Visionaria, creativa, escritora, investigadora. Expansiva, exploro ámbitos diversos y los traduzco en actividades de marketing y dinamización. Levanto piedras para encontrar nuevas especies y a veces, acabo metiendo la pata en su huella. Entre patrones, tacones, pasiones y fogones me muevo como pez en agua. La pluralidad en el gusto, mi bandera de maitines.
La nueva ciudad y la nueva Tabakalera
Corría mediados de 2007, principios de 2008, días en los que la palabra crisis no gozaba aún de tanto protagonismo. El edificio era un proyecto de esperanza en ciernes (y creo que aún lo sigue siendo) para la ciudad. Tras muchos años cerrado, recientemente, se había retomado lo que sería un camino, para él, sin retorno. No recuerdo con claridad las fechas. Recuerdo que hubo visitas libres, alguna exposición, algún concierto… y que 2008 fue un año donde todo se precipitó y el edificio se llenó de actividades.
Yo residía por aquél entonces en la localidad pasaitarra de Trintxerpe, y las mujeres del barrio que habían trabajado en la antigua bacalaera me contaban historias dispares llenas de “decían”, “parece ser que”, y “y cuentan las malas lenguas”… Historias de dudosa credibilidad, mágicas, que me retrotraían a años inimaginables, a una San Sebastián desaparecida, centrada en la manufacturación y los tratos con mercantes de la China y las Américas. Cenas de pulpo y tortilla de bacalao en el txoko de la sociedad, junto a la iglesia, se llenaban de cantos de mar e historias de la fábrica donostiarra que en aquellos días inundaban las noticias. “Trabajaban sólo mujeres, con muy pocos hombres”. “Muchas eran mujeres con problemas” - “¿Qué clase de problemas?” – “De muchos tipos…” Pero nadie había trabajado allí, ni habían tenido familiar que lo hiciera. Todo era pura fantasía mezclada con algo de realidad, supongo.
Otoño, invierno tal vez. Recuerdo el frío, y el vaho de la boca al cruzar la enorme puerta de la Tabacalera. El edificio, abierto por alguna exposición, te dejaba caminar entre sus paredes. La energía del lugar era sobrecogedora. Techos altísimos y pasillos desconchados te llevaban a una sala diáfana, enorme, por donde entraba una casi ya apagada luz. Las salas interconectadas estaban aún marcadas con pinturas e indicadores de los antiguos cuadros de mando de las máquinas de la fábrica. Los visitantes caminábamos con cuidado, como si pudiésemos romper la nada. La energía de la nave te contenía. Hablábamos bajito, en un sitio hecho para el barullo mecanizado (y donde de hecho, se acabarían haciendo posteriormente conciertos) y entre susurros, avanzabas. Fue una primera visita, que concluyó en los baños, divididos para hombres y mujeres. Y no recuerdo bien la decoración, pero sí el frío intenso de las paredes, que sentirían de igual manera aquellas que un día allí trabajaron… Fue posterior a esa visita, en uno de estos ires y venires del recinto, en el que presentaron el proyecto de reforma de la fábrica. Estaba destinada a ser algo grande, a costa de hacerle una profunda operación estética, más allá de la chapa y pintura.
En estos días de frío vuelve la Tabacalera a ser portada. Se ha presentado el proyecto de remodelación de sus alrededores. Todo indica que se trabajará en la mejora de la interconectividad del edificio con la estación del tren y la proximidad con la Escuela de Música, cercana a ella. En todo esto, el proyecto aún no ha esclarecido que pasará con los edificios adyacentes a la Tabacalera por su derecha. Actualmente, los portales que abarcan del 12 en adelante del Paseo Mundaiz ocultan auténticos tesoros. Y no me refiero sólo al magnífico proyecto hostelero, el Dabadaba, que se ha convertido en la nueva sala de moda de música y lounge gracias a su magnífico espacio y su terraza, remanso de paz junto a las vías, sino a portales como el 14, que personalmente conozco, y que aún poseen el montacargas del siglo XIX, no apto para personas, con escaleras de granito de mediados del novecientos, y puertas, también de hace casi un siglo, no más altas de metro setenta de altura. La energía de estos sitios es especial: su contenido, estructura, materiales… Por fuera parece que todo se cae pero, por dentro, los que viven o realizan actividades han conseguido restaurarlos crear atmósferas inigualables manteniendo la esencia de los edificios.
La Tabakalera ya ha perdido ese tren. Supongo que no era tan fácil buscar un proyecto arquitectónico que mantuviese la esencia del edificio y además crear uno multifuncional. No me quiero quejar. Voy a esperar a ver el resultado, aunque si tañe en mí ya una pena por el drástico cambio que se está dando. Sólo espero que, al menos, lo que se haga, incluidas las reformas del entorno, mantengan la personalidad de lo que la propia fábrica un día fue.
Veía hace poco un programa de esos de gente por el mundo en el que salía Manchester, y comentaban cómo habían sabido aprovechar todos los edificios de las antiguas fábricas transformándolos en espacios modernos, hasta haber convertido esta forma de rehabilitación en una seña de identidad de la ciudad. Me pregunto si, cuando acaben las obras de la Tabakalera quedará algún rastro de la antigua, de la vieja estación de tren, de los edificios y almacenes contiguos… Leí una vez que la primera tabacalera estuvo en la calle Garibay. Cuando paso por allí, a veces intento imaginármela, sin éxito. Mira que soy de las que no acumulan, porque luego todo pesa en la maleta cuando llega la mudanza… pero en el caso de las ciudades, si no se deja rastro, ¿cómo mantener la identidad?, ¿cómo recordar los orígenes? Espero que en este proyecto haya un momento, para además de la innovación, saber guardar un recuerdo de lo que un día fue. No digo que haya que mantener las cosas iguales, en absoluto. Lo obsoleto, es inútil. Pero siempre viene bien tener una prueba a la vista, para no perder la perspectiva, y recordar de dónde venimos, para saber a dónde vamos. Espero poder llegar a ver la inauguración, ojalá.
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Visionaria, creativa, escritora, investigadora. Expansiva, exploro ámbitos diversos y los traduzco en actividades de marketing y dinamización. Levanto piedras para encontrar nuevas especies y a veces, acabo metiendo la pata en su huella. Entre patrones, tacones, pasiones y fogones me muevo como pez en agua. La pluralidad en el gusto, mi bandera de maitines.
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