Hace unas horas descubrí que tenía bloqueado en Twitter al rapero Pablo Hasel. No recordaba por qué, no suelo bloquear a nadie salvo en caso de insultos, así que recurrí al buscador y encontré la razón. Fue por unos tuits que, hace varios años, me dedicó.
Pablo Hasel siempre ha sido un bocazas, un maleducado, un troll. Su primera condena a cárcel, en 2014, fue por rapear que “dispararía uno a uno” a “los puercos del PSOE”. “Ojalá vuelvan los GRAPO y te pongan de rodillas” o “no me da pena tu tiro en la nuca, pepero” eran otras de las rimas de este autor cuyo mayor talento es el insulto y la provocación.
Sus nuevas letras y tuits, esta vez dedicadas a la monarquía o criticando la impunidad de las torturas policiales, le han costado una segunda condena de dos años y un día de prisión. La sentencia de la Audiencia Nacional aún no es firme pero, si el Tribunal Supremo la confirma, Pablo Hasel pasará varios años en la cárcel por la suma de esta nueva sentencia a la anterior.
La decisión en el tribunal no ha sido unánime. La jueza Manuela Fernández Prado firma un voto particular donde pide la absolución. “No es lo mismo una canción de rap o una chirigota del Carnaval de Cádiz que otro tipo de expresiones ligadas a la realidad o a la historia”, dice la juez. “Sus mensajes emplean un lenguaje soez, y contienen una crítica ácida, pero no por ello puede entenderse que superen los límites de la libertad de expresión y la crítica frente a las instituciones públicas”, asegura Fernández Prado en su voto particular, y tiene toda la razón.
Los países del mundo se dividen en dos. Aquellos donde las injurias y las calumnias se castigan con una multa o una indemnización para los injuriados. Y esos otros donde lo que dices o escribes te puede llevar a prisión. En el primer grupo están Holanda, Suecia, Reino Unido y la gran mayoría de los países democráticos. En el segundo, países como Turquía, Rusa, Ucrania, Marruecos o la España de hoy.
Las condenas a Hasel, Strawberry o Valtonyc nos hacen peores. Nos degradan como sociedad. Retratan a España como un país con dejes autoritarios, con formas reaccionarias, que está sufriendo en estos años una clara involución donde tuiteros y titiriteros se convierten en carne de la Audiencia Nacional. Un lugar donde la libertad de expresión está seriamente amenazada y en cuestión.
Hasel es y será un bocazas, un troll fanfarrón con un discurso político de garrafón. Pero su condena es injusta y en ningún caso merece la prisión.