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Mentir. Mentir. Mentir

Cuando el 5 de febrero de 2003, el secretario de Estado de Estados Unidos, Colin Powell, relató en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que Sadam Husein era un villano con armas de destrucción masiva, soltó menos mentiras de las que le había preparado la Casa Blanca, pero mintió al fin y al cabo. Cuenta George Packer que, una vez empezada la guerra, George Bush comentó que dormía como un niño pequeño y Powell apostilló: “Yo también estoy durmiendo como un niño pequeño. Cada dos horas me despierto gritando”. 

En el PP, a diferencia de Powell, no parecen tener ningún problema de conciencia para enlazar una trola con otra. Duermen como niños, no se saltan una siesta y cae alguna cabezada en el coche oficial siempre que la agenda lo permite (de hecho, en vez de contar ovejas, para dormir algunos en el PP cuentan billetes).

Dicen que Rajoy tiene un tic en la cara que revela cuándo nos está intentando engañar, pero lo adecuado sería que tuviera un tic para saber cuándo nos está diciendo una verdad. Acabaríamos antes. Y, de todas formas, qué más da, Rajoy mintió en el Senado sobre Bárcenas hace dos veranos y la única consecuencia fue que se quitaron de encima a los directores de los medios que estaban publicando cómo se habían repartido las mentiras en sobres.

En todos los partidos se miente, es verdad, pero en el PP el nivel de las mentiras es tan pro que cuando Cospedal mintió con la simulación de Bárcenas, ni siquiera sabía que se estaba acercando a la verdad. Suele pasar que, de tanto mentir, se corre el peligro de terminar diciendo la verdad. Y no me detendré, en esta ocasión, en la Gran Mentira de la Recuperación, la madre de todas las mentiras. 

El caso es que ellos saben que nos mienten y nosotros sabemos que nos están mintiendo. Nos mean en la cara y dicen que es lluvia dorada, que tuitea Alberto Moyano

La última de las mentiras nos ha llevado al caso Naseiro, un recuerdo de infancia que teníamos olvidado como el blandiblú y las postillas en las rodillas. Eldiario.es -esta hoja parroquial en la que ejerzo de humilde monaguillo- ha desvelado los papeles que demuestran que el PP venía de serie con caja B en los accesorios, y Antonio Hernández Mancha ha respondido con una sarta de mentiras que son tan fáciles de desmontar como teclear en Google Hernández Mancha (en un universo paralelo, Hernández Mancha no fue el mayor looser de la política española y todavía se llevan hombreras).

El PP confía en que mentir no le suponga un castigo electoral en un país en el que puedes pasearte, como en el Oeste, con sacas de dinero público por la calle principal del pueblo y saludar a las afables ancianitas de la liga antialcohol antes de entrar en el saloon. Si robar no provoca un daño electoral excesivo, mentir es un pecado venial que tampoco entra en los colegios electorales. En este estado de las cosas, el PP podría incluso haber arriesgado un poco en la campaña y en vez de elegir el lema 'Trabajar. Hacer. Crecer', haber dicho por una vez una verdad y empapelar España con la frase 'Mentir. Mentir. Mentir'.

Cuando el 5 de febrero de 2003, el secretario de Estado de Estados Unidos, Colin Powell, relató en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que Sadam Husein era un villano con armas de destrucción masiva, soltó menos mentiras de las que le había preparado la Casa Blanca, pero mintió al fin y al cabo. Cuenta George Packer que, una vez empezada la guerra, George Bush comentó que dormía como un niño pequeño y Powell apostilló: “Yo también estoy durmiendo como un niño pequeño. Cada dos horas me despierto gritando”. 

En el PP, a diferencia de Powell, no parecen tener ningún problema de conciencia para enlazar una trola con otra. Duermen como niños, no se saltan una siesta y cae alguna cabezada en el coche oficial siempre que la agenda lo permite (de hecho, en vez de contar ovejas, para dormir algunos en el PP cuentan billetes).