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Porvenir literario

Juan Bas

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‘El viaje a ninguna parte’, de 1986, es una memorable película dirigida por Fernando Fernán Gómez que cuenta las vicisitudes de una precaria compañía de cómicos de la legua durante los duros años cuarenta, en pleno franquismo. Encabezada por el propio Fernán Gómez, la tropa de cómicos representa pequeños dramas y comedias de pueblo en pueblo, actuando en los bares o donde les dejan, sometidos a todo tipo de inclemencias y a un futuro cada vez más incierto, ya que los pueblerinos prefieren el cine, que también les ofrece otro buscavidas mediante proyecciones itinerantes.

Cada vez me acuerdo más de ‘El viaje a ninguna parte’, y me estremezco. La mayoría de los que nos hemos ganado la vida juntando palabras para contar historias lo tenemos en este oscuro presente más claro que la sopa del hospicio de Oliver Twist. La venta de libros en papel más que bajar se ha ido al fondo del pozo calzada con zapatitos de cemento, lo digital se piratea tanto que parece que Barbanegra estuviese al mando del expolio, al cine español se lo ha cargado el Gobierno del PP en una ‘vendetta’ cuya articulación estudia la Camorra napolitana para aprender, apenas se producen tampoco series de televisión y, eso sí, las columnas de periódicos se pagan cada vez más de puta madre; que Dios aprieta pero no te da garrote vil.

Visto el panorama, habrá que aplicarse enseñanzas y métodos de supervivencia de Guzmán de Alfarache, Lazarillo de Tormes, Estebanillo González o El Buscón llamado don Pablos Cimorras, ejemplo de vagabundos y espejo de tacaños. He intercambiado impresiones y pareceres con numerosos colegas y estamos todos llenos de planes, ilusión y optimismo en este viaje a ninguna parte en el que nos convertiremos en ‘letraheridos’ de la legua hasta que lleguemos por fin a nuestro puerto de Itaca: que nos coma el olvido.

Un colega, que me ruega que no desvele su identidad por motivos obvios, va a montar en un zaguán que ha ocupado por la fuerza, leyendo su propia obra en voz alta, un taller de caricias y suspiros con ‘risoterapia’ y ‘odoterapia’. La risa la produce él y los olores su santa, a quien le rugen los alerones cuando pasa el platillo para cosechar la voluntad del alumnado. Una colega suelta una conferencia sobre la Generación del 98 en bares de copas mientras se desnuda y está pensando en hacer pases más completos en su cama y vis a vis. Un antiguo compañero guionista graba con cámara mental un documental sobre los puentes desde su perspectiva, dormir debajo de ellos. Otro autor me ha dicho que va a matar a su editor, con saña, para poder vivir en el trullo a cuenta del Estado. Y mi querido amigo Fernando Marías y yo vamos a iniciar una amplia gira por pueblos de Castilla La Mancha. Contaremos en las tabernas chistes verdes que protagonizará la señora Cospedal, luego pasaremos la gorra o aceptaremos cortezas de queso y tragos de vino de la tierra y el mocerío tendrá derecho a tirarnos al pilón.

‘El viaje a ninguna parte’, de 1986, es una memorable película dirigida por Fernando Fernán Gómez que cuenta las vicisitudes de una precaria compañía de cómicos de la legua durante los duros años cuarenta, en pleno franquismo. Encabezada por el propio Fernán Gómez, la tropa de cómicos representa pequeños dramas y comedias de pueblo en pueblo, actuando en los bares o donde les dejan, sometidos a todo tipo de inclemencias y a un futuro cada vez más incierto, ya que los pueblerinos prefieren el cine, que también les ofrece otro buscavidas mediante proyecciones itinerantes.

Cada vez me acuerdo más de ‘El viaje a ninguna parte’, y me estremezco. La mayoría de los que nos hemos ganado la vida juntando palabras para contar historias lo tenemos en este oscuro presente más claro que la sopa del hospicio de Oliver Twist. La venta de libros en papel más que bajar se ha ido al fondo del pozo calzada con zapatitos de cemento, lo digital se piratea tanto que parece que Barbanegra estuviese al mando del expolio, al cine español se lo ha cargado el Gobierno del PP en una ‘vendetta’ cuya articulación estudia la Camorra napolitana para aprender, apenas se producen tampoco series de televisión y, eso sí, las columnas de periódicos se pagan cada vez más de puta madre; que Dios aprieta pero no te da garrote vil.