su estrategia es socavar los acuerdos internacionales de libre comercio. Su táctica es la imposición de aranceles, o su mera amenaza. Las amenazas constantes de guerra comercial por parte de Trump y el espectro cada vez más palpable de un Brexit duro, sin acuerdo, han generado una sensación considerable y generalizada de incertidumbre, que se manifiesta sobre todo en indicadores de confianza tales como el PMI (índice de confianza de gestores de compras) de Markit o los índices de pedidos a la industria (que son parte de las estadísticas oficiales).

Pero en los últimos meses la ralentización de la economía se ha traducido en una caída de la producción industrial. Se ha hablado mucho en particular del sector del automóvil, pero el hecho es que la caída de la producción industrial es generalizada en la eurozona, tanto sectorial como geográficamente.

Y, sin embargo, indicadores como las ventas minoristas, el consumo privado, o la inversión, continúan creciendo aunque a un ritmo más moderado que hace un año. A sostener la demanda interna contribuyen una política fiscal que la Comisión Europea evalúa como ligeramente expansiva para la zona euro en su conjunto, y una política monetaria que va a continuar siendo acomodaticia.

El BCE, en su reunión de marzo, decidió retrasar una hipotética subida de tipos al menos hasta el año que viene. Esto se debe a que la ralentización de la economía rebaja las expectativas de inflación, y el BCE ahora espera que la convergencia al objetivo del 2% se retrase unos dos años respecto a sus anteriores previsiones. El BCE también decidió renovar la provisión de liquidez de largo plazo a los bancos a partir de septiembre. Con ello espera revertir signos incipientes de restricción del crédito en la eurozona, sobre todo en Italia. Una de las posibles causas de restricción crediticia es la interacción perversa entre la regulación de liquidez conocida como ratio de financiación estable neta (NSFR en inglés) y el vencimiento de las operaciones dirigidas de financiación a largo plazo (TLTRO). La NSFR entró en vigor este año y exige a los bancos mantener un mínimo de financiación con vencimientos mayores que un año, y más de 400 mil millones de euros de TLTRO que vencen en junio de 2020 impactan en la NSFR ya dentro de tres meses.

Las proyecciones oficiales tales como las del BCE o la Comisión Europea esperan que las amenazas exteriores para la economía europea se disipen más pronto que tarde, y que la fortaleza de la demanda interna se mantenga. Sin embargo, no se pueden descartar sorpresas desagradables. La primera puede ser un Brexit sin acuerdo, que podría producirse en menos de dos semanas. Incluso si se decide posponer el Brexit más allá del 29 de marzo, el Reino Unido aún podría salir de la UE sin acuerdo de manera accidental en los próximos tres meses. El impacto de un Brexit duro podría por sí solo hacer que la eurozona entrase en recesión. La segunda sorpresa puede venir de EEUU, y afectaría sobre todo a Alemania directamente y a España indirectamente. El presidente Trump podría imponer aranceles a las exportaciones de automóviles europeos a los Estados Unidos tan pronto como el mes de mayo. El congreso americano también está contemplando sanciones a empresas europeas que comercian con Rusia, que se añadirían a las sanciones adoptadas el año pasado sobre Irán y tendrían un mayor impacto sobre todo en el mercado de la energía.

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