Aunque hasta hace bien poco podría parecer una situación quimérica y alejada de la realidad cotidiana, cada vez existen más situaciones de hambre en España, país de la Unión Europea y que llegó a estar invitada a foros de ricos como el G20. Pero así está la cosa. Unicef reflejó en un estudio que “en España, casi uno de cada cuatro niños, un 24,1%, está en riesgo de pobreza relativa, es decir, que vive en hogares que tienen unos ingresos inferiores al 60% de la mediana nacional. Este dato sitúa a España a la cola de los 27 países miembros de la UE, sólo superada por Rumanía, Bulgaria, Letonia e Italia”.
En mayo, la Junta de Andalucía publicó un decreto para garantizar la manutención a los niños y niñas en situación económica más precaria. Más allá de polémicas políticas, es un indicativo claro de que ha surgido, desde el fondo de la crisis, la necesidad alimentaria que se daba por superada.
“Comer es una necesidad básica pero, por desgracia, para muchas personas, comer una vez al día es un lujo, una quimera”. Quien habla es el motor que mueve el proyecto Menja Futur. Su iniciativa es “vender comida preparada para clientes tradicionales como pueden ser vecinos y empresas” como modelo de negocio que ayuda a sostener otra vertiente social de la empresa: “Menús con precios sociales para personas con escasos recursos”.
Para garantizar que esta acción es accesible para los que realmente lo requieren, estos menús pueden ser adquiridos por “colectivos debidamente identificados por entidades sociales colaboradoras”. Esos “ticket futur” funcionan gracias a la ayuda “para que lleguen a quien lo necesita” de asociaciones como Cáritas, Fundación Arrels o San Joan de Déu además de instituciones como el Ayuntamiento de Barcelona, ciudad donde está radicado este emprendimiento social que ahora está siendo apoyado por Momentum Project (impulsado por BBVA y Esade). El sello de estas asociaciones e instituciones garantiza que los beneficiarios son los adecuados e incluso pueden costear ese ticket si lo consideran necesario.
En marzo se abrió una primera tienda en Ciutat Vella, en la capital catalana, pero, como casi todos los emprendimientos que asoman por Inspira, “la idea es abrir a corto plazo otra en la ciudad y exportar la idea a otras localidades”. La fórmula, calculan, hace que por cada cliente que se hace con un producto a precio ordinario (de 3,95 euros) se pueden costear cinco de carácter social, a 2,95.
El impacto de este negocio va, según detallan, en cuatro direcciones. Por un lado, ayuda a personas en peligro de exclusión mediante la fundación que sustenta la idea donde casi cien personas reciben formación para el empleo y es luego contratada. Por otro lado, facilita alimentación asequible a grupos con obstáculos económicos en la coyuntura actual donde los cauces más habituales de comedores sociales, bancos de alimentos... se ven demandados en exceso. Además, aseguran, “el comercio justo y de proximidad” es la base de la materia prima con la que cocinan. Finalmente, los comensales se benefician de una producción alimentaria ecológica y sostenible “más sana”.