En una de aquellas películas mosaico, de cortos unidos ─podría ser el nombre de otro partido con vocación de idiotez proselitista─, que proliferaron en el cine italiano de los setenta, recuerdo uno hilarante, creo que dirigido por Dino Risi, que protagoniza el gran Ugo Tognazzi, quien hace de un adusto general que va a presidir un desfile militar. Le entra un inoportuno apretón que tiene que resolver en un sucísimo retrete. La impedimenta de gorra de plato, banda, faja, medallas, guantes, cinto, pistolera, sable, botas altas y demás quincalla, le dificulta de un modo insalvable la labor escatológica; toda la parafernalia se le va cayendo una a una dentro del infecto váter y la va rescatando de mala manera, provocando con el salvamento de cada abalorio la caída al asqueroso agujero del siguiente. Tognazzi no altera su cara hierática de resignado estoicismo durante todo el desastre ─el mejor contrapunto cómico a la fétida acción─ ni al final, en que impotente, sobrepasado por su caos individual y lleno de mierda hasta los codos y la cara, saca la reglamentaria pistola y se salta la tapa de los sesos. Una eficaz sátira antimilitarista vía excremental y un buen ejemplo de humor del caos.
Leí hace poco un ensayo muy recomendable. Se trata de ‘Humoristas’ ─editorial Ático de los Libros─, escrito por ese brillante intelectual que es Paul Johnson, quien pasa revista desde autores con humor como Nancy Mitford, Dickens y Chesterton hasta descubrir la vertiente humorística de Benjamin Franklin, Samuel Johnson y Toulouse-Lautrec. Johnson establece un grupo propio con los que llama humoristas del caos, entre los que considera a Chaplin, los hermanos Marx, Laurel y Hardy y los cuadros de William Hogarth, sus pinturas corales que muestran nutridos alborotos y riñas tumultuarias. Yo añadiría a Buster Keaton, que mientras siembra o padece el caos mantiene también inalterable su famosa cara de palo, a Harold Lloyd, al Woody Allen de la primera época y a los Monty Python.
Es un humor que basa su probada eficacia en el exacerbamiento, hasta sus últimas consecuencias, de la tendencia natural de las cosas a caer en la entropía y el caos. Chaplin en la cadena de montaje de ‘Tiempos modernos, Keaton en ‘El maquinista de la General’ y sobre todo ‘El navegante’ o la inolvidable secuencia del camarote de los hermanos Marx atestándose de visitantes hasta el desbordamiento final. Y desde luego la producción de caos ininterrumpida y en progresión ascendente de Peter Sellers en ‘El guateque’, de Blake Edwards.
Ese humor del caos juega con la manipulación, el manejo imposible y el descalabro de elementos exteriores, ya sean objetos o personas. También hay otro tipo de humor del caos, que es de bajo presupuesto, verbal, involuntario y no precisa mayor puesta en escena que el monólogo delirante ni otro esfuerzo por parte del espectador que una fuerte sensación de vergüenza ajena. Es el humor del caos mental, en el que la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, se ha revelado como una maestra insuperable.
0