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Victoria del PP con un regalo envenenado para la derecha

Alberto Núñez Feijóo junto a la cabeza de lista del PP a las elecciones europeas, Dolors Montserrat, en la sede del PP

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Toda Europa gira a la derecha y más allá. Los partidos ultras han logrado este domingo su mejor resultado histórico. Es un terremoto enorme, aunque no lo bastante para arrebatar la mayoría absoluta a la actual coalición europeísta que dirige el Parlamento Europeo. Al menos eso no lo han logrado.

Toda Europa gira a la derecha. También España.

22 escaños para el PP, 20 para el PSOE. En votos, casi 700.000 de diferencia. En porcentaje, cuatro puntos. El Partido Popular ha ganado las elecciones europeas con un margen amplio y que es aún mayor si se mira por bloques. La derecha y la extrema derecha españolas se han llevado el 48,4% de los votos, frente al 38,1% que suman entre PSOE, Sumar y Podemos. El PP también es primera fuerza en la mayoría de los territorios, con la excepción de Euskadi, Navarra, Catalunya y Canarias. 

¿Ha ganado la derecha el plebiscito contra Pedro Sánchez? ¿Va a tener que dimitir? ¿Convocar elecciones, como hará Emmanuel Macron en Francia?

No lo parece. Pedro Sánchez sale indemne del plebiscito. El PSOE mantiene el 30% de los votos, casi lo mismo que sacó en julio del año pasado. Resiste en un entorno europeo desastroso para su familia política: será el partido que más escaños aporte al grupo de los socialdemócratas europeos, que ha sido arrollado en la mayoría de los países –especialmente en Alemania–. Respecto a las últimas europeas, a pesar del supuesto desgaste de la amnistía, el retroceso del PSOE es mínimo: solo un escaño menos que en 2019. Y en cuanto al bloque de investidura, con los escaños de EH Bildu, BNG, ERC, Junts y PNV, consigue 30 escaños, frente a 31 de la derecha y la extrema derecha españolas. Es una victoria conservadora, pero no un cambio de ciclo.

A la izquierda del PSOE, el resultado es bastante más trágico. La división entre Sumar y Podemos concluye con un escaño menos del que tenía Unidas Podemos hace solo cinco años, a pesar de la circunscripción única. Podemos consigue un 3,28% de los votos y dos eurodiputados. Sumar se lleva tres, con un 4,65%. Por separado en unas elecciones generales, con estos números, ambos serían irrelevantes. En 2008, con el 3,77%, Izquierda Unida sacó solo dos diputados. 

Con todo, el análisis no puede ser igual para ambas formaciones. Irene Montero ha protagonizado una buena campaña electoral. Es su mejor candidata y por eso ha logrado un resultado bastante mejor que el que Podemos sacó las últimas veces que se presentó en solitario: en las municipales y autonómicas de 2023, en las gallegas y en las vascas. Un 3,28%, 571.000 votos, es un número importante para la fragmentada izquierda española, pero tampoco da para muchas celebraciones. Es menos de la mitad de lo que logró Podemos hace justo diez años, en las europeas de 2014, la primera vez que se presentó a unas elecciones. Convierte a Podemos en parte necesaria para cualquier futuro de la izquierda a la izquierda del PSOE, pero no da para emprender un camino en solitario.

En cuanto a Sumar, el resultado es bastante malo: muy por debajo de sus expectativas. Han quedado aprisionados entre las críticas de Podemos y el arrastre del PSOE de Pedro Sánchez, que ha convertido los ataques furibundos de la derecha y los jueces en votos desde la izquierda. 

Para Sumar, no era una posición sencilla: ser el socio pequeño y de izquierdas de un gobierno que tiene otra oposición desde la izquierda. Es fácil quedar emparedado y Sumar no ha definido su estrategia en ninguna de las dos fronteras: ni con Podemos ni con el PSOE. Pero no es eso solo lo que explica este pinchazo.

A diferencia de lo ocurrido con Podemos, la campaña de Sumar ha sido mala desde el principio, desde la elección de la propia candidata, la desconocida Estrella Galán, que hoy es obvio que no era la persona adecuada para ese reto. Tampoco se gestionaron bien las listas y casi nadie en la coalición entiende que se premiara a Compromís por delante de Más Madrid, que aporta más votos, o de Izquierda Unida, que aporta más estructura territorial. 

