El tándem que salvó al euro y que extirpó los activos tóxicos financieros del sistema bancario de EEUU, Mario Draghi –entonces presidente del BCE– y su homóloga en la Reserva Federal, Janet Yellen, siempre lo tuvo claro. El arma con la que aislar la capacidad monetaria del Kremlin como castigo por invadir Ucrania debía muy poderosa, lo suficientemente para lograr la congelación de los 643.000 millones de dólares que las arcas del Banco Central de Rusia atesoran como reservas de divisas internacionales.
El primer ministro italiano y la secretaria del Tesoro volvían a encontrarse en otra situación límite como la que los llevó a sintonizar criterios al frente del BCE y de la Fed para salvar a las potencias industrializadas occidentales del credit crunch de 2008. En esta ocasión, bajo las directrices ejecutivas de Joe Biden y de Ursula von der Leyen, Draghi y Yellen convinieron que la línea de flotación de las medidas debería girar en torno a un eje motriz: el dólar, cuya omnipresencia debía dominar el entramado punitivo.
No sería la primera vez que el billete verde americano iba a ejercer de punta de lanza o de arma de destrucción masiva sobre las finanzas de un país. La invasión aliada de Afganistán y la guerra inmediatamente posterior contra Irak por el 11-S ya fueron los receptores de esta estrategia tejida a conciencia por la Casa Blanca. La militarización del dólar, su desviación como arma arrojadiza, en este caso junto al euro, el franco suizo o el yen, entre otras monedas “resulta tan agresiva como para desenchufar a Rusia de la arquitectura financiera internacional y del sistema de libre comercio”, explicaba en sus primeros días de entrada en vigor a Financial Times Juan Zárate, que ha asesorado a la Casa Blanca en sanciones económicas durante veinte años.
Washington también ha actuado con la llamada de weaponization del dólar contra Corea del Norte, Irán y Venezuela, sufriendo los efectos de un largo aislamiento del comercio mundial, aunque sin bancarrotas oficiales de por medio. Hasta ahora esta estrategia ofensiva nunca se había puesto en marcha contra una economía de la dimensión de la rusa. Según el FMI, Rusia ocupa el decimoprimer peldaño del PIB global, con 1,8 billones de dólares. España se sitúa en el decimocuarto lugar, con 1,4 billones de dólares.
Sin embargo, la capacidad destructiva de la respuesta occidental, en la que también juega un rol trascendental la expulsión de Rusia del sistema de transferencias de pagos Swift, no parece haber sido tan fulminante. El Kremlin dispone de un margen de reacción de más envergadura que lo que presagiaban Draghi y Yellen o los mercados. La primera de las respuestas ha estado en el rublo, que marcó descensos de más del 40% al inicio de las sanciones, y ha llegado a recuperar su nivel respecto al dólar previo a la invasión. Todo un síntoma de que el uso de la divisa rusa no ha desaparecido y un signo de que el rublo se ha erigido en la antesala del tercer mes de contienda bélica en el estandarte de la batalla financiera contra Occidente que, a los ojos de Moscú, no ha hecho más que empezar.
Otra señal de esta lucha de resistencia económica es la que acaba de emitir la gobernadora del Banco de Rusia, Elvira Nabiullina, con el anuncio de “acciones legales” para descongelar las reservas de divisas extranjeras que impiden su uso en las jurisdicciones de las potencias que bloquean las transacciones. “Estamos preparados para actuar, porque el impedimento de los pagos en oro y monedas de curso legal tiene consecuencias impredecibles a escala global”, advertía Nabiullina. Según fuentes diplomáticas, la gobernadora presentó su dimisión nada más iniciarse la guerra, un cese que le fue denegado por el presidente Vladimir Putin.
También hay otro escenario que debería preocupar a los arquitectos de las sanciones. Como acaba de plasmar el FMI, en su reunión semestral de primavera, la guerra va a relegar al 3,6% el dinamismo mundial este año y el siguiente. Desde Goldman Sachs conceden un 35% de probabilidades de que el PIB de EEUU caiga en recesión en los próximos dos años, alerta Jan Hatzius, su economista jefe, en una nota a inversores: “La historia económica desvela que la Fed tendrá serias dificultades al endurecer la política de tipos de interés lo suficiente como para enfriar la inflación sin provocar una contracción”. Al igual que para suturar la brecha entre oferta de empleos y demanda de trabajadores, con aumentos salariales medios del 2%, muy por debajo del repunte del 8,5% que marcó el IPC americano en marzo, avisa Hatzius.
