¿Recuerdan cuando Soraya Sáenz de Santamaría nos contó que en el 2013 aumentaba la partida para becas en los Presupuestos del Estado? Pues también en eso nos mintieron: no solo porque la letra pequeña decía justo lo contrario que la vicepresidenta, sino porque el ministro José Ignacio Wert está aplicando ahora un nuevo tijeretazo más. El Gobierno, con su neolengua habitual, disfraza este segundo recorte a las becas como un impulso a “la cultura del esfuerzo y la excelencia”. En la práctica, esta “excelencia” consiste en que más de 50.000 jóvenes dejan la universidad porque no la pueden pagar.
Las becas no son para premiar a los buenos estudiantes: sirven para garantizar el derecho a la educación, que es la base de esa igualdad de oportunidades de la que habla la Constitución. Cuando el ministro eleva hasta el 6,5 la nota mínima para mantener una beca, está rompiendo esa igualdad porque exige a los estudiantes con menos recursos un esfuerzo extra que no se pide a los demás. La trampa está en que todos los estudiantes de la universidad pública están, en cierto modo, becados: el precio de la matrícula apenas cubre el 20% del coste de la carrera. Sin embargo, solo a los estudiantes de familias humildes se les pide “cultura del esfuerzo”, ese extra de “excelencia” para poder estudiar.
Las becas de Wert profundizan en un modelo educativo tremendamente injusto. La inversión en universidad pública suele ser de los gastos más regresivos del Estado del bienestar: las posibilidades que tiene el hijo de una familia de clase media baja de cursar estudios superiores son muchísimo menores que las de una persona nacida en una familia de clase alta o media alta. Como todos pagamos impuestos pero no todos los hogares pueden mandar a sus hijos a la universidad, en la práctica el modelo acaba siendo como Robin Hood pero al revés: quita el dinero a los pobres para dárselo a los ricos.
Por supuesto, la solución no pasa por privatizar la educación superior, sino por aumentar las becas para garantizar el acceso a la universidad pública.
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¿Recuerdan cuando Soraya Sáenz de Santamaría nos contó que en el 2013 aumentaba la partida para becas en los Presupuestos del Estado? Pues también en eso nos mintieron: no solo porque la letra pequeña decía justo lo contrario que la vicepresidenta, sino porque el ministro José Ignacio Wert está aplicando ahora un nuevo tijeretazo más. El Gobierno, con su neolengua habitual, disfraza este segundo recorte a las becas como un impulso a “la cultura del esfuerzo y la excelencia”. En la práctica, esta “excelencia” consiste en que más de 50.000 jóvenes dejan la universidad porque no la pueden pagar.
Las becas no son para premiar a los buenos estudiantes: sirven para garantizar el derecho a la educación, que es la base de esa igualdad de oportunidades de la que habla la Constitución. Cuando el ministro eleva hasta el 6,5 la nota mínima para mantener una beca, está rompiendo esa igualdad porque exige a los estudiantes con menos recursos un esfuerzo extra que no se pide a los demás. La trampa está en que todos los estudiantes de la universidad pública están, en cierto modo, becados: el precio de la matrícula apenas cubre el 20% del coste de la carrera. Sin embargo, solo a los estudiantes de familias humildes se les pide “cultura del esfuerzo”, ese extra de “excelencia” para poder estudiar.