En una sala de reuniones de la Casa Rosada, el círculo de poder más cercano a Mauricio Macri puso este martes dos cartas sobre la mesa: hacía falta un mensaje contundente a los mercados para frenar la desconfianza y una veloz depreciación del peso. La solución, sin embargo, suponía un gran coste político para un Gobierno empeñado en insuflar optimismo de cara a las elecciones de 2019. Poco después, el presidente hacía un anuncio que recorrería rápidamente el mundo: Argentina volvía a pedir un rescate al Fondo Monetario Internacional.
Los entre 20 y 30.000 millones que el FMI está dispuesto a entregar a Argentina pueden dejar zanjada la peor parte de esta turbulencia económica, pero supone una derrota política para Macri. La sola mención de esas siglas remite a los argentinos a los peores capítulos de su historia. Sobre todo, a aquel de la crisis de 2001, con más de la mitad de la población sumida en la pobreza y una devaluación de la moneda del 400%.
“Calmar a los mercados era lo más importante. El Gobierno ha dado una señal de autoridad”, opina Dante Sica, presidente de la consultora económica ABCB. El asunto estará, en todo caso, en el coste de esa tila financiera. “Nadie presta semejante cantidad de dinero por nada”, recuerda la economista Marina dal Poggetto, del Estudio Bein. “Implica ajuste, por supuesto. Y estas correcciones son siempre retractivas económicamente”.
El gobierno ha lanzado desde el principio la idea de que este FMI no es como el de Rodrigo Rato. Y no es un detalle menor en un país en el que el rechazo a la institución roza el 70%. Para Sica, “no va a haber grandes exigencias, porque en los grandes trazos de la política económica no hay diferencias”. La titular del FMI, Christine Lagarde, escenificó esa sintonía en su visita a Buenos Aires en marzo, la primera de un titular del fondo en 11 años. “Los dos primeros años del gobierno han sido asombrosos”, sentenció la francesa.
Mariano Rajoy mostró su acuerdo con Lagarde para elogiar públicamente la política económica de Macri, que se erigía como el rostro de una nueva ola de gobiernos latinoamericanos “confiables” –en palabras del presidente español– con los que Europa podía recuperar una relación cercana tras décadas de ruptura con los “populismos”.
Una economía débil y dependiente del capital externo
En la campaña presidencial que le llevó a la Casa Rosada en diciembre de 2015, Mauricio Macri enarboló la promesa de una nueva etapa económica frente a un modelo proteccionista del kirchnerismo que mostraba signos de agotamiento. En 2006 Néstor Kirchner canceló en un solo pago la deuda con el FMI e izó la bandera de la “independencia” de los organismos de crédito. Entonces, el precio al alza de las materias primas llenaba las arcas del país y permitía un alto nivel de gasto, que llegó a rozar el 40% del PIB.
En un contexto internacional muy diferente, Macri prometió una reducción del gasto paulatina para paliar la “herencia recibida”. Para ello, entre otras cosas, puso en marcha un plan de aumento de las tarifas y un intento de contener la inflación, la segunda más alta del mundo, solo detrás de Venezuela. Se arrió la bandera contra el endeudamiento y “se financió ese gasto excesivo con crédito”, resume Dal Poggetto. El “gradualismo” defendido por Macri ha multiplicado la deuda en un 60%, pero no ha conseguido mejorar la debilidad estructural de la economía argentina, la que más ha sufrido, de momento, el nubarrón que supone el encarecimiento del crédito por la subida de los tipos en Estados Unidos.
“Todas las monedas se movieron respecto al dólar, pero el peso es la que más lo ha sufrido”, puntualiza Sica. “Argentina es una economía en transición y es frágil por su alto déficit, por lo que estos movimientos repercuten con más fuerza en el riesgo país”, sostiene. Los vaivenes, está claro, vuelven a los mercados más exigentes. “Ahora están mirando los fundamentos: el déficit externo y que el país estuviera consumiendo por encima de sus posibilidades”, apunta Dal Poggetto.
La economista recuerda que el FMI, en su carácter de organismo internacional, presionará para acelerar esas reformas de “competitividad”, con su consecuente coste social. Para Sica, Macri tiene “margen de acción” porque los indicadores económicos “no son malos”. Dal Poggetto recuerda que el panorama no es como en 2001 “cuando la devaluación implicaba el default y el quiebre de los bancos”, pero destaca que Macri tendrá que lidiar con una oposición que rechazará el ajuste y con una sensación de derrota general.
Para muchos argentinos, la vuelta del FMI resucita los peores fantasmas de su historia. Y otro duelo ante el fin de una ilusión de recuperación que sucumbe, cíclicamente, a una economía que solo parece ser fiel a su propia fragilidad.