Otro motivo de alerta apunta a las criptodivisas y resultan tanto o más preocupante para los expertos del FMI que el peligro de ralentización económica con espiral inflacionista ya que se trata de “herramientas eficaces” para sortear las sanciones y eludir el uso del dólar. “La guerra de Ucrania justifica la necesidad de regular las criptomonedas”, asegura el informe del Departamento de Estabilidad Financiera, el más influyente y poderoso dentro de la institución multilateral. Su director, el alemán obias Adrian, señala a Rusia e Irán como mercados soberanos que podrían, eventualmente, hacer uso de cripto-activos en su propósito de evitar las represalias occidentales.
“Existe un riesgo de que puedan apalancar sus fuentes de energía, las que no pueden exportar por el embargo, a través de la minería utilizada por las criptomonedas, que demandan procesos altamente intensivos de gasto energético para validar sus transacciones a través de la tecnología blockchain, lo que podría dotarles de ingresos directos por tarifas de transferencias”. Así reclama el Fondo la necesidad de que “los reguladores” estadounidense, europeos y británico instauren un “mando único policial de activos digitales” y configuren las primeras reglas normativas a los criptoactivos.
“Los tokens pueden usarse como bypass para canalizar operaciones mercantiles que circunvalen las sanciones, precisamente por su total déficit regulador, lo que puede dar lugar a que las firmas empresariales puedan saltarse los procedimientos legales dentro de plataformas digitales en las que se incrementa el predominio del anonimato”, añade el FMI. De manera que los organismos de supervisión occidentales deberían pedir a sus compañías que “incrementen y extremen la vigilancia” dentro de sus jurisdicciones, incluidas las del sector de los criptoactivos, y activar sanciones contra ellas si desean cortar el tránsito de pagos en Rusia.
En este contexto no se deben obviar las secuelas geopolíticas. El veto de uso de la mayor de las monedas que configuran la cesta de reservas de divisas internacionales -el euro sigue siendo la de curso legal para la compra de gas y petróleo ruso- podría acelerar la Guerra Fría económica. Este proceso conduciría al parcelar la globalización en dos bloques comerciales, el occidental, por un lado, y un mercado antagónico abanderado por Rusia y China, por otro, y al que se podrían sumar mercados emergentes de la órbita BRIC como India o Brasil.
La Administración Biden tiene ultimada y lista para la firma de la orden ejecutiva del presidente una extensa batería de medidas técnico-comerciales para aislar al gigante asiático si interfiere en asuntos de la soberanía de Taiwán o si confiere un respaldo desmedido a Putin dentro de su recién cincelada alianza geoestratégica bilateral. Por ejemplo, si cumple con su compromiso de absorber empresas rusas en situación de quiebra, Washington dice estar preparado para litigar por los subsidios industriales y tecnológicos chinos y para cortar los vínculos empresariales que existen entre los mercados de capitales de ambas superpotencias.
“El dólar no es sólo la moneda hegemónica, es el valor al que acuden los inversores para poder diversificar riesgos” en épocas de convulsión geopolítica como la actual, apunta Zongyuan Zoe Liu, analista de Política Económica Internacional del Council on Foreign Relations. Zongyuan resalta “el estatus del mercado de bonos estadounidense a la hora de que los gobiernos se endeuden a tipos de interés más bajos que en cualquier otra plaza”, además de sumar atractivo y liquidez a los inversores de bonos del Tesoro americanos. Todo ello “hace que el billete verde sea irremplazable como referente global”, incluso si se confirma que Arabia Saudí permite el pago en yuanes de la venta de crudo.
“La devaluación del dólar desde el inicio de la guerra es otra prueba más de la weaponización de las sanciones”, escribe Michael Hartnett, analista de Bank of America, en un reciente informe de situación, como un intento de acelerar el hipotético default de Rusia y ensayar el posible des-ensamblaje de los bloques comerciales.
Aunque Vivekanand Jayakumar, catedrático de la Universidad de Tampa, advierta de que el uso del dólar como amenaza financiera podría desestabilizar todavía más una economía inflacionista y unos mercados energéticos que, de perder la referencia del billete verde podría hacer colapsar los flujos de petróleo y gas y añadir escaladas de precios por su sustitución como divisa de curso habitual. “No se debe desestimar el riesgo futuro de que el dólar abandone su estatus global”, entonces -explica- “el reforzamiento de los lazos de EEUU y Europa con India y Brasil y con el continente africano será crucial para que las economías del área occidental obtengan ventajas competitivas en esa nueva era geopolítica”.
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