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Periodismo sin destino

Era el primer día en la redacción de Madrid. Acababa de llegar de provincias con un buen cartel y fichaba por un prestigioso diario de difusión nacional. Estaba sentado en una mesa cuando se le acercó el director y le pidió que hiciera una necrológica. El nuevo fichaje se levantó y dijo que no, que a él no le habían contratado para hacer necrológicas. El director le miró sorprendido y no lo reprendió ni nada parecido. Cogió una silla, se sentó al lado de la promesa del periodismo para que éste le viera y se puso a teclear en la máquina de escribir la necrológica antes solicitada.

No viví la anécdota, pero me la contaron cuando aprendía en el máster de periodismo de ‘El País’ los rudimentos de este oficio. Supongo que quien nos la contó, Jesús de la Serna, maestro de periodistas y director que fue de ‘Informaciones’, era el director que se sentó frente a la máquina de escribir. Tras contar esta pequeña historia, seguro que con un cigarro en la mano y con una voz suave y pausada, nos dio tres consejos que a su entender debían ser el principio que guiara nuestra actividad periodística: “Humildad, humildad y humildad”.

Han pasado casi veinte años y puedo asegurar que no lo he olvidado nunca. Esto no quiere decir que haya siempre respetado las palabras de de la Serna. La facilidad y las posibilidades de que un periodista abandone la humildad son constantes. Los periodistas jugamos con las vidas, con las historias de los desconocidos y estamos cerca de los que ostentan el poder. Te respetan o te temen y el amparo que da el secreto de las fuentes te permite prácticamente todo.

La transición entre ser periodista, -una persona que debe contar historias rigurosas y confirmadas con respeto a la ley, a las personas implicadas y mucha prudencia-, y ser actor de la noticia, juez de las historias, investigador privado y, especialmente, poseedor absoluto de la verdad con capacidad de decir qué es lo correcto e incorrecto, es muy corta. Se pueden imaginar el subidón que produce conseguir que alguien abandone su puesto por una información publicada. Es solamente un ejemplo, pero les prometo que coloca. Empiecen a pensar la de cosas que publicadas le hacen sentirse a uno poderoso y desde luego a abandonar rápidamente cualquier resquicio de humildad si es que lo hubo.

Hablamos mucho de la crisis de los medios y del futuro del buen periodismo sin cuestionarnos ni un solo día el que hacemos todos en estos tiempos de barra libre y bombo mediático. Cada día la opinión se cuela más en forma de información y el periodista que debe seguir la noticia pura y dura encuentra otra vía para cultivar el culto a sí mismo. A nadie se le debe escapar que un informador jamás debería ser al mismo tiempo un opinador. Son géneros diferentes del periodismo y eso los engrandece y lo contrario los distorsiona a mayor gloria del ego del periodista.

Les advierto, y me pongo ahora la chaqueta de periodista, que nuestro ego es ilimitado y que el consejo de de la Serna, que puede parecer simple o ñoño, es el mejor que se le puede dar a un periodista, aunque hoy muchos se reirían.

La crisis de los medios en España y la incapacidad de sus dirigentes para encontrar un camino no han hecho sino acrecentar el ‘todo vale’ periodístico. Es normal cuando los corrales se encuentran sin un gallo, con eso que en el argot de la profesión llamamos criterio. No es otra cosa que sentido claro del oficio, rigor, profesionalidad, olfato y una dirección clara. Parece sencillo, pero no lo es.

Se preguntará, el que haya sido capaz de llegar hasta aquí en su lectura, a santo de qué viene esta moralina. Es sencillo. Hace muy pocos días vivimos con dolor el accidente ferroviario de Galicia y en su cobertura informativa encontramos todo lo que vemos a retales en el día de la información deportiva, de sucesos, política, de corrupción o de cualquier cosa.

Igual estoy equivocado, pero no me gusta nada. Ya sé que en este terrible suceso hemos decidido con una simpleza deleznable que TVE lo ha hecho muy mal y el resto se han volcado en una cobertura sensacional de la tragedia.

El accidente merecía una buena cobertura, pero no abandonarlo todo y convertirlo en todo. En un segundo la prensa ha decidido y condenado al culpable, ha encontrado las deficiencias políticas por una mala señalización (probablemente culpa de la austeridad), ha puesto en cuestión el futuro de la puntera industria del ferrocarril en España y sus posibilidades de lograr contratos en el extranjero -debe ser lo que les pasa a Boeing o Airbus cuando hay un accidente aéreo o BMW cuando choca uno de su coches-, ha paseado de forma indecente el dolor de las víctimas, ha cuestionado el funcionamiento de los servicios de emergencia...

La lista de los grandes descubrimientos de la prensa en tres días, que lógicamente corren ya en boca de todos, es impresionante. Ocurre la desgracia y lo sabemos todo y lo juzgamos todo. Fíjense que cada información es una condena. Estoy seguro de que en alguna cosa se acertará y otras no servirán ni para envolver el bocadillo. Soy incapaz de ver tanto programa de televisión, oír tanto especial de radio o leer tanta crónica fácil hurgando en la herida de las víctimas, en el dolor. Ya sé que vende, pero ¿es eso periodismo riguroso? Recuerdo que hace treinta años ‘El Caso’ era un diario que vendía bien. ¿Es lo que buscamos y adornamos con la coletilla “gracias compañero por tu excelente” crónica, testimonio o lo que sea?

El cuarto poder, la prensa, realmente tiene mucho poder y en estos tiempos de crisis y desesperanza mucho más, pero a qué precio. Empiezo a tener dificultades para creerme lo que leo y para disfrutarlo. Es cierto que hay compañeros que no olvidan el oficio ni la humildad de de la Serna, pero los tengo que buscar y conozco su forma de trabajar, pero la mayoría no tiene la suerte de conocer al profesional y traga lo que le echan muchas veces amparado por el prestigio del medio que ya no es tal. Lo que me duele es que el medio ya no es la garantía informativa que fue. ¿Dónde están los gallos que pongan orden en tanto corral en estampida?

Era el primer día en la redacción de Madrid. Acababa de llegar de provincias con un buen cartel y fichaba por un prestigioso diario de difusión nacional. Estaba sentado en una mesa cuando se le acercó el director y le pidió que hiciera una necrológica. El nuevo fichaje se levantó y dijo que no, que a él no le habían contratado para hacer necrológicas. El director le miró sorprendido y no lo reprendió ni nada parecido. Cogió una silla, se sentó al lado de la promesa del periodismo para que éste le viera y se puso a teclear en la máquina de escribir la necrológica antes solicitada.

No viví la anécdota, pero me la contaron cuando aprendía en el máster de periodismo de ‘El País’ los rudimentos de este oficio. Supongo que quien nos la contó, Jesús de la Serna, maestro de periodistas y director que fue de ‘Informaciones’, era el director que se sentó frente a la máquina de escribir. Tras contar esta pequeña historia, seguro que con un cigarro en la mano y con una voz suave y pausada, nos dio tres consejos que a su entender debían ser el principio que guiara nuestra actividad periodística: “Humildad, humildad y humildad”.