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Europa tiene las manos manchadas de sangre

Miguel Urbán

Eurodiputado de Podemos —

El reciente acuerdo entre la Unión Europea y Turquía desmonta una vez mas el mito de una EU como garante de los derechos humanos y las libertades. Devaluando aun mas el premio Nobel de la paz con el que fue galardonado en 2012 por defender unos derechos que ahora pisotea, deportando personas que tienen derecho al asilo sin permitirles solicitarlo, regulizando las devoluciones en caliente. Lo cual no solo es injusto e inmoral, sino que vulnera el derecho internacional y comunitario como denuncio el alto comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados en el propio parlamento Europeo.

Cada vez queda menos de aquellos mitos fundacionales de la UE: basta con ver cómo, cada día, a Europa le sangran las fronteras y le brotan las alambradas. Y es que la UE está respondiendo a la mayor crisis de refugiados de su historia (y al que posiblemente es su mayor desafío en décadas) levantando muros, instalando centros de internamiento masivo y recortando derechos y libertades a nativos y migrantes. Muros construidos no solo con concertinas, sino sobre el miedo al otro, a lo desconocido, y que agrandan la brecha entre ellos y nosotros. Muros tras los cuales se refuerzan los repliegues identitarios y los nacionalismos excluyentes. Muros que reavivan antiguos fantasmas que hoy de nuevo recorren Europa.

En un ataque de sinceridad, el comisario europeo de Inmigración Dimitris Avramópulos afirmó hace unas semanas que vivimos “un momento difícil para Europa: el sueño europeo se ha desvanecido”. Pero más que un sueño alejándose, nos adentramos progresivamente en una pesadilla securitaria que levanta muros entre quienes deben ser protegidos y quienes pueden, o incluso directamente deben ser excluidos de dicha protección. Porque la xenofobia política se define mediante esta operación de exclusión.

La falta de voluntad política por aportar soluciones al drama migratorio se muestra con especial crueldad en el Mediterráneo, especialmente en la ruta que separa la costa turca de las islas griegas. La que supuestamente es la zona más vigilada del mundo en estos momentos se ha cobrado 424 muertes en lo que llevamos de año. Pero estas muertes no son fortuitas, sino el producto del racismo de unas políticas que alimentan a las mafias que trafican con personas en vez de aplicar medidas que a corto plazo pasan por habilitar un paso humanitario y seguro para aquellos y aquellas que huyen del terror. Y, a medio plazo, ir al origen de los motivos por los cuales estas personas huyen de sus países de origen: el hambre, la miseria, las bombas, las persecuciones y las consecuencias del cambio climático.

En vez de asegurar un pasaje seguro para miles de víctimas que huyen de la guerra, Europa, con el acuerdo con Turquía, reniega de sí misma externalizando la gestión de nuestras fronteras y de deberes de acogida contratando a la gendarmería Turca a cambio de algo mas de seis mil millones y de avanzar en su integración justo cuando el gobierno Otomano mas ha retrocedido en sus estándares democráticos. Entregándole al Gobierno turco el papel de interlocutor preferente, salvavidas de Schengen y vía de escape de las actuales tensiones europeas internas, la UE le otorga también un barniz de legitimidad internacional y mira para otro lado ante las continuas violaciones de los Derechos Humanos que se cometen en territorio turco. La barbarie de Erdogan queda así legitimada y la UE se vuelve cómplice de los ataques contra la libertad de prensa y manifestación o de los bombardeos que asedian las ciudades kurdas. Hay un hilo teñido de sangre que une los desalojos de Calais, las familias ahogadas en las costas griegas y las bombas que asolan la tierra kurda: se llama miedo, se llama parálisis europea, se llama xenofobia institucional, se llama Europa Fortaleza.

Diariamente estamos viendo como familias enteras se agolpan en el embudo humano en que se ha convertido Idomeni, en la frontera entre Grecia y Macedonia. Como consecuencia del cierre escalonado de la conocida como 'ruta de los Balcanes occidentales', convirtiendo el norte de Grecia en un inmenso e improvisado campamento de refugiados. Esta situación ha motivado que la Comisión Europea anunciara un hecho sin precedentes en la historia de la UE: el primer plan de emergencia humanitaria en suelo europeo, destinado a ayudar a los refugiados que malviven en territorio griego. Pero no nos dejemos engañar por los conceptos: no es que de pronto haya sobrevenido una crisis humanitaria como si se tratase de un fenómeno natural inesperado. Hace un año que miles de migrantes cruzan (o intentan cruzar) a diario las fronteras europeas. Es la inacción comunitaria, el bloque institucional y la falta de voluntad política de la UE la que ha propiciado esta crisis humanitaria en territorio comunitario que ahora se pretende paliar con algunos fondos de emergencia y contratando servicios adicionales de guarda de fronteras y cortafuegos de solicitantes de asilo al Gobierno turco.

El acuerdo de la vergüenza con Turquía esta lejos de cumplir el derecho internacional o incluso la normativa comunitaria en el respeto a los derechos humanos o en lo referente a asilo y refugio, por ello mientras se firmaba el pacto con Turquía se mandataba al propio presidente del consejo europeo a adaptarlo a la legislación europea e internacional. Pero mas allá de que al final el texto consiga el imposible de cumplir con el derecho comunitario respondiendo ambiguamente a la legalidad internacional, nunca será de justicia. Este acuerdo no evitara que sigan llegando los que huyan de las bombas, solo dificultara las rutas de acceso y provocara mas víctimas. Los cadáveres de los náufragos de las pateras y las vallas fronterizas están manchando las manos de sangre de los dirigentes europeos que están firmando el acuerdo de la vergüenza.

El reciente acuerdo entre la Unión Europea y Turquía desmonta una vez mas el mito de una EU como garante de los derechos humanos y las libertades. Devaluando aun mas el premio Nobel de la paz con el que fue galardonado en 2012 por defender unos derechos que ahora pisotea, deportando personas que tienen derecho al asilo sin permitirles solicitarlo, regulizando las devoluciones en caliente. Lo cual no solo es injusto e inmoral, sino que vulnera el derecho internacional y comunitario como denuncio el alto comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados en el propio parlamento Europeo.

Cada vez queda menos de aquellos mitos fundacionales de la UE: basta con ver cómo, cada día, a Europa le sangran las fronteras y le brotan las alambradas. Y es que la UE está respondiendo a la mayor crisis de refugiados de su historia (y al que posiblemente es su mayor desafío en décadas) levantando muros, instalando centros de internamiento masivo y recortando derechos y libertades a nativos y migrantes. Muros construidos no solo con concertinas, sino sobre el miedo al otro, a lo desconocido, y que agrandan la brecha entre ellos y nosotros. Muros tras los cuales se refuerzan los repliegues identitarios y los nacionalismos excluyentes. Muros que reavivan antiguos fantasmas que hoy de nuevo recorren Europa.