“Salgo con un hombre casado y debato conmigo sobre la imposibilidad de ‘oficializarlo’. ¿Por qué se indaga tan poco en las experiencias de las ‘otras’?”
Hace años que mantengo una relación con un hombre casado. No quiero dejarla, pero a veces debato conmigo misma sobre la naturaleza del vínculo y la imposibilidad de 'oficializarlo'. ¿Por qué se ha indagado tan poco en las experiencias de las 'otras'?
“La otra”, no como mujer concreta, no como tú y como yo, sino como construcción simbólica, es un fantasma que pesa y conjura todas las partes que participan en un vínculo. Secretamente deseada y temida, impronunciable como el deseo mismo, señala la posibilidad de un tercer elemento que desequilibra la promesa de autonomía y suficiencia de dos. A “la otra” la creamos todos con el lenguaje y con la imposición ideológica de una jerarquía. La ideología monógama, texto sagrado en nuestra herencia afectiva, dicta contra la complejidad de lo vital que sólo un amor es asumible como parte de la identidad social. Los otros han de permanecer en el afuera a través de distintas estrategias: de represión, cuando no los llegamos a materializar, de ocultación, cuando no los nombramos, y de minorización cuando los nombramos en un margen de la vida que promete no desestabilizar el centro.
Su nombre propio es temido. La pareja oficial teme escucharlo en la boca de su compañera, por eso para señalar su existencia recurrimos a una serie de desvíos: esa, la amante, la que no debe ser nombrada. Si el nombre propio llega a pronunciarse y a irrumpir en el entorno del pacto monógamo su existencia será demasiado real. Su realidad requerirá una negociación, traerá una debacle, un cambio de estado. A Cristina, a Claudia, a María, no las podemos mantener fuera de la narrativa de lo real, sólo si aparecen en fantasma, sin nombre y sin habla, es posible sostener el pulso divisorio que marca el centro y el afuera de un relato.
A pesar de su condición de outsider en el lenguaje, “la otra”, no es las otras, sino una, La favorita, aquella elegida con la que mantenemos de forma paradójica un vínculo monógamo también, aunque sea en un margen del guion oficial. En el contexto que aporta la cultura monógama, el relato de amor que se sostiene con “la otra” es precisamente el de los enamorados, siendo ella la novia para siempre prometida, a la que la historia de la familia no permite entrar en el templo, pero sí morar para siempre en sus lindes.
Como en el amor cortés, con “la otra” algo queda sin culminar, pero no es en el plano sexual sino en la dimensión temporal del deseo. Tal vez podemos decir que lo que no culmina es la transformación del tiempo de las amantes en el tiempo de la pareja. Porque siempre hay un límite temporal impuesto desde el afuera y acosando cada encuentro, en la historia de amor con una “otra” no llega a darse la relajación del estado de atención característico del tiempo de las amantes, su “normalización” en el tiempo oficial de la pareja.
En la tradición heterosexual “la otra” es la destinataria de la pasión. Al conservar la otredad, al no llegar a fusionarse en el proyecto de familia, preserva el deseo. ¿Por eso la historia la ha temido tanto? En la idea de “la otra” está la posibilidad de perseverancia de un vínculo que no se regulariza, que no se acomoda del todo en el día a día. Al no llegar a formar parte asentada en la rutina del ego, al no poder ser asumida en nuestra voluntad y objetivos biográficos, “la otra” lleva adherido el fantasma de que junto a ella hubiese sido posible una vida arriesgada, una vida de pasión.
¿Qué desea “la otra” del amor? ¿Qué estructuras necesita para sentirse a salvo? ¿Desea “la otra” desde el lugar que ocupa o el lugar que recibe le genera ansiedad y angustia? Quizás estas sean las únicas preguntas que se han de formular.
¿Y qué ocurre cuando habla la otra? Cuando rompe el pacto de silencio firmado para preservar su espacio en el limite de lo posible y lo imposible. En la demanda de la otra puede aparecer, como en cualquier relación, una petición de reconocimiento que implica su presencia en el relato oficial de la vida. Si no podemos responder a esa demanda, para seguir a su lado buscaremos compensar un silencio que sabemos injusto: amaremos más, seremos más generosos, lloraremos como niños para que no nos abandone.
¿Qué desea “la otra” del amor? ¿Qué estructuras necesita para sentirse a salvo? ¿Desea “la otra” desde el lugar que ocupa o el lugar que recibe le genera ansiedad y angustia? Quizás estas sean las únicas preguntas que se han de formular. ¿Qué esperas tú de la vida con esa persona a quien yo también amo? ¿Y qué espera ella de ti? Con el tiempo, cuando las relaciones son largas, tiendo a pensar que sólo una conversación a tres devuelve la agencia a cada parte y relaja el miedo: la otra ya no es un fantasma, ella habla y en su habla, está la posibilidad del consuelo, el acuerdo y la empatía.
Si la reconocemos como producción de la ansiedad monógama, tal vez prefiramos que la figura de “la otra” no tenga lugar en nuestros futuros. Puede que nosotras no queramos recibir ese título y, entonces, no aceptemos vínculos donde se nos imponga. Tal vez queremos ser amigas, queremos ser amigas-amantes, conservar nuestro nombre y nuestro espacio diferencial en el orden simbólico. Tener una visibilidad, no necesariamente la normativa, pero una visibilidad propia.
Por otro lado, muchas veces me pregunto por qué no reconocemos más alegremente que el lugar de la pareja no tiene que ser un destino al que llegar con todos nuestros vínculos. Dependiendo del contexto material y psíquico, nos encontraremos allí con algunas personas de nuestra vida, pero no veo muchos motivos para considerarlo a priori un lugar privilegiado. Lo que está bastante claro es que, para que la cultura monógama sostenga el lugar de la pareja como destino necesario y lugar favorecido, necesita apoyarse en una situación previa de pobreza en las redes de amistad e intimidad.
Esto es el inicio, ser capaces de pensarlo, entender cómo llegamos a convertirnos en “la otra” y cómo construimos a las demás en los mismos términos. Algunas obras literarias, como Huaco retrato de Gabriela Wiener, muestran el deseo de comprender y trascender nuestra educación sentimental sin ocultar la contradicción y el sufrimiento. Luego… ¿qué podemos hacer para sostener el cuerpo cuando sufre las emociones fuertes que trae la ambigüedad fuera del compromiso monógamo? Quizás amar demasiado… de forma que compense el esfuerzo… o demasiado poco… de modo que nada nos afecte terriblemente.
Bonitas cuando intentamos vivir mejor sosteniendo el compromiso crítico, la búsqueda del amor y la empatía. Bonitas también nosotras cuando nos agotamos, nos retiramos de la lucha, quedamos dormidas en un nido, suspendiendo el deseo por un tiempo.
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