Aunque extrañe a primera vista, no es una mala pareja la que hacen las personas de edad avanzada y la bici. De hecho, a lo largo de la vida esta preciosa máquina va pasando de ser un juguete, durante la infancia, a herramienta deportiva, en la adolescencia, juventud y madurez, vehículo de desplazamiento, a cualquier edad y, por fin, puede ser una máquina de rehabilitación, o todo lo anterior a la vez.
Lo importante es que siempre nos guiemos por el sentido común al utilizarla. ¿Qué nos ocurre con el paso de los años y cómo nos puede afectar en cuanto al uso de la bicicleta? Nuestras cualidades van cambiando a lo largo de la vida. Hay periodos en los que mejoran y otros en los que comienza un lento pero imparable declive de algunas de ellas. Por ejemplo: a partir de cierta edad, que puede oscilar en torno a los 25 años, el corazón va perdiendo facultades y su capacidad de bombeo disminuye lentamente, a la par que el sistema vascular se hace más rígido y menos eficaz. De hecho, incluso la frecuencia cardiaca máxima desciende con la edad.
Los pulmones también experimentan cambios en forma de pérdida de elasticidad y de riego sanguíneo, con lo que disminuye la ventilación máxima y cuesta más la captura de oxígeno. Los cambios en ambos sistemas, cardiovascular y respiratorio, hacen que la potencia aeróbica —o VO2max—, que mejora en el conjunto de la población hasta los 25 años, por lo general, comience a descender un 1% cada año, aproximadamente, a partir de esa edad. Eso quiere decir que, poco a poco, iremos perdiendo “fondo” y bajará nuestro máximo rendimiento físico.
Otra cosa diferente es que, a cierta edad, seamos capaces de disfrutar más del camino que de la meta. Desde el punto de vista de la musculatura, el paso del tiempo nos trae una disminución de la masa muscular. Va apareciendo la llamada sarcopenia, y disminuye la fuerza y la potencia muscular. También las articulaciones se van deteriorando y perdemos elasticidad, haciéndose menor la amplitud de movimientos. Respecto al esqueleto, la densidad de sus huesos se va haciendo menor, especialmente si no hacemos ejercicio físico o llevamos una dieta pobre en calcio.
A la par que las demás cualidades, la velocidad de transmisión de las señales del sistema nervioso central hasta los músculos se hace más lenta, y aspectos como el equilibrio y la coordinación, importantes para andar en bici, se deterioran
A la par que las demás cualidades, pero a ritmos diferentes cada una de ellas, la velocidad de transmisión de las señales del sistema nervioso central hasta los músculos, a través de los nervios, se hace más lenta, y aspectos como el equilibrio y la coordinación, importantes para andar en bici, se deterioran. Pero, ¡ojo!, que nadie piense en “colgar” la bicicleta porque el carnet de identidad muestre una cifra que, por otra parte, sería deseada en muchísimos países de la Tierra.
Es más: esa preciosa máquina puede ayudarnos a frenar el deterioro físico que acarrea la edad. Por ejemplo, es evidente que personas añosas que comienzan a usarla de forma regular mejoran su condición física, ganan fondo y fuerza. De hecho, una forma de hacer rehabilitación cardiaca, para quienes han sufrido una enfermedad grave de ese órgano, es pedalear a ritmos controlados, con lo que se recupera la capacidad contráctil de su musculatura cardiaca. Además, es muy útil para frenar el aumento del porcentaje de grasa corporal que suele ir emparejado al paso de los años. Igualmente, si además tenemos problemas articulares, la bicicleta nos permite gastar calorías sin sufrir los impactos que provocan los pasos al andar o los saltos al correr, por lo que su uso resulta especialmente ventajoso para hacer ejercicio sin sobrecargar las articulaciones. Todo ello a condición de que la posición sobre la bici sea adecuada, ya que incluso pequeñas modificaciones en algunas cotas del sillín o del manillar, por ejemplo, alteran las presiones sobre diferentes cartílagos articulares y hacen que cambie la participación o esfuerzo relativo de los diversos músculos implicados en el movimiento. Sin embargo, la ausencia de impacto que tan bien nos viene en algunos casos le resta interés a la bici de cara a mejorar la solidez de los huesos, tal como ocurriría si hacemos natación.
Esa preciosa máquina puede ayudarnos a frenar el deterioro físico que acarrea la edad
Las bondades de este vehículo llegan a tal punto que se ha demostrado que tras montar en él apenas una hora a la semana, en doce sesiones mejora la rapidez de los tiempos de decisión y respuesta ante un evento inesperado, como un tropezón, y mejora también el equilibrio. Y eso es importante, porque el estudio se hizo con personas de hasta 79 años. Por si lo anterior fuera poco, está científicamente demostrado que el uso de la bicicleta, incluso ocasional, aporta mejoras psicológicas, como una mayor alegría de vivir. Eso sí: lo que no recomendaremos será un inicio en la bicicleta con años y 'a tumba abierta'. Todo lo contrario. Es preciso reducir al máximo el riesgo de sufrir caídas, o su gravedad, en caso de que ocurran, utilizando los recursos de que disponemos, como casco, guantes y otras protecciones.
Un cuerpo adornado por las cicatrices que la edad nos va dejando debe ser mirado y mimado antes de comenzar a dar pedales. Escogeremos el material en función de la seguridad que nos aporte, y no con criterios de rendimiento. En la consulta médica nos cercioraremos de hasta dónde podemos llegar en cuanto a niveles de esfuerzo físico, sin ponernos en riesgo, y acudiremos a los especialistas en biomecánica para que las múltiples regulaciones que esta máquina ofrece sean ajustadas de forma que nuestra salud sea conservada. Porque el objetivo, cuando la edad aumenta, debe ser llegar bien al final del recorrido y disfrutar de la libertad de movimientos, de la compañía, del aire en el rostro.
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