El volcán mexicano
Si hay un país donde las grandes cifras macroeconómicas producen un espejismo, ese es México. El país número 15 en PIB del mundo, justo por detrás de España. Una potencia industrial, minera, agrícola y turística. El séptimo más visitado del mundo. El décimo más poblado. Con un paro de apenas el 4%. Con la deuda y la inflación bajo control.
¿Qué falla entonces en México? Cualquiera que conozca mínimamente el país conoce la respuesta. Yo trabajé allí, durante medio año, en 2004. Poniendo en marcha una cadena de periódicos locales en varias ciudades. Estuve en Torreón, en Campeche, en Culiacán, en Hermosillo, en Mérida y en Cancún. Y descubrí las tres razones que hacen de México un volcán social. La enorme pobreza y la desigualdad, la de un país con 70 millones de pobres, el 56% de la población. La violencia, especialmente la del narco. La corrupción institucional, sistémica y estructural.
Aterricé en Culiacán, capital de Sinaloa, el 11 de septiembre de 2004. Es una fecha famosa en la ciudad. Ese día, un grupo de sicarios enviados por el Chapo Guzmán asesinaron a un capo rival, Rodolfo Carrillo. Ese día empezó la gran guerra entre el cártel de Sinaloa y el cártel de Juárez. Pero el dato que más me llamó la atención, ese 11 de septiembre, fue otro detalle muy revelador: que el jefe de los guardaespaldas del narco asesinado era también el jefe de policía de la ciudad. Así funciona Culiacán. Un lugar donde, hace apenas dos años, el Ejército detuvo al hijo del Chapo Guzmán y, pocas horas después, lo tuvo que soltar, bajo la amenaza de los narcos de ajusticiar a los familiares de los militares.
En Hermosillo, el periódico para el que trabajaba decidió dejar de informar sobre los narcos después de que uno de sus periodistas fuera asesinado. No es un hecho aislado. Cada año, en México, matan a una decena de periodistas. Es el país del mundo con más muertos en la prensa, por encima de Siria, Irak o Afganistán.
En Cancún estuve más de un mes, pero no pisé la playa. Trabajaba en la ciudad que los turistas nunca visitan, donde vive la gente que sirve en los grandes hoteles. Son barriadas siempre a medio terminar. Las familias compran un pie de casa: una estructura de hormigón. Habitan la planta de abajo y confían en que, más adelante, con algunos ahorros, podrán construir el segundo piso. Ese sueño no siempre se alcanza. Y las vigas de las casas, como raspas hacia el cielo, se quedan como símbolo de un fracaso: del futuro que nunca llegó.
Ese futuro frustrado, esa expectativa aún sin construir, es el mandato de Andrés Manuel López Obrador, que dio esperanza a tantos perdedores de la historia: las víctimas de unas élites que viven, a su costa, muy muy bien. Volví a México hace dos años. Asistí como periodista a la toma de posesión de López Obrador. Ese día viví el pleno parlamentario más histriónico y crispado que jamás he visto en ningún otro congreso. Y también la enorme ilusión de millones de personas en la calle, que veían en AMLO la esperanza de un cambio histórico. Una transformación llena de contradicciones, que se ha cruzado con una pandemia y que aún no ha logrado despegar.
El número monográfico de la revista de elDiario.es intenta explicar este volcán. El de un país apabullante, apasionado y, en ocasiones, cruel.
18