Vitaminas A, B, C, D y E: ¿para qué sirven y qué ocurre si tenemos un déficit de alguna de ellas?
En muchas ocasiones habrás oído hablar de las vitaminas A, B, C, D y E, que son bastante más que un mero abecedario médico. Estos micronutrientes esenciales son básicos para nuestro organismo y su déficit puede causarnos algunas alteraciones óseas, oculares o metabólicas. Y, aunque como destacan los médicos, estas suelen ser de carácter leve, sí pueden originar molestias para los pacientes que las sufren como un estado de mayor cansancio, fragilidad en uñas y pelo o alteraciones en las mucosas, por lo que hay que tenerlas siempre en cuenta.
Pero, antes de nada, vamos a ver en qué consisten estas vitaminas. La A es la que se encarga de mejorar el sistema inmunitario –vital para la defensa ante enfermedades- y ayuda también a mantener una buena visión. La B, que representa un grupo muy extenso (B1, B2, B3, B6, B9, B12), tiene como principales funciones la regulación del metabolismo energético, la síntesis de glóbulos rojos (transportan el oxígeno en la sangre, dan los indicadores de posible anemia y otras funciones), así como el crecimiento y el mantenimiento de tejidos y el sistema nervioso. Tanto la vitamina C como la E funcionan como potentes antioxidantes, mientras que la D es especialmente importante para la mineralización ósea, ya que favorece la absorción de calcio y fósforo de la dieta.
Como señalan las doctoras Clotilde Vázquez, jefa del Servicio de Endocrinología y Nutrición del Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz, y Belén Gutiérrez Pernia, nutricionista de su departamento, estas vitaminas son nutrientes que “no podemos sintetizarlos en nuestro organismo a partir de otros elementos, por eso es ”esencial“ que nos proveamos de ellas”. Es decir, tenemos que incorporarlas a nuestro organismo.
Y, para ello, la alimentación y el sol son los principales proveedores. Como indican estas facultativas, lo que más favorece que los indicadores de estas vitaminas sean aceptables son alimentos como “el aceite de oliva, huevos, legumbres, pescado azul, lácteos, frutas y verduras”. Esto es, la dieta mediterránea. En el caso de la D, lo más importante es la exposición solar, ya que es el sol el que más aporte vitamínico ofrece.
Precisamente, el déficit de la vitamina D se debe en gran parte, según las doctoras, “al ritmo de vida, horario de trabajo, así como la contaminación y la estación del año”, que no favorece que tengamos la exposición solar más adecuada. “Y la alimentación ayuda, pero no llega a aportar la suficiente cantidad”, añaden. Pero, además, hay otros factores que tienen que ver con nuestro modo de vida actual. “En ocasiones, la exposición solar también se evita para prevenir la aparición del cáncer, y hay una serie de alimentos que son muy ricos en vitamina D, pero que tenemos prohibidos porque contienen mucha grasa saturada y/o colesterol, como la mantequilla, los embutidos, las vísceras”, comentan. Así, al no ingerir estos alimentos –por otro tipo de prescripción médica- y tampoco “recibir el sol” necesario estamos facilitando que la cantidad de vitamina D en nuestro organismo baje.
El déficit del resto de las vitaminas se acentúa “por un bajo consumo de los alimentos mencionados anteriormente, ya sea en relación al estilo de vida o por alguna patología en el metabolismo, absorción o digestión de los alimentos”, resaltan las doctoras. En otras ocasiones se debe a estar en determinadas situaciones como la recuperación de una enfermedad grave, o en situaciones fisiológicas como embarazo, lactancia, durante un esfuerzo deportivo o en la etapa de crecimiento.
En relación a esto último, las médicas indican que no hay una mayor propensión al déficit de hombres o de las mujeres, pero ellas, en determinadas etapas como puede ser el embarazo y la lactancia, sí pueden necesitar mayor cantidad de algunas de estas vitaminas. Lo mismo ocurre con los niños cuando están creciendo.
Por estos motivos, hay que controlar el nivel de estas vitaminas principalmente en algunas circunstancias vitales y recordar que la alimentación basada en la dieta mediterránea y la exposición solar (tampoco hace falta achicharrarse) son los mejores aliados para que no tengamos déficits vitamínicos que puedan causarnos molestias óseas, oculares o metabólicas que son fácilmente evitables.