Está claro que los gestos desempeñan un papel vital en la comunicación humana. Nuestra forma de interactuar no está hecha solo de palabras: las caras, los movimientos del cuerpo, las posturas, incluso las formas de vestir y otros rasgos de la apariencia emiten señales que van mucho más allá de los mensajes verbales. “Es imposible no comunicar”, como apunta el axioma del psicólogo y filósofo Paul Watzlawick, pues todo comportamiento es una forma de comunicación. Así como no hay forma de “no comportarse”, tampoco hay manera de “no comunicar”.
En palabras de la filósofa y divulgadora Elsa Punset, “el lenguaje no verbal es el lenguaje secreto de las personas”. “Decimos mucho más cuando no utilizamos palabras que cuando hablamos -añade la especialista-, porque en realidad las palabras sirven más bien para engañarnos los unos a los otros o para transmitirnos informaciones muy complejas. Pero las emociones se plasman en gestos muy discretos. Y cuando sabemos leerlos son tremendamente útiles”.
Sucede que no es sencillo “leer” esos gestos y señales. Los especialistas en mercadotecnia, publicidad y comunicación política prestan especial atención a estos asuntos, pero ¿qué sucede, por ejemplo, en el caso de la sexualidad? ¿Es posible controlar los gestos y mensajes corporales de manera tal que siempre se envíen y se interpreten de manera correcta?
Claves del lenguaje no verbal
Es muy difícil. Se puede pensar en ciertas pautas generales; Elsa Punset explica que en general:
- cuando alguien miente no mira a los ojos de su interlocutor
- moverse de forma sencilla y natural inspira confianza
- rascarse las piernas puede ser una señal de que esa persona se quiere marchar del sitio en donde está
- existe una“mirada de los ligones”, que consiste en un movimiento triangular: primero un ojo, luego el otro, después la boca, y vuelta a empezar
Ese podría ser un consejo para la seducción y, a la vez, una manera de descubrir cuándo están enviándote señales.
Por supuesto, no todo es tan sencillo ni tan automático. El chat -esa vía de comunicación tan empleada en nuestros días- ayuda a entender la importancia de todo lo que acompaña las palabras. La ausencia de entonaciones, miradas, guiños y otras marcas gestuales da lugar a muchos malentendidos. Los emojis son un intento, a menudo insuficiente, de suplir la falta de esos recursos. Pero eso no quiere decir que la comunicación cara a cara solucione todos los problemas.
Los gestos que alguien realiza, de manera más o menos consciente, pueden ser interpretados de manera muy diversa por las demás personas. Lo cual recuerda esa frase que afirma: “Entre lo que pienso, lo que quiero decir, lo que creo decir, lo que digo, lo que quieres oír, lo que oyes, lo que crees entender, lo que quieres entender y lo que entiendes existen nueve posibilidades de no entenderse”.
Mensajes subliminales, ¿existen?
Entonces, ¿se puede hablar de “mensajes subliminales” relacionados con la sexualidad que son transmitidos por el lenguaje corporal? Conviene, antes que nada, definir el concepto de mensaje subliminal: se trata de un mensaje o una señal que pasaría por debajo de los límites de la percepción consciente del destinatario. Es decir, la persona que recibiera ese mensaje no se daría cuenta de que lo ha recibido, y sin embargo ese mensaje tendría, o podría tener, un efecto sobre ella.
El caso es que la propia naturaleza de los mensajes subliminales está cuestionada. Si bien ya varios filósofos de la antigua Grecia, como Platón y Aristóteles, y luego pensadores como Montaigne y Leibniz también se refirieron a los supuestos efectos de los mensajes que parecieran pasar inadvertidos, la ciencia no ha podido esclarecer si esos efectos existen o no.
Se habló mucho del tema hace algunas décadas, después de que, en 1957, un publicitario estadounidense llamado James Vicary publicara un texto en el que aseguraba haber comprobado, por medio de un experimento, la eficacia de esta clase de mensajes. La introducción de fotogramas que incitaban a comer palomitas y beber refrescos durante la proyección de una película, según Vicary, había provocado un notable aumento en el consumo de esos productos. Un libro titulado Las formas ocultas de la propaganda, del sociólogo Vance Packard, le dio tanta difusión que hasta se promulgó una ley que prohibía la publicidad subliminal.
Sin embargo, en 1962 el propio Vicary admitió que todo había sido un engaño: una prueba que, en realidad, no había dado resultado. Desde entonces, la mayoría de los estudios ha llegado a conclusiones similares: la ausencia de evidencias contundentes que demuestren los supuestos efectos de esta clase de mensajes y, más aún, la falta de consenso en relación con esta clase de procesos inconscientes. Lo cual no impide que, cada cierto tiempo, alguna publicación ;señale el hipotético valor de los mensajes subliminales, un valor que -al menos por ahora- sigue formando parte del terreno de las meras conjeturas.
Intuición para entender el lenguaje gestual
Quizá lo más acertado sea, en lugar de hablar de mensajes subliminales, pensar en un concepto como la intuición. El psicólogo alemán Gerd Gigerenzer, miembro del Instituto Max Planck, en Berlín, considera que la intuición es “una herramienta para un mundo incierto”. Explica que no se trata de “algo caprichoso, ni un sexto sentido ni la voz de Dios”, sino una forma de conocimiento “basada en mucha experiencia, una forma inconsciente de inteligencia”.
Según Gigerenzer, el conocimiento intuitivo -ese que acude a la mente de forma inmediata ante determinados estímulos- no es ajeno a la razón, sino todo lo contrario: un razonamiento tan veloz que permite comprender algo y tener la sensación de ni siquiera haberlo pensado. Esa es la forma en que actuarían los gestos y toda la comunicación no verbal, a partir de la experiencia que acumulamos a lo largo de toda la vida, como fruto de vivir en sociedad con nuestros congéneres.
Por eso es, como señala Elsa Punset, “el lenguaje secreto de las personas”. Muchas veces se malinterpreta (de hecho, según ciertas corrientes psicoanalíticas, el malentendido es inevitable en cualquier proceso comunicativo), pero es un elemento fundamental en nuestra comunicación, tanto en el campo de la sexualidad como en todos los demás.
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