Cuando empezaron a llegar las primeras malas encuestas para Sumar, se fijó en los cuatro escaños la frontera de lo aceptable. No lo ha logrado. Y por primera vez desde que existe el Parlamento Europeo, IU no tendrá ningún eurodiputado. Muchos en la coalición hoy miran hacia la dirección, hacia Yolanda Díaz, que es la líder nacional que más tocada queda tras estas elecciones. 

En cuanto a la extrema derecha, las aguas vienen muy movidas. Vox logra dos escaños más de los que tiene ahora, pero queda muy lejos del subidón que consigue su familia política en el resto de Europa. El mismo viento mundial que empuja a los demás partidos ultras no logra en Vox el mismo efecto. Buxadé, en su intervención durante la noche electoral para celebrar su resultado, tuvo que presumir de los datos de Le Pen y de Meloni, como si fueran sus éxitos.

Además, Vox enfrenta ahora a una amenaza existencial: una escisión aún más ultra. ‘Se acabó la fiesta’, el partido del agitador Alvise Pérez, supera los 800.000 votos y, con tres escaños, se convierte en uno de los triunfadores de la noche electoral. 

Muchos comparan este fenómeno con otras astracanadas de las europeas, como los dos escaños que sacó Ruiz-Mateos en 1989. No creo que sean comparables, aun siendo personajes igual de nefastos. En el caso de este empresario corrupto, fundador de Rumasa, se presentó en la cima de su popularidad: A Ruiz-Mateos lo conocía toda España y solo lo votó un 3,84%. No es el caso de Alvise Pérez, que ha logrado un 4,59% de los votos con un nivel de conocimiento ínfimo. 

En las próximas semanas, tras esta noche electoral, la popularidad de Alvise aumentará y, en parecida proporción, también crecerá su voto. Hasta ahora, solo ha existido como un fenómeno de Internet. Pero hay 20 millones de españoles que se informan solo por la televisión en abierto y muchos de ellos tuvieron anoche la primera noticia de que tal partido existía. Por eso Alvise probablemente subirá en las siguientes encuestas, como pasó con Podemos en 2014. En detrimento de Vox, pero también del PP. 

Las consecuencias de un tercer partido en la derecha, que además entra desde el lado más ultra, aún están por determinar. A corto plazo, crispará todavía más la política española. Radicalizará aún más el discurso de Vox, que tendrá que defender un frente donde, hasta ahora, no tenía rivales. Lo hará desde el altavoz más potente que tiene Vox: los gobiernos municipales y autonómicos en los que ha entrado. Y con ello moverá aún más al PP hacia posiciones populistas: arrastrado por la guerra civil en la extrema derecha.

Ayer Feijóo pudo celebrar el final de Ciudadanos. Pero el mismo día en que el partido que lideraba Albert Rivera pasa a la historia, el bloque de la derecha se vuelve a partir en tres. La llegada de Alvise ha servido, sin duda, para que la victoria del bloque conservador sea más amplia; una parte de su voto sale de Vox, pero otra antes era abstencionista; buena parte son hombres muy jóvenes. 

Hay otro regalo envenenado: el espejismo del resultado. 

La victoria de la derecha este domingo tiene una letra pequeña: la participación no llegó siquiera al 50%. Y cuando eso ocurre, cuando tan poca gente vota, la clave del resultado está siempre en la movilización de cada bloque. 

La decepción tras la derrota de la derecha del verano pasado, los pactos del PSOE con vascos y catalanes y la ley de amnistía han movilizado enormemente a la derecha y a la extrema derecha. De ahí bebe también Alvise Pérez, que en sus mítines promete “encarcelar a Pedro Sánchez” si gana las elecciones. Pero no solo: es también la gasolina que ha movido al Partido Popular y a Vox en estas elecciones.

¿Qué pasará cuando voten el resto de los españoles que este domingo se quedaron en casa? Pues lo mismo que pasó tras la victoria de la derecha en las municipales y autonómicas de la primavera del año pasado: que esa movilización ultra genera una respuesta en su contra. Una movilización de la izquierda, de Catalunya y de Euskadi que fue la que frustró el gobierno que Feijóo y Abascal veían seguro el pasado verano. 

Si la lección que saca el PP de estas elecciones es que hay que seguir martillando como hasta ahora, subiendo la tensión como hasta ahora, las consecuencias pueden ser las mismas de hace un año: otra derrota en la batalla más importante.

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