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Pareidolia: ¿por qué vemos formas conocidas en los objetos?

Foto: Pixabay

Cristian Vázquez

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Todos hemos lo hemos experimentado alguna vez: en las nubes, en el pan tostado, en una mancha de humedad en la pared o en cualquier paisaje, hemos visto un rostro humano (a veces un rostro “conocido”, como el de Jesús), un animal o alguna otra forma que resulte familiar. Se trata de un fenómeno psicológico llamado pareidolia. No es, por supuesto, consecuencia de ninguna anomalía cognitiva ni un exceso de imaginación, sino el resultado del esfuerzo cerebral por interpretar el mundo, el caos conformado por los innumerables estímulos que nos rodean.

En ese trabajo de clasificar la información que recibe a través de los sentidos -sobre todo la vista, pero también el oído- el cerebro tiende a encontrar formas conocidas incluso donde no las hay. Los especialistas coinciden en que la pareidolia (palabra de etimología griega que significa “imagen adjunta”) debe tratarse de un rasgo evolutivo.

Hace miles de años, cuando nuestros ancestros vivían en pleno contacto con la naturaleza, reconocer con rapidez el rostro de un animal salvaje podía ser la diferencia entre la vida y la muerte. Por eso, basta con que unas cuantas líneas, luces y sombras o algún sonido se combinen de alguna manera remotamente parecida a algo conocido para que el cerebro dé la señal de alerta.

Estudios sobre la pareidolia

Aunque es un fenómeno que se conoce desde hace siglos, la neurociencia ha comenzado a investigarlo hace unos pocos años. Uno de los primeros estudios importantes al respecto se publicó en 2014. Científicos de Canadá y China confirmaron entonces que “ver a Jesús en la tostada” es algo perfectamente normal, pues el cerebro tiende a ver una cara a partir de “la más mínima sugestión de que allí hay una cara”. Algo que no solo ocurre con manchas o siluetas, sino también con grifos, enchufes, construcciones arquitectónicas, montañas y toda otra clase de objetos.

Los autores de la citada investigación ponen énfasis en la importancia de las expectativas. Es mucho más fácil que el cerebro “vea” algo cuando espera verlo. Puede suceder, por ejemplo, que dos personas observen una misma mancha o una nube, y que, mientras una de las dos vea allí una forma conocida, la otra no distinga nada. Sin embargo, basta con que la primera persona diga qué forma aprecia en la mancha o la nube para que la otra también la vea también de inmediato. No solo la advierte en ese momento, sino que luego ya no puede dejar de percibirla, no puede ver allí ninguna otra cosa.

Otro estudio llegó a la conclusión de que la pareidolia aparece bien temprano en los seres humanos: entre los ocho y diez meses de vida. ¿Cómo se llegó a esta conclusión? Investigadores japoneses mostraron a bebés de distintas edades unos dibujos que, orientados de cierta forma (posición 1), podrían asemejarse vagamente a una cara, mientras que, orientados de manera contraria (posición 2), no generan esa identificación. Ante ciertos sonidos, los bebés expuestos a los dibujos en la posición 1 se quedaban mirando la mancha inferior, la que vendría a ser la boca. Con el dibujo en la posición 2, en cambio, no centraban su atención en nada en particular, puesto que no interpretaban ninguna de sus partes como la fuente del sonido.

La pareidolia es un fenómeno que aparece con mucha más frecuencia en personas que padecen algunas de las enfermedades neurogenerativas más comunes, como el mal de Parkinson y la demencia de cuerpos de Lewy. Así lo comprobó un trabajo de científicos japoneses, que buscaron una posible vinculación entre este fenómeno normal -que se puede considerar, sin dudas, un tipo particular de ilusión óptica- y las alucinaciones visuales que sufren más de la mitad de los pacientes con esas enfermedades.

Por ello, si bien es un campo en el que apenas se están dando los primeros pasos, las pareidolias -en concreto, la tendencia a experimentarlas en mayor cantidad- podría tener aplicaciones tanto en el diagnóstico como en el tratamiento de esas enfermedades. Así lo destaca un artículo de Javier Frontiñán Rubio, investigador de la Facultad de Medicina de la Universidad de Castilla-La Mancha.

También los ordenadores experimentan pareidolia

Resulta curioso que la tendencia a ver caras donde no las hay no sea exclusiva de los seres humanos: también los ordenadores “caen en la trampa”. Los diseñadores alemanes Julia Laub y Cedric Kiefer trabajaban con un programa de identificación de rostros y les llamaba la atención la cantidad de errores cometidos por la inteligencia artificial: veía caras donde no las había. Entonces decidieron crear Google Faces (es decir, Google Caras).

Se trata de un algoritmo destinado a encontrar -a través de Google Maps- imágenes parecidas a caras en la superficie de la Tierra, con el objetivo de “explorar de qué manera una máquina podía generar la experiencia cognitiva de la pareidolia”, según explican los diseñadores alemanes en su web. Un objetivo cumplido, ya que el algoritmo halló una buena cantidad de “rostros”, algunos de los cuales se pueden observar en este vídeo.

La inspiración de Laub y Kiefer fue la “Cara de Marte”, la fotografía tomada en 1976 por una sonda espacial que parecía mostrar un rostro tallado sobre la superficie del planeta rojo. Posteriores imágenes, obtenidas en nuevas exploraciones espaciales, permitieron comprobar que aquella supuesta “cara” no existía: todo había sido fruta de una pareidolia, una mera ilusión óptica. Sin embargo, hace más de cuatro décadas, aquella foto dio lugar a muchas conjeturas y suposiciones acerca de civilizaciones extraterrestres. 

En los orígenes del arte, la astronomía y la religión

Cuando una pareidolia se sostiene en el tiempo y pasa a formar parte de una historia o un relato, se habla de apofenia, la tendencia a ver patrones o conexiones entre hechos que no están relacionados. Es lo que sucede en casos como las historias derivadas de la “Cara de Marte” y también cuando se otorgan significados místicos o religiosos a las figuras que se reconocen en las manchas de humedad, en el pan tostado o en cualquier otro sitio.

De hecho, en los últimos lustros estos conceptos han ganado mucha fuerza en los estudios arqueológicos, dado que la pareidolia se relaciona con los orígenes del arte (muchas obras rupestres están realizadas sobre rocas que se parecen a las figuras representadas sobre ellas), de la astronomía (las constelaciones son figuras “vistas” en el cielo a partir de la posición de un conjunto de estrellas) y, desde luego, del animismo y la religión. Así lo explica un artículo del chileno Patricio Bustamante Díaz, investigados en arqueoastronomía. 

En suma, el fenómeno psicológico de la pareidolia puede dar lugar a momentos entretenidos, como los de buscar formas familiares en las nubes, pero también tiene muchas aplicaciones científicas, y es posible que en los próximos años se pueda aprovechar para mejoras en el diagnóstico y tratamiento de problemas de salud.